El 2019 se fue y con él un puñado de experiencias que bien valen la pena comentar.
En lo personal vivencias complejas que permitieron reconocer la importancia de la unidad familiar, de todo aquello que contribuye a definir el entorno más cercano en lo afectivo, emotivo y fraternal.
La vuelta de una enfermedad con la que hay que aprender a vivir, me ha permitido confirmar la admiración que siento por mi esposa, así como el significado que tiene lo espiritual cuando se trata de ser solidario con ese otro que atraviesa por una situación vulnerable; cuando no hay como dar sentido a la vida, dejándose acompañar un sentir religioso, aun cuando la razón suela ser un cobijo como principio de vida.
En lo paterno, reconocer la importancia que -en ocasiones-, tiene dejar al tiempo y a la conciencia de un joven, decisiones difíciles en estos días: ¿qué se quiere estudiar?, ¿qué se desea ser?, ¿para qué se está hecho? Digo esto pensando en mi hijo mayor, quien se ha transformado y enfrenta con entusiasmo un programa educativo, tras 3 licenciaturas truncadas; aventura universitaria que vive en Puebla y que también me entusiasma como padre, algo que tengo ocasión de compartir con él, cuando el vino y la sal nos atrapan en alguna cena.
En el caso de mi hija, darse por enterado de lo difícil que es ser padre de una adolescente en estos tiempos, cuando hay múltiples agencias que median e interpelan su vida; donde como padres pareciera ser hemos perdido rumbo y con ello, la dificultad para encontrar la propia cuadratura a la geometría de su vida y aquello desde lo que ella misma se piensa o reconoce. Escucharla, ver cómo ha crecido; planear y decidir en familia la fiesta de sus quince años es emocionante, como también saber del tipo de problemáticas sociales que le interesan y lleva al aula cuando de asumir una postura se trata; pero también triste y desalentador, cuando vemos su desgana, descuido, desinterés para cumplir con las tareas diarias de la nueva pedagogía. Arduo y difícil, pero seguimos en la búsqueda de esa esquina del círculo.
En tanto, que el más pequeño de los Aguirre Ramírez, como todo niño a esa edad, colmado de energías e inteligencias que -de vez en vez- terminan por sorprendernos y reconocer lo importante que es y será disponer del mayor tiempo posible como para sacar o encontrar las ganas, la potencia (aun en donde no haya), para poder darle el acompañamiento que requiere. Si esto está ligado a planear turnos vespertinos (tal como lo hice en los últimos meses del 2019) para acompañarlo a sus actividades extracurriculares, debo hacerlo desde una sensibilidad para la que no me preparé, pero que sí debo comprender frente a las angustias propias de quien sabe lo nebuloso de su tiempo histórico y lo que depara un futuro poco alentador.
Siempre lo digo cuando hay oportunidad, primero la familia y la salud, después todo lo demás; después de todo, la vida es corta y como han dicho muchos escritores y poetas, más vale que la disfrutemos junto a quienes son imprescindibles en nuestras vidas. Ahí la familia en sus bordes y fronteras, junto a los amigos y colegas, son lo prioritario y obligado. Lo importante y urgente, ya vendrá después.
En lo académico, un ramillete de vivencias que se fueron alimentando en el aula y fuera de ella. La fortuna de participar en diversos proyectos académicos que tendieron el vínculo con colegas cuyas biografías y disciplinas diversas confirmaron la importancia de lo heterogéneo, como uno de los bienes más preciados con lo que podemos contar en lo humano y lo académico, aquellos que nos dedicamos a la docencia; particularmente cuando se trata de ampliar horizontes en un contexto especialmente complejo por todo lo que se nos exige a quienes hemos hecho de la docencia un proyecto de vida y profesional.
En lo personal, quizá como no lo había vivido en los últimos 15 años, en el 2019 disfruté tanto de la lectura. La veintena de novelas y otro tanto de textos académicos y teóricos, hicieron de las tardes y mis noches, tiempos residuales particularmente disfrutables. Haber descubierto a Henning Mankell y su detective Kurt Wallander y a Pierre Lemaitre y su comandante Camille Verhoeven me ha devuelto a mis días de estudiante, cuando me apasioné por la literatura negra. Así también el haber gozado con el cierre de la tetralogía de El cementerio de los libros olvidados de Carlos Ruiz Zajón, un cerrajón espectacular de El laberinto de los espíritus de la mano de un personaje femenino tan particularmente entrañable como es Alicia Gris; ni qué decir con el seguimiento a las aventuras de Falcó de Pérez Reverte. En fin que entre Auster y Vargas Llosa, Arent y Barthes, Ortiz y De Sousa Santos, la lectura ha sido una delicia nuevamente.
Así que aquí estamos, recapitulando. Frente a estas vivencias y notas a vuelo de pájaro, un nuevo año vamos comenzando, el mismo que seguro nos depara sorpresas y aprendizajes que esperemos abonen a nuestras ganas y entendimientos.
Comentarios
Mi estimado Lalo, gracias por tu comentario.
Efectivamente, ahí están aquellos a quienes queremos, apreciamos y también admiramos. Si no estuvieran ellos, qué difícil sería la vida.
Saludos
Cuando lo leí pensé: !qué maravilla poder leer sensibilidad y preocupaciones compartidas!, querido maestro. Se agradece que comparta sus experiencias de vida, en medio de todas las problemáticas que podemos tener en el día a día bien vale la pena cobijarse entre las y los amados, amigos y personas cercanas. Le mando un fuerte abrazo.
Al más inexperto de los académicos, agradezco el comentario que has hecho en este pequeño ejercicio que, como apuntas, pueden llegar a ser ventanas como para asomarse y ver que cualquier caminos suele estar hecho de baches y piedras.
Saludos
Asomarse un instante a las ventanas de los mundos de los demás vuelve empedrados los pantanos caminos propios. La vida no será fácil, pero no quiere decir que no sea disfrutable. Enhorabuena por la nueva década. Gracias por compartir.
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