El carnaval… ¿de los veracruzanos?

Texto preparado para el conversatorio que

sobre el Carnaval organizó el IVEC el

pasado 20 de febrero de 2019

 

Guiños desde la memoria

Recuerdo que cuando un amigo regresaba al barrio de mi pueblo durante los días de carnaval, no dejaba de sorprender que se perdiera -por decisión propia-, de una fiesta que para entonces solo conocíamos de oídas. Las razones, entre otras, era que no le gustaba la cantidad de gente que arribaba a Veracruz; de allí que cuando llegamos a estudiar a mediados de los 80, los días de carnaval eran de fiesta, para salirse desde la mañana y devolvernos a casa, entrada la madrugada.

Para entonces, los paseos eran por las arterias principales del centro de la ciudad: Independencia, Montesinos, 5 de Mayo, para terminar en Díaz Mirón. Al final de aquellos paseos, quedarse en el Zócalo a seguir el reventón era una suerte de cereza en el pastel, pues por la noche invariablemente los bailes al aire libre en alguna de las calles del primer cuadro de la ciudad o las discos improvisadas en la Plaza de Armas, daban el cerrajón a cada uno de los días que duraba esta festividad.

Ya sobre los 90, vendría el primer Carnaval veracruzano ,donde otros actores comenzaron a tener presencia y, en muchos casos, injerencia: vino aquel carnaval conmemorativo del Encuentro de dos mundos, donde -si la memoria no me falla- tocó a Yuridia Valenzuela Canseco, ser la reina de esta fiesta allá en lejano 1993. Con él, Televisa y Raúl Velasco contribuyeron a rediseñar el trayecto de los paseos de carros alegóricos. El paseo de carnaval, salió del ensimismamiento municipal, para trazar una ruta que lo llevó a hermanarse con Boca del Río, al decidirse el recorrido por todo el bulevar costero hasta concluir hoy día en Plaza Mocambo.

Los vientos de la modernidad trajeron como resultado la expropiación de una festividad más bien doméstica para convertirla en un Carnaval con derecho para ser explotado comercialmente. Si con Raúl Velasco ya se conocía el Carnaval de Mazatlán allende las fronteras, porqué no hacerlo con el veracruzano.

Y sí, a partir de aquel momento, el carnaval dejó de ser el de la gente del puerto, de sus barrios y colonias, para comenzar a ser del foráneo, la empresa y el dinero. La comercialización a través de la venta al mejor postor del espacio urbano: a las cerveceras y refresqueras, se le sumó la expropiación del derecho a ver desfilar comparsas y carros alegóricos, con la invención del comercio de gradas. El desarrollo urbano, las empresas turísticas y los prestadores de servicios para el entretenimiento y la diversión, pronto vieron en esta festividad un nicho para comerciar no únicamente con la alegría del jarocho y sus visitantes, sino también con la memoria y la historia de buena parte de sus habitantes. He aquí que el Carnaval comenzó a desdibujarse en su matriz primordial: ser una fiesta de y para los veracruzanos.

 

De la fiesta de la carne a la regulación mercantil

En poco se parece este llamado “Carnaval más alegre del mundo”, al que recuerdo cuando llegué a estudiar al puerto. Muy poco queda del papel que jugaban en la organización la municipalidad y la ciudadanía como el protagonismo de los barrios, las colonias, las unidades habitacionales, incluso las casas comerciales locales que para entonces y como patrocinadores, se destacan por el “apoyo” que brindaban a una fiesta del pueblo.

Con el neoliberalismo llegó el régimen de la concesión y el comercio. El espacio público y la imagen urbana fueron trasmutando poco a poco, para convertirse en una suerte de ring side, por el tipo de confrontación y de tensiones que comenzó a observarse durante la organización y la puesta en marcha de la fiesta de la carne. Las reinas, los reyes y la corte infantil tuvieron que aprender a diseñar modelos de negocio para obtener los fondos necesarios que los convirtieran en majestades de esta fiesta: el «boteo» no bastó, ahora el compadrazgo también opera a favor de algún congraciado, para poder sumar los miles de pesos que debe reunir quien quiera acceder al trono como reina o rey de la alegría.

