Confiar o dudar… O de los muchos Gríman que andan por ahí

Una de las primeras cosas que aprendí de aquellas clases que nos impartía el profe Luis Velázquez Rivera, en la facultad de Ciencias de la Comunicación de la UV, es que para realizar un trabajo periodístico «objetivo» debía buscar el acceso a diversas fuentes, además de darle participación a las distintas voces que podían estar relacionadas con un acontecer noticioso. Por aquellos años Descartes y su duda metódica, abonaron al entendimiento del lugar que en la construcción de una verdad, tiene la evidencia, cuanto más si ésta se relaciona con un conocimiento que se desea alcanzar. Luego vendrían otros autores (teóricos, filósofos, epistemólogos), quienes me permitieron reconocer el valor que en la aspiración a una certeza tiene la incertidumbre como las cegueras propias de un sujeto que aspira a conocer.

Reflexiono en torno a esto,Las dos torres 2 porque he tenido ocasión de ver recientemente la película Las dos torres (Jackson, 2002), de la franquicia El señor de los anillos, en donde  el rey de Rohan, Théoden, demuestra un deterioro físico y emocional que contrasta con su verdadera edad y la sapiencia que lo habían caracterizado, todo producto del hechizo que sobre él ha hecho Saruman a través de su consejero, Gríman.

Al ver la forma en que ese personaje emisario del mal ha hecho con la nobleza de un rey, no pude dejar de pensar la forma en que este tipo de experiencia se puede estar reproduciendo en algunos ámbitos, sea en lo político, lo económico, lo religioso o lo académico. Esto porque -invariablemente-, siempre habrá alguien quien, cercano al poder, aproveche su situación para hacer de la ceguera, la ignorancia o la falta de información de su superior, una muy buena oportunidad para levantar un velo entre la realidad y la representación que de ella puede hacer lo mismo un consejero, que amigo o coordinador,  incluso un subjefe, a través de relatos que empañan lo cierto y nublan la razón.

Esto me lleva a recordar algo que me decía un amigo que hoy ocupa un muy buen cargo directivo a nivel universitario: «Muchas veces a la autoridad o un directivo le falta vida cotidiana, conocer desde dentro lo que realmente ocurre en su institución». Y sí, nada tan cierto como lo que suele ocurrir en ciertos círculos, cuando sólo se delega en alguien ser el sujeto mediador entre una autoridad y su entorno; esa realidad que termina por ser filtrada a conveniencia de ciertos estamentos que sin el mayor rubor, impudorosamente hacen del engaño y sus intereses personales, un proyecto que va en detrimento de la armonía de una misma comunidad.

Y si bien aquel viejo adagio que dice «no hay peor ciego que aquel que no quiere ver» tiene mucho de verdad, habrá que reconocer que esto suele ser incomprensible hoy día cuando desde diversos frentes se dice que toda realidad es compleja, por lo que hay aprender a reconocerla en sus múltiples determinantes. De allí que no es posible asumir cándidamente que algo es verdad sin anteponer la duda. Sin embargo, esto no resulta del todo fácil, especialmente si se asume que todo ello tiene que ver con el problema de entender al mundo, ese que construimos los seres humanos, el que nos determina y el mismo que pretendemos conocer; pero que no será posible su comprensión o conocimiento, si siempre lo vemos desde el mismo lugar o de la mano de sujetos que median procesos de aprendizaje llevados por sus propios intereses.

Por eso Karl Popper, en el ámbito de la filosofía de la ciencia planteada el criterio de demarcación: establecer los límites entre aquello que es ciencia de lo que no lo es, lo que en términos mundanos pudiera ser: «esa es una verdad, pero puede no serlo; o bien ser tu verdad, que no deja de ser una media verdad…» Y sí, desde lo razonable, reconocer que un dicho no deja de ser más que eso, un punto de vista, una opinión de alguien sobre el que también pueden tenerse dudas, o por lo menos echar mano de lo que este austríaco decía a propósito del falsacionismo, una forma estratégica (o de sobrevivencia en este mundo tal convulso) para anteponer una mínima razón crítica que nos permita refutar lo que se presenta como una verdad única. Y no asumirla como ley irrefutable, sólo porque quien lo plantea es alguien de nuestra entera confianza.

Cuando a Rohán llega la luz de la mano de Gandalf, aquella sombría realidad que había postrado al reino en una situación lastimera se diluye,volviendo el esplendor que había caracterizado aquel reino, donde el propio rey Théoden se libera de sus ataduras malignas y recobra la energía como para volver a tener la templanza y el signo de la esperanza en su rostro, como para sumarse a la comunidad que busca enfrentar al mal que engendra Sauron, esa entidad maléfica que fuera derrotada en tiempos ancestrales; la misma que aún cuando desprovista de un cuerpo, todo lo observa desde algún lugar de la Tierra media.

Así las cosas, si somos capaces de anteponer la razón a la emoción, la incertidumbre a la certeza, la duda a la creencia, la evidencia a lo hipotético, estaremos en el camino de reconocer que así como al rey Théoden tuvo cerca de él a un personaje como Gríman, bien se puede tener cerca de uno, a alguien que nos hable al oído movido por el egoísmo, la envidia, la deshonestidad o cualquier otro móvil que coloque en vilo la armonía y la buena marcha de un proyecto, cualquiera que este sea. Después de todo si para enfrentar los retos de un mundo complejo -se dice-, debemos desarrollar un pensamiento en la misma tesitura, lo primero a lo que hay que apelar es a uno de los planteamientos de Edgar Morin a propósito de las cegueras de la razón: «La verdadera racionalidad, abierta por naturaleza, dialoga como una realidad que se le resiste» (2001, p. 24) Pero una racionalidad capaz de reconocer sus propias insuficiencias.

Por lo tanto, no debemos asumir que sabemos de las cosas porque alguien nos lo dice, sino porque lo hemos vivido y visto, aunque también por una problema fisiológico tengamos nuestros propios puntos ciegos. Cuidemos pues las formas en que pretendemos acercarnos a «la verdad», procuremos tomar caminos, atajos, senderos, pero siempre provisto de la duda y la incertidumbre, no sea que reproduzcamos la experiencia del rey Théoden. Y sí, desde el profe Velázquez Rivera, procuro la evidencia antes que cualquier otra cosa. Por eso en el dudar y el confiar está la cuestión.