La partida de una abuela

Hace ya poco más de un mes que se ha ido mi abuela Elda.

Sí, aquella mujer que de la mano me trajo a la universidad. La misma que en alguna ocasión me dijera que para desgracia de ella, nunca había tenido oportunidad de pararse ni siquiera en la puerta de un colegio, esa que en algún momento de su vida adulta quiso aprender a leer pero ya no tuvo tiempo; ella, sobre cuyos hombros una empresa familiar se hizo de sus cimientos como para ser un referente en el ramo de la construcción; aquella mujer que nadie imagiAbuela Eldanaba analfabeta por la facilidad en su palabra, pero sobre todo por la inteligencia que tenía.

Hace un mes en los albores del día del niño, falleció quien solía realizar versiones noveladas de las canciones de Cri-Cri, cuando nos tenía a su cuidado en aquellos años de nuestras infancias olvidadas; aquella a quien no se le escapaba un dato histórico sobre México, por lo que también solía colaborar en las tareas escolares cuando la ocasión lo ameritaba.

Ni qué decir de aquellas mañanas cuando  antes de tomar el camión que nos llevaba a la secundaria, ella llegaba a la parada misma a darnos un vaso de licuado. Sí, la misma que cuando niño al ver mis zapatos raspados, me sugería que los tirara a la basura para que me compraran unos nuevos. Esa señora que tanto le gustaba vernos bien vestidos cuando se trataba de salir a pasear el fin de semana con nuestros padres; la misma que se vino con sus nietos a Veracruz para estar con ellos y quien con los años fue adaptando a otros estudiantes que llegaban a vivir a la misma casa o que por momentos hacían parada por ser amigos en tránsito.   

Ha muerto mi abuela Elda, pero aquí siguen estando aquellos recuerdos que la memoria edita para traerme al presente algunos pasajes con tantos tonos y colores que el arco iris resulta nada. Sin duda fue una mujer como pocas. Algunos dirían era la matriarca en la familia y quizá sí, pues solía imponerse aún cuando nosotros no estuviéramos de acuerdo. Sea con mi madre o nuestro padre, con sus nietos, con nuestras esposas, lo cierto es que cuando se trataba de discutir en términos amigables lo hacía, para que muchas veces al final nos mandara a la «chingada», una forma de cerrar la discusión o encantadora huída, a medio camino entre la sonrisa y el enojo.

Es curioso, pero al mes y un día de su deceso, la otra abuela, la paterna, aquella cuyo nombre fue Epistema, cansada de una vida que la postró en una silla en el último lustro, también se fue. Quizá allá en donde no da mi imaginación puedan estar, no sé si compartiendo recuerdos, pero sí viéndose de reojo.

Pero la historia de Tema, es otra historia, de la que más tarde podremos hablar.