Cómo olvidar aquel año cuando el barrio de La Huaca reclamó con fervor histórico y una memoria recobrada, la zona o el espacio urbano que consideraron como “propio”, para que se le condonara el pago de gradas o sillas  que estarían situadas en las “zonas de su dominio”, de lo contrario amenazaron con no participar con sus comparsas; lo que supondría una tragedia para la fiesta, pues si algo tiene este barrio, es un profundo vínculo no sólo con el carnaval sino con la propia ciudad.

Si es aquel 1925 la fecha que se reconoce como el inicio formal o institucional del carnaval tal cual lo conocemos ahora, pues se instaló el primer comité para su organización, lo cierto es que la historia se puede remontar hasta siglos atrás, con la entonces llamada Fiesta de las mascaras, evento relacionado con el paseo enmascarado de quienes por la noche participarían en un baile de disfraces, trayecto que era celebrado por curiosos que desde la calle o sus balcones veían un paseo festivo.

Pero sería hacia finales del XX cuando la celebración primigenia observaría una cambio sustancial. A los organizadores tradicionales, se le sumarían las empresas, la clase política, sindical y el monopolio televisivo. Hoy día, estamos ante una celebración que aglutina formas diferentes de vivir esta fiesta de goce y placer que antecede a la cuaresma y sus días de guardar: cuerpos, ritmos, vestimentas, configuran un paisaje urbano, donde lo que importa es lo que se puede hacer visible, en las tribunas, a lo largo del paseo, como en los ríos de gente, un maremágnum humano que, en sus rostros o atuendos; sus formas de hablar y de andar; sus pausas y silencios, revelan un otro que ha llegado ante la apremiante oportunidad de vivir unos días en los márgenes de lo posible o permisible.

Si por algo se viene diferenciando el carnaval de Veracruz en los últimos años, es por la distinción de quienes llegan de otros estados para sumarse a una algarabía social que ha visto vulnerada o trastocada la esencia de esta fiesta, pero que no renuncia a su gozo, disfrute y placer; no obstante, también parece distinguirse y diferenciarse en cuanto a los grupos sociales que renuncian a ese sentido de seguir perteneciendo a una fiesta reinventada con el tiempo. Lo digo, porque no son pocos los habitantes que aprovechamos esos días para salir de la ciudad, al asumir la ausencia de un sentido de pertenencia frente a una festividad que se piensa cada vez más ajena y lejana.

Si ayer se hablaba de “festejantes invisibles” para hacer referencia a aquellos personajes que engalanaban, desde los márgenes de la institucionalización y su propia autonomía, los paseos del carnaval, hoy es prácticamente imposible, si se considera que no sólo las transmisiones por radio, televisión e internet favorecen la difusión de ceremonias o paseos, sino porque las redes sociales han pasado a convertirse en lugares de la presentación, exposición o exhibicionismo, representación así como la distribución de contenidos, para confirmar que se estuvo allí, que se visitó o vivió en pleno el carnaval veracruzano. Cómo olvidar aquella imagen de dos hombre en apariencia viril que se dejaron atrapar por el deseo y las ganas, para compartir una imagen son muestra un beso fogoso en las tribunas, mientras la gente festeja el paseo de carnaval.

 

Reflexiones finales

¿Entonces esta fiesta de la carne, del placer y del goce de quién es?

Si bien es cierto se organiza y recrea en las calles y rincones de la ciudad y puerto de Veracruz, pareciera ser que esta fiesta deviene en una nueva forma de lo foráneo y lo otro. Más allá del patrocinio que las comparsas llegan a conseguir, lo cierto es que las manos de la iniciativa privada, la empresa, la gestión municipal, el poder económico y político, administra, controla y regula las formas en que el placer y el deseo se manifiesta en esta fiesta jarocha.

Si la cultura y la identidad del veracruzano porteño pasa por formas y fórmulas complejas para constituirse, el carnaval deviene dispositivo estratégico para dimensionar la nueva agenda, los otros itinerarios, las novedosas agencias y emergentes personajes que están caracterizando una festividad que en la narrativa oficial se asegura nos sigue perteneciendo, pero que en las prácticas y hábitos observados en las 2 últimas décadas, tradiciones y costumbres propias de esta festividad han sido trastocadas con un afán neoliberal que antepone la condición del sujeto y la construcción o administración de su cuerpo, al dinero y el negocio. Este es el carnaval de Veracruz hoy.