Del Coco a Pedro y el lobo en la universidad I

Recuerdo que, cuando era estudiante universitario (en aquellos días, cuando forjaba un futuro en el campo de las Ciencias y Técnicas de la Comunicación), solía llegar un grupo de estudiantes de semestres superiores para decirnos que estuviéramos atentos, pues seguramente nos visitaría un grupo de izquierdosos, quienes, a pie descalzo, nos invitarían a ser parte de un ala del estudiantado que -más valía- no hiciéramos caso, pues con ellos llegarían todos los males a nuestra institución.

Total que terminé mis estudios y me quedé esperando a los lobos de fauces feroces que, según algunas narrativas propias de la representación estudiantil de aquel entonces, solían acompañar el paisaje formativo en una facultad de la Universidad Veracruzana, donde prevalecía cierta ideología alimentada desde las esferas del poder político estatal, pero también del docente.

Con los años, terminaría por comprender que aquellas fabulaciones, bien podían dar cabida a una cierta adaptación de aquel cuento ibérico del Coco, un relato infantil a través del cual se educa, desde una práctica atemorizante, a los niños, especialmente cuando no se quieren dormir; pero que, en el caso aquí referido, se ligaba a permanecer atentos, a la expectativa, para no vernos sorprendido por la encarnación de un ser maligno, investido de estudiante buena onda.

Y es que si algo suele prevalecer como prácticas y hábitos al interior de algunas comunidades académicas, es la construcción de mitos y creencias que terminan por anidarse en el imaginario y la representación que del mundo pueden llegar a tener quienes -se supone- se preparan para pensar distinto, para reinventar el mundo y hacer de él un lugar más generoso. Es decir, la razón por encima de la emoción, el conocimiento arriba de la desinformación.

Pero no, todo lo contrario, las fabulaciones, las creencias, los mitos, terminan por dar cabida al miedo, que deviene angustia e incertidumbre entre ciertos sectores educativos que viven inmersos en un temor como parte de un rito de paso que -no siempre- es superado, como resultado de una suerte de actitud condescendiente, incluso construida desde el desconocimiento, que termina por ser un terreno propicio para narrativas atemorizantes.

Así, quienes estudiamos comunicación sabemos de ciertos mitos que se han construido alrededor del papel que han jugado los medios en su relación con las sociedades en distintos momentos de nuestra historia. Ocurrió con el cine cuando se estrenó y ciertos grupos conservadores veían en él la encarnación del mal. Vendría la radio y después la TV y, en mayor o menor medida, el estigma en contra de una y otra, por los sacudimientos socioculturales que provocaron. Luego serían los videojuegos hasta llegar hoy a las TIC. Más allá de ser apocalípticos o integrados, hay un paisaje atemorizante producto del desconocimiento y otras veces resultado de intereses poco transparentes.

Y sí, efectivamente, siempre se ha satanizado al medio antes que a las formas de empleo que sus usuarios de ellos, narrativas que cobran vida y sentido en el terreno fértil de los lugares comunes, los mismos que -se pensaría- habitan y se reproducen en aquellos espacios y entre quienes al acceder a la información, dejan de asumir una actitud crítica frente a lo que consumen; pero que este lugar común ya haya llegado a ciertas instituciones de educación superior, es preocupante, siendo que temerle al Coco o estar angustiados esperando la llegada del lobo, termina por anquilosar la tarea educativa.

Sobre esto volveremos en las siguientes entregas.

Comentarios
  • Eduardo Gabriel Barrios Pérez
    2022-11-07 9:23 AM

    ¡Que no nos alcance el lobo feroz, ni el coco!
    Muy interesante la reflexión doctor, a propósito de hábitos y prácticas que no necesariamente transitan por un tipo de pensamiento reflexivo que invite a desentrañar justamente esos mitos, parece que en la labor educativa corresponde invitar a pensar más de forma cuestionadora con aires de duda que bajo certezas poco fundamentadas.

    Abrazos.

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