Fue en alguna de aquellas clases entrañable o memorables u odiosas -según quien hable-, de Jesús Galindo Cáceres en la maestría en Comunicación que cursaba en la UV, cuando mencionó que una de las cosas que perjudicaban a la academia en nuestro país, es que «nos chequeábamos demasiado», lo que iba en detrimento de una discusión que contribuyera a consolidar la cultura del debate en el mundo académico; de allí que cuando alguien se atreve a discutir algo o a manifestar su desacuerdo, suele tomarse como un asunto personal, sea entre colegas como frente a la autoridad.
Los años han pasado y en diversos contextos he tenido la ocasión de manifestar mi desacuerdo en torno a algo, incluso frente a autoridades, quienes en ocasiones han entendido la postura asumida y en otras han salido por el camino fácil de señalar que uno es «problemático». Y sí, aún recuerdo aquella mañana cuanto ante un grupo de autoridades, entre quienes estaba el rector de la universidad para la que entonces prestaba mis servicios, que señalé entre o tras cosas que la «identidad institucional no se daba por decreto» por lo que en el contexto de una reforma educativa teníamos que pensar integral y transversalmente para posibilitar ese objetivo como otros que pretendían definir el rumbo de la universidad. Al instante me di cuenta que se lo estaba diciendo a la máxima autoridad de la institución. Al otro día muy temprano, en mi oficina, tenía la visita del señor rector, quien me comentó estar de acuerdo con mis argumentos y la forma en que los había planteado; por lo tanto el proceso de aquel proyecto no se iba a malbaratar.
Tiempo después, tuve ocasión de coordinar los trabajos de un proyecto académico y en una reunión entre colegas tuvimos ocasión de discutir -entre otras cosas-, el futuro de aquel proyecto. Volvió a parecer un ejercicio deliberativo como pocas veces suele darse en nuestros círculos académicos, lo que provocó cierto distanciamiento durante un tiempo entre algunos amigos. Más tarde, tuve ocasión de coordinar un programa de posgrado y antes de una evaluación institucional, tuve ocasión de señalarle a un par de autoridades que era nuestra intención hablar de las condiciones reales en las que estaba el programa y no «maquillar las cosas», pues tal como le había dicho previamente a miembros de una comisión, en ocasiones es necesario que la autoridad sepa la verdad antes que esconderlas; de lo contrario se seguirían reproduciendo viejas prácticas y equivocadas lecturas de la realidad que se vive en un programa educativo. Es decir, el chiqueo y arrumaco como dispositivo para quedar bien ante la autoridad, antes que el debate y la discusión razonada como propiedad del mundo académico.
En el contexto del trabajo que actualmente desempeñamos como docentes, después de leer los avances de proyectos recepcionales y darme cuenta de la fragilidad de los ejercicios que me entregaron algunos estudiantes, les escribí para decirles que era preferible ser «duros» en ese momento, frente a la complejidad de la segunda etapa del trabajo que veníamos haciendo; para que luego -en clases-, volviera a subrayar la preocupación y la tristeza que había sentido al revisar algunos avances presentados por parte de algunos jóvenes que están a punto de salir de la universidad.¿Cuáles son las razones de que esto ocurra? Muchas sin duda, pero entre ellas quizá, la condescendencia y demasiados mimos con la que en ocasiones nos conducimos en el aula, a tal grado que pocos estamos acostumbrados a recibir señalamientos con toda la claridad y puntualidad propia de revisiones académicas.
El chiqueo académico considero que ha traído como consecuencia no sólo la falta de debates que enriquezcan la vida académica como los proyectos de las propias instituciones universitarias, sino también la falta de certezas para acompañar un proceso formativo como el que hoy se demanda la educación, en donde suele decirse que habrá de desarrollar el pensamiento crítico entre los estudiantes. Pero no, dejamos hacer y dejar pasar. Por ello, en las exposiciones que realizan los estudiantes (un recurso que debiera permitir una serie de competencias y habilidades universitarias del que poco entendemos aquellos que no nos formamos para ser docentes), suele obviarse el análisis, la crítica, el apunte teórico o problematizador, tanto del profesor como de los compañeros, quienes tienen que chutarse una presentación que posiblemente poco aporte a quien escuchar como a quien diserta. Ni qué decir en las tareas encargadas, cuando estas son devueltas sin comentarios u observación alguna.
Y aquí por ejemplo, también tiene que entrar la aceptación cuando como autores, recibimos un dictamen desfavorable para publicar algún texto nuestro. Sin duda duele, pero de eso se aprende, por ello tenemos como costumbre compartir tal experiencia con los estudiantes. Lo mismo puede ocurrir en aquel momento, cuando un colega nos dice las razones del por qué no puede estar de acuerdo con nuestro punto de vista en una mesa de algún evento académico o en una reunión de trabajo entre pares docentes; como también la posibilidad para que analicemos, reflexionemos o discutamos ante alguna autoridad o junto a nuestros estudiantes, en aras de construir un espacio dialógico horizontal que permita tomar las mejores decisiones o aprender en mejores condiciones. Con otras palabras diríamos, más lo académico que lo condescendiente.
Corresponde pues a los profesores, generar las condiciones de confianza para que el estudiante se sienta movido a participar desde una mirada crítica y cuestionadora, que trace un camino distinto al abordar los contenidos del curso. Pero también a las autoridades dimensionar el papel que representa dialogar entre pares, sobre todo cuando se trata de exponer o decidir sobre un asunto
que compete o le es propio a una comunidad, como lo que se espera sea todo proyecto que emane de nuestras instituciones. Nunca como hoy, hace falta pasar de lo retórico a un verdadero desarrollo del pensamiento crítico entre los universitarios, para comenzar a romper con aquellos sentidos o pensamientos comunes que tanto le preocupaban a Pierre Bourdieu, quien decía estaban llegando o acechando a las universidades… Y eso era preocupante. Y sí, todo desde aquel comentario en una de las entrañables clases de Jesús Galindo Cáceres.