Esta semana hemos regresado a las actividades escolares y con ello la emoción que representa enfrentarse al reto de contribuir a la formación de jóvenes universitarios, lo que quizá no a todos parezca, pero en el caso de quien les escribe, esto suele ser común, al tratar de vivir cada ciclo como una experiencia en donde la aventura como sus sinsabores, puede estar a la vuelta de la esquina, lo que implica una experiencia al final del día.
En este contexto, debo reconocer la necesidad de escribir -tras meses de no hacerlo en este blog-, sobre un tema al que me referí hace algunas semanas una de las redes sociales a través de las que mantengo comunicación con amigos, familiares y colegas docentes: el gusto que tengo por la lectura, especialmente por la literatura iberoamericana, pero también del género policiaco o la novela negra, sin que me importe -en el último de los casos-, demasiado la cultura desde la que me hable su autor.
Este es un gusto que fui anidando desde aquellos años cuando en la materia de Taller de cine I, tuve ocasión de ver una cinta del llamado cine negro: Al borde del abismo (The big sleep, Hawks, 1946), donde Humphrey Bogart interpreta al detective Philip Marlowe, película basada en la obra homónima de Raymond Chandler. A partir de ahí, tuve la necesidad de conocer a un autor que sería clave en mi aprendizaje y gusto por este género novelado y ese estilo de hacer cine.
Poco después vendrían otros imprescindibles: Dashiel Hammet, James Hadley Chase, Patricia Highsmith, Chester Himes, Ross McDonald, a los que se han sumado algunos contemporáneos que he descubierto últimamente: James Ellroy, Pierre Lemaitre, Henning Mankell.
Fueron precisamente los dos últimos, quienes me han demostrado el placer que puede sentir como lector quien dar seguimiento a una trama llena de intrigas, claroscuros y vueltas de tuercas, pero también sorprenderse con la forma en que la razón o la lógica de quien desde la omnipresencia, revela mundos, traza paisajes y hace que sus protagonistas nos atrapen en sus aventuras y devaneos. Uno francés y el otro sueco, el primero con un estilo narrativo vertiginoso y sin cortapisas para recrear historias de extrema violencia, mientras el otro, más pausado y meditabundo, permite un in crescendo desde la manufactura de sus personajes a través de una arquitectura narrativa relajada. En todo caso, las atmósferas que logran construir, nos atrapan por sus tonos, pero también por la psicología de personajes y sus imperfecciones.
A partir de Huesos en el jardin (Mankel, 2013), escribí -en aquel servicio de mensajería- un apunte que aquí reproduzco: «Siempre me he pronunciado fanático de la literatura negra y policiáca,. He llegado a tener series (editoriales) de las he que he seguido su rastro, pero confieso que a Henning Mankell y su personaje Kurt Wallander, no los conocía. Penoso, pero cierto. Tras leer Huesos en el jardín y haberme encontrado en El canal judicial con la serie de la BBC que interpreta Kenneth Branagh, pero sobre todo haber leído el , he encontrado motivos para volver a mi blog…»
Y sí, esa es la razón de volver a un sitio que espero vuelva a permitirme compartir con ustedes estas breves reflexiones. Igual es cierto, he pedido a Heyssel, mi asistente, que me escanee el posfacio, pues como lo pensé entonces y ahora que lo he vuelto a revisar, debe ser un texto obligado para que lo lean quienes se encuentran realizando sus tesis u otra modalidad recepcional.
Así que bienvenido este nuevo ciclo escolar, en el que espero, tengamos ocasión de compartir intereses, querencias y preocupaciones.