Hace algún tiempo escribía en una red social (que por ahora tiene algunos años no uso), que a la vida de muchas personas llegan libros que terminan por ser experiencias lectoras tempranas, oportunas, accidentales… Muchas de las cuales -a la larga- terminan por ser significativas pero también -en otras ocasiones-, el acercamiento a ellas puede ser difícil; pues de no ser literatura infantil o juvenil (textos escritos para públicos en especial), el resto de las obras a las que uno como lector puede acercarse, suelen ser tan diversas y distintas como queramos.
Sin embargo, son el gusto, las querencias y admiraciones, las que terminan por ser dispositivos personales, que de lo estético al puro divertimento, las convierte en ideales y potencialmente susceptibles de esperar un tiempo para volverse a encontrar con ellas a la vuelta de cualquier oportunidad.
Planteo esto, porque soy de aquellos que dan cabida a la necesidad de volver a leer algunos textos que pudieron llegar a mi vida antes de tiempo o bien porque anidan en el imaginario y mis recuerdos como para querer volver a vivir la emoción y el puñado de sensaciones que entonce despertaron en mí.
Así ha ocurrido con libros tan diversos y diferentes como pueden ser El péndulo de Foucault y El nombre de la Rosa de Umberto Eco, El viejo y el mar de Ernest Hemingway, Sociología fundamental de Norbert Elias, La constitución de la sociedad de Anthony Giddens, Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carrol, entre los que ahora no recuerdo.
Pues bien, resulta que desde que leí el libro Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar terminó por ocupar y convertirse en un referente entre mis lecturas añoradas, pues desde que cerré sus página, pensé -que tarde o temprano- debería volver a leerlo. Aquel libro como muchos que leí cuando estudiante universitario, había sido prestado por una muy querida amiga con quien tuve ocasión de trabajar en un suplemento cultural que se publicaba en el periódico El Notiver.
Tuvo que pasar un titipuchal de años para que lo adquiriera y volviera a leerlo. Libro que, a diferencia de los que suelo leer, tomé la decisión de no platicárselo a Silvia, mi esposa, si acaso alguna observación del porqué resultaba complejo, pues quien ha leído esta obra sabe que navegar en sus páginas es recrear situaciones, pasajes, vivencias que andan al filo de un lenguaje que se mueve a tono de la ficción desde una condición histórica; sin dejar de sentir que el estilo de la narradora también pendula entre lo filosófico, lo sociológico, lo político, el arte.
Leer pasajes como «¿Qué es el insomnio sino la obstinación maniática de nuestra inteligencia en fabricar pensamientos, razonamientos, silogismos y definiciones que le pertenezcan plenamente, qué es sino su negativa de abdicar a favor de la divina estupidez de los ojos cerrados o de la sabia locura de los ensueños?» (p. 29), es dimensionar el papel que juega el uso de un lenguaje colmado de recursos estilísticos para nombrar aquello que desea decir la autora. Así también este otro: «Tendido de espaldas, bien abiertos mis ojos, abandonando durante algunas horas todo cuidado humano, me entregué desde la noche al alba a ese mundo de llama y de cristal. Fue el más hermoso de mis viajes». Recuerdos, memorias que develan inteligencias y sentimientos en el protagonista. Y qué decir de este: «Roma me había preparado un triunfo, que esta vez acepté. Ya no luchaba contra costumbres al mismo tiempo venerables y vanas; todo lo que saca a la luz el esfuerzo del hombre, aunque sea por un día, me parece saludable en un mundo tan dispuesto al olvido» (p. 279). Sin duda recreaciones líricas que engalanan la mirada de un autora con un exquisito estilo para narrar.
¿Cómo poner en palabras mundanas la arquitectura de una historia que juega con un lenguaje que exige la contemplación, la admiración, la placentera experiencia de recrearse en la belleza y lo estético de la vida de un emperador desde la profunda mirada y manera de un ejercicio estilístico que reinventa la historia de un personaje meditabundo y dispuesto a repensar el lugar que en la historia de Roma tiene su mandato; una manera de reconstruir un relato que es la suma de una cultura que se reinventó a sí misma, a partir de la forma en que este mandatario entendió su tiempo y la oportunidad de decidir sobre los destinos de un pueblo; donde la sensibilidad y lo razonable también fueron recurso que lo acompañó en esta gesta.
Si como dice Javier Marías en su Los enamoramientos (Debolsillo, 2016), «El error de creer que el presente es para siempre, que lo que hay para cada instante es infinito, cuando todos deberíamos saber que nada lo es mientras nos quede un poco de tiempo» (p. 132), en Memorias de Adriano (Pocket Edhasa,2018, 8a. edición) tenemos constancia que el presente es circunstancial, un punto bisagra entre el pasado y el futuro, el efímero instante que transmuta de inmediato en un ayer.
De allí que cuando uno lee el «Cuadernos de notas a las memorias de Adriano», debe dejarse atrapar o acariciar por el asombro, lo sorprendente al saber que el libro fue concebido y escrito entre los 20 y 25 años de la escritora, versión primera que fuera destruida casi en su totalidad, para luego ser retomada como proyecto editorial diez años después, entre 1935 y 1937, versión en la que una única frase pervivió de aquella primera versión: «Empiezo a percibir el perfil de mi muerte», pues frente al afán de construir una obra donde la voz de Adriano fuera el eje para hacer oír todas las voces de todos los tiempos, Yourcenar concibió un libro que devino en la reconstitución del género.
Así como en Marguerite Yourcenar sobrevivió aquel pasaje, en mis recuerdos siempre prevaleció uno de los mejores finales que había leído por aquel entonces; el mismo que tuve tentación de volver a leer antes de iniciar la lectura para ver qué tanto mis recuerdos eran fieles a aquella primera oportunidad. No obstante y para placer mío me resistí. Así que llegué al final de su lectura con los ojos abiertos para confirmar que el espíritu guardado en mi memoria, seguía siendo el mismo en una obra que volvió a emocionarme y conmoverme por la forma en que su autora da voz a un hombre que trató de cruzar los umbrales de la muerte, desde una mirada diferente.
Comentarios
Deja un comentario