Debo confesar que tiene varios días he decidido no escuchar a Carmen Aristegui, como suelo acostumbrar una vez que dan las 7 am. Esto porque al sentarme frente a la computadora por ahí de las 6 de la mañana, a través del servicio de streaming de mi preferencia, me engancho con la escucha de música «propia» para esa hora del día.
Y es que suele ser costumbre en mi vida académica, particularmente vinculada con la investigación y la producción de conocimientos, tratar de hacer de la música un elemento primordial en lo que hago a diario, para lo cual tengo mis playlist, pero también suelo explorar en la oferta que, a través de su algoritmo, me recomiendan o bien me pongo a buscar algún aliciente entre las novedades que periódicamente se presentan.
Es justo en ese contexto, que desde hace un par de semana me he dispuesto a escuchar aquella música que solía oír cuando joven, especialmente lo que entonces conocíamos como «música instrumental». Y es que si echamos a andar la memoria, es posible reconocer un puñado de ejecutantes que solían formar parte de nuestro repertorio musical, pues aunque estas generaciones no lo imaginen, en algún momento, la oferta televisiva y radiofónica, se daba la oportunidad de presentar o programar música instrumental. Así conocimos a Richard Clayderman, Frank Pourcel, Ray Conniff, Bebu Silvetti, Santo & Johnny, Ennio Morricone, Paul Mauriat, entre otros de cuyos nombres no me acuerdo como tampoco lo supe cuando escuchaba su música. Simplemente me gustaban. Por supuesto que había otros que nunca me gustaron, como por ejemplo Juan Torres, quien ejecutaba el órgano.
Es a propósito de esto que, aprovechando tales recuerdos, ando a la caza de una melodía que a mi mamá y a mi nos gustaba mucho. Solían ponerla en la XEU. Decenas de años después la volví a escuchar en un convivio en la UCC, por lo que, cuando fui consciente de ello, corrí a preguntarle al DJ sobre ella. Le pedí si podía volver a poner una canción que tenía unos minutos de haber sonado. Me mostró el albúm. La buscó y, aunque no lo crean, no la pudimos ubicar. Algo ocurrió que por más que recorrimos las piezas, no dimos con ella.
Total que con esa razón a cuestas, me la he pasado revisando listas de música instrumental, con la esperanza de tener la oportunidad de encontrarme con aquella canción de la que nunca supimos el nombre; lo que me ha permitido volver a escuchar entre otras melodías: Balada para Adelina (Clayderman), El delfín azul, Flauta de Pan, Se busca, Zorba el griego, Los sonidos del silencio, Extraños en el paraíso; un rastreo que tamnbién me ha llevado a encontrarme con un par de discos de clásicos temas prohibidos del cine: Bilitis, El amante de Lady Chatterly, Emmanuelle, Les Femme, La prima Volta, Historia de O, La primera vez.
¡Uff!, cómo olvidar aquel día cuando le pedí al chofer del ADO, como solía hacer, que si podía poner un cassette que recién había comprado en un botadero de Chedrahui. Todo iba bien hasta que en una de las canciones, se comenzaron a escuchar los quejidos propios de un encuentro sexual, y hasta ahí llegó la escucha. Bajo el volúmen y ya no hubo oportunidad de escucharlo nada. Cuando me lo entregó nada más atinó a mover la cabeza con un esbozo de sonrisa.
Así que en esas ando por estos días a temprana hora. Espero que la vuelta a la juventud a donde remiten estas melodías, además de entusiasmarme, me permitan tropezarme con aquella canción que tan gratos recuerdos me provoca, al rememorar la forma en que doña Lucre (o sea, mi señora madre), nos pegabamos a la radio recrearnos en aquella melodía. Incluso me parece recordar que a uno de los hijos de los dueños de la tiendita de enfrente, Beto, también le gustaba. Y como era de los que tenían teléfono, le pedíamos hablara a la estación para preguntar por ella.
Nunca supe si realmente hablaba, pero lo que sí, es que hasta la fecha desconozco el nombre y no tengo idea de quien la tocaba. Sigo pues buscando.
Comentarios
Estimados Lalo:
Gracias por tu comentario.
Sí, el mundo de ahora es diferente. Antes la relación con los medios seguro era más vertical pero el aprendizaje tenía cabida, así como la decisión para escuchar lo que uno tuviera a bien. Hoy cuando parece recae esta responsabilidad en la audiencia, lo cierto es que el menú es menor y las posibilidades para que mañana saquemos del baúl de los recuerdo alguna pieza particularmente significativa, ya no será igual, pues incluso, puede que no se tenga memoria de alguna. En fin, no nos tocará.
Y ni me digas de la anécdota del ADO, que cuando lo recordé, también me puse a reír.
Saludos
Estimado Dr. Genaro,
Su texto me hizo pensar en las formas en las que hoy particularmente se establecen vínculos entre las audiencias y los medios de comunicación, no tuve la oportunidad de tener ese tipo de interacción pero me parece que debió ser una dinámica muy interesante. Reí mucho con la experiencia del ADO, parece que este tipo de experiencias nos van quedando grabadas y forman nuestros recorridos, le agradezco el compartirlas, esta parte biográfica suya me parece muy interesante.
Le mando un abrazo.
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