Blaxter, Hughes y Tight, en su altamente recomendable ¿Cómo se hace una investigación? (Gedisa, 2000), entre otros aspectos importantes que abordan a propósito de la planeación y diseño de un proyecto para trabajo de grado, hacen una serie de apuntes y recomendaciones vinculados al papel que juega la lectura para dar claridad y consistencia a un trabajo académico. En ese contexto, elaboran una suerte de decálogo de las razones del porqué se debe leer como también para reconocer que esta práctica, de cara a una investigación, no resulta sencilla, sino que demanda del establecimiento de una estrategia por parte del investigador; razón por la cual dan una serie de tips a los investigadores en formación, para enfrentar el reto de leer.
En el caso de quien escribe, la lectura de artículos (académicos y científicos) o libros, así como la consulta de cualquier fuente que pueda representar una ocasión para explorar, encontrar y reconocer información susceptible de apoyar mi actividad académica e investigativa, ha terminado por confirmar la importancia de la lectura cual práctica social; experiencia que ha llevado a tomar decisiones oportunas y tácticas, pues a tono de lo que plantean las autoras y el colega referidas antes, si hay un punto complejo en el quehacer investigativo, es precisamente la lectura, por lo que se debe saber definir una plan o estrategia para poder cumplir con un requisito imprescindible en el quehacer del investigador.
Es así que quiero compartir con quienes me leen, y en especial mis estudiantes de licenciatura, la experiencia que alrededor de la lectura para la planeación y diseño del proyecto de investigación del que en este espacio he venido hablando antes; mismo del que aun no escribo una línea formal, a la espera de concluir con una primera revisión de textos que he decidido revisar para abonar a la perspectiva interdisciplinaria desde donde -por ahora- estimo trazar la ruta de esa investigación.
Debo confesar que en este proceso ha sido clave mi hijo Emilio, junto a quien he dado inicio a esta aventura lectora en la preparación del proyecto. Resulta ser que desde unos meses antes de la pandemia, le propuse que mientras esperábamos su ingreso al colegio, nos pusiéramos a leer (su hermana Xime entra a las 7 am y él a las 8 de la mañana). Fue así como, tras su aceptación, me dispuse a leerles un par de textos de divulgación sobe mitos y leyendas que hace algunos años publicó en sendas ediciones especiales Muy interesante, par de tomos donde se abordan las historias de diversos mitos que han contribuido a la cultura y el pensamiento mágico de diversos pueblos.
Después vendría, por aquellos días, la lectura de un libro para niños sobre mitos mexicanos, al que sumaría ya en cuarentena y por las noches antes de dormir, uno sobre mitos y leyendas de la Grecia antigua, una obra que mi hija revisó en secundaria y que me llevaría a la adquisición de una obra similar para el caso de América Latina, que nos encontramos en la presentación de un libro en Mar adentro.
Encarrilado como estaba y frente a la pandemia, me habitué a comprar literatura en línea, así que varios libros vinculados a mitos, leyendas y creencias en el mundo antiguo y contemporáneo, han pasado a formar parte de mi librero; compra que aproveché para solicitar textos de Barthes, Eliade, Levi Strauss, Castaneda y Cassirer, pero igual algunas lecturas que me pidió Emilio.
Es oportuno mencionar que también nos hemos dado ocasión de leer a La vuelta al mundo en 80 días de Verne, Los compas y la máquina del tiempo y por estos días estamos a un tris de concluir la lectura de Se vende mamá y El pie que no quería bañarse, pues si bien habíamos acordado leer La Odisea de Homero, decidimos esperar hasta leer La Ilíada. Así que por ahora sus sueños son cobijados por literatura infantil.
Por cierto, en días pasados mi hijo me preguntó cómo se llamaba la leyenda del niño que quería de regalo la luna. Le pregunté porqué y me dijo que estaban hablando sobre la luna en su clase. Se lo dije y minutos después escuché la forma en que se lo contó a su maestra, quien lo felicitó por haber compartido la historia. Es decir, hasta en esta experiencia lectora, mi hijo ha beneficiado su aprendizaje formal.
Así que mientras a mi Amy le leo por la noche, en el día me doy ocasión de avanzar con la revisión de artículo, leo libros y, antes de dormir, tras ver alguna película o serie televisiva junto a Silvia, me echo unas páginas del que tengo en el buró, en esta ocasión y a diferencia de lo acostumbrado (pues siempre suele ser una novela), lo teórico me ha venido acompañando desde mediados de febrero. Esto sin obviar las revisiones y retroalimentaciones que hago a los trabajos de mis estudiantes. Pero eso, es otra historia.