El barrio, un espacio entrañable

Con cariño a toda a mi familia… y al barrio, por supuesto.

Recuerdo fue aquella tarde cuando en mi ciudada natal, Cosamaloapan, Ver., uno de los presentadores del libro De fronteras… mares. Reflexiones locales para una sociedad del conocimiento (Plaza y Valdés, 2010), entre los apuntes que hizo para hablar de mis orígenes, destacó que había nacido, «aunque no lo creyeran», en La Playita, un barrio histórico de mi pueblo, en donde llegaron a asentarse un buen número de cantinas, además de los burdeles más famosos por aquellos días de mocedad y juventud. Con el tiempo, terminarían por desaparecer tales tugurios, para que, ya en tiempos de alta incidencia delictiva encabezada por el narcotráfico, el nombre de Cosamaloapan y La Playa, volvieran a cobrar visibilidad, pues entre la nueva generación de chavos, hubo algunos que pasaron a engrosar las filas del crimen organizado, sin dejar de señalar que la lideresa de una banda de secuestradores, cuando la detuvieron, se supo que era de ese pequeño terruño bañado por las aguas del Río Papaloapan, específicamente del barrio que me vio nacer.

Ese es el barrio, donde siguen viviendo mis padres, el mismo que mis hermanos y un servidor, seguimos recordando con mucho cariño, especialmente cuando se trata de rememorar aquellos día de infancia y creatividad, cuando en medio de las carencias económicas, la imaginación sacaba a flote nuestras tardes de diversión, sea porque nos íbamos al basurero cercano a rescatar cachivaches que nos permitieran construir algunos carritos para jugar carreras entre los cuates, bien porque fabricabamos resorteras para ir de caza a los montes cercanos, pero también porque hacíamos del fútbol el reto barrial para ver qué cuadra era la más chingona. Ni qué decir del béisbol, que diera tantas satisfacciones al barrio, pues de ahí salimos varios que tuvimos la fortuna de integrar selecciones que representaron a Veracruz en torneos nacionales organizados por IMSS.

Y es que, en lo personal, no hay como esas vivencias ligadas a ese espacio intenso en lo biográfico y emocional que es el barrio. De allí que hace unos meses, cuando tuve ocasión de ver una película de la que tenía recuerdos entre las sombras propias de una memoria que sólo recupera lo que le conviene, volví a emocionarme: Los muchachos de mi barrio (Carreras, 1970), protagonizada por Palito Ortega, en la que se narra la historia del regreso, después de muchos años de éxito fuera de su país, de un cantante argentino, quien desanda el tiempo para reconstruir buena parte de aquella infancia y adolescencia vivida en el barrio junto a sus amigos. Más allá de la calidad de la cinta, lo que golpea es atreverse a reconocerse en esos personajes que terminan por tener algo de entrañables: desde aquellos que alcanzaron el éxito empresarial, hasta ese pobre que desde muy temprano en su vida, decidió asumir su condición de perdedor, con la dignidad propia de un niño que hace de la desidia, un principio de vida.

La vi con Silvia y mientras yo era un mar de lágrimas hacia el final de la historia (pues como dice Sabina, suelo llorar con las más cursis películas de amor, y si es hacia el barrio, con más razón), ella con la tranquilidad que le caracteriza, reconoció que era una película muy emotiva. Y sí, ahí está el barrio, ahí están los amigos con quienes jugábamos a inventarnos el mundo, ese puñado de chamacos en short y casi siempre sin camisas, además de descalzos, pues no siempre se tenía para chanclas y menos para otro tipo de zapatos (cómo olvidar amigos disponiendo de su tacos de futbol, para emplearlos como calzado del diario).

Por eso hoy que mi hijo Emilio se ha hecho de un puñado de amigos y me pide permiso para salir a jugar una hora, cuando ellos han concluido con sus tareas escolares o hogareñas, y él, concluido con alguna actividad que no le ha dado tiempo de cerrar en su horario de clases, le digo que sí; pues faltos como están en esta contingencia de contacto social, hoy que ha descubierto tiene vecinos de su misma edad, lo primordial para quien escribe, es facilitarle recrear estos años de infancia, más allá de su ocio digital; lo que le ha permitido darse cuenta, que para divertirse no se necesita la última tecnología, sino una pizca de imaginación, pues lo demás viene de la mano.

No sabemos qué pase mañana con estas amistades en ciernes, pero espero que cuando llegue a la adultez y vea a alguno de ellos, la sonrisa se dibuje en su rostro, por aquellos recuerdo que en su presente, aún puedan ser una posibilidad. Como igual nos pasa, cuando en el barrio de pronto nos tropezamos con alguno de aquellos amigos con quienes hacíamos de las tardes-noches, una experiencia vital para cada uno de nosotros. Ese es el barrio, el lugar donde suelo regresar de vez en vez.

 

 

 

Comentarios
  • Isabel
    2021-11-02 4:58 PM

    Excelente, como todo lo que escribes, gracias amigo

    • Genaro Aguirre Aguilar
      2021-11-03 8:35 PM

      Gracias Isabel por leerme

  • Anónimo
    2021-11-02 3:16 PM

    Qué bueno que dejas a tu hijo disfrutar de las amistades del barrio. Ese que pocos olvidan.

    • Genaro Aguirre Aguilar
      2021-11-03 8:35 PM

      Gracias por su comentario

  • Silvia Ramírez
    2021-11-02 12:35 PM

    Muy emocionante leer el texto que igual me regresa a mi infancia y mis juegos de calle

    • Genaro Aguirre Aguilar
      2021-11-03 8:36 PM

      Que bueno doña Silvia, aquí estamos juntos

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