Hacia finales del siglo pasado y todo lo que va de este tercer milenio, mucho se ha dicho que las instituciones educativas, en todos sus niveles, tienen un sin fin de responsabilidades ligadas a la formación y preparación de las nuevas generaciones; las mismas que tendrán que enfrentarse a un estrechamiento laboral, por lo que deberán disponer de una serie de recursos para enfrentar los retos de la incorporación laboral.
Si bien mucha tinta (dijeran los clásico) ha corrido al respecto o bien millones de bit dijeran los modernos, lo cierto es que en la práctica del todos los días, sigue habiendo una serie de factores o variables que inhiben la generación de condiciones para hacer más eficaces los procesos educativos que vivimos los docentes como nuestros estudiantes. Se plantea esto a la luz de la revolución tecnológica y el cambio de paradigma en la educación, para tratar de dimensionar la importancia de la innovación y del por qué el aula como corazón de la experiencia en el conocer debe comenzar a observar un cambio: no puede ser el aula tal cual se le concibió hace dos siglos, frente a un mundo que ha dejado de ser aquel que fue en su entonces.
Hoy cuando enfrentamos una crisis global provocada por el coronavirus Covid-19, cuando los gobiernos han implementado estrategias o modelos para enfrentar esta pandemia, ha tocado a la educación decidir algunos caminos para contribuir a contener la propagación en nuestro país: primero la suspensión de actividades escolares, segundo la propuesta para el empleo de las TIC en la generación de ambientes on line que favorezcan el trabajo educativo en ambientes virtuales.
Pues bien, aquí estamos. Tratando de contribuir a dimensionar la coyuntura por la que pasamos, donde nosotros los docentes universitarios tratamos de planear y diseñar actividades que permitan dar continuidad a nuestros programas educativos. Y si bien hay voluntad en una importante parte de las comunidades académicas, lo cierto es que han vuelto a confirmarse algunas resistencias que, como ha ocurrido desde hace tiempo, encuentran las razones para seguir distantes del giro que observa el mundo educativo, a propósito de la diversificación en los modelos de enseñanza. Pero también, del lado del estudiantado, parece se confirmar resistencias, acostumbrado como están a relacionar con las TIC con objetivos de entretenimiento y el ocio, antes que educativos.
Si bien es razonable pensar en aquellos estudiantes que tienen dificultades para tener acceso a internet o contar con una computadora, considero que esa no es razón para dejar de cumplir con una responsabilidad institucional: procurar por todos los medios trabajar en línea, para garantizar los avances de nuestros programas educativos. Justo antes de sentarme a escribir, le respondía a un estudiante que me escribía para decirme si podía conectarse a través de su celular: mi respuesta primera fue agradecer el correo y la pregunta. Claro que sí, además le señalé que grabaré la sesión para subirla a mi canal de YouTube para que también puedan acceder a través de él, quienes por diversas razones no pueden hacerlo en las sesiones síncronas que se programen.
Así que mientras en redes sociales siguen los desencuentros y las muestras de irresponsabilidades compartidas entre algunos sectores sociales y grupos de interés con el gobierno, acá, en este lado de nuestra particular circunstancia, vamos adelante con el deseo de que los estudiantes como nosotros los docentes, procuremos ampliar los horizontes para comprender que hay un plan de trabajo educativo en línea, estimado para 3 semana de actividades, pero tengo la impresión que puede ser más. Espero equivocarme, pero la evidencia en otros países así lo ha mostrado.
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