Investigación y novela policiaca

Fue en mis años de estudiante universitario, cuando comencé a tener conciencia de la importancia de la novela policiaca como una experiencia lectora que contribuía a repensar los caminos de la investigación académica. Y si bien ya en la adolescencia y juventud me acostumbré a leer historietas como fue La Novela Policiaca, lo cierto es que por aquel entonces, solo era por divertimento y disfrute, pero sí que me llamaba la atención el lugar que la evidencia, los casos se investigaban, para hacer del pensamiento lógico, el espacio desde el cual ir construyendo pesquisas que condujeran a dar con los culpables de alguna fechoría.

Sin embargo, ya en la licenciatura y el hábito del que me fui haciendo para que la lectura fuera en mi vida una práctica social, es que el gusto por la novela policiaca tanto como el género negro o thriller en el cine, por ejemplo, fue dando sentido a mi vida, para que -ya más tarde- una vez que llegué a la docencia universitaria, de poco a poquito, se me fueran revelando estos géneros como espacios para reflexionar sobre la investigación, sus métodos y sus propios quehaceres.

Ya para entonces, encarrerado como estaba, tuve ocasión de leer algunos ensayos y libros sobre este género, sus fórmulas y los estilos que suelen caracterizan a las novelas y las películas de este tipo. Pero fue sobre todo en la literatura donde mejor me acomodé para dimensionar la forma en que la arquitectura narrativa, la trama, así como sus personajes y los casos, podían ser los objetos de entendimiento para deconstruir y reconstruir, desde una mirada propiamente académica, metodológica o, en todo caso, investigativa, las tramas que definen los universos de la novela policiaca.

Acercarme a la literatura de Raymond Chandler, Dashiell Hammett, y el pionero para muchos, como sería Edgar Allan Poe, me llevó del goce por las tramas de las historias, al disfrute de las tesis, las hipótesis, los supuestos, las intuiciones, las dudas, las sospechas, desde las cuales el detective o agente, comienza a vislumbrar posibilidades sobre los culpables. Y es que del caso, al corazón del conflicto y sus entretejes, es un asunto que requiere de la articulación de un método que haga de la evidencia el elemento que conduce al oficio, la intuición y el método detectivesco, tan similar a ese sujeto que indaga desde lo académico y tiene que echar mano de un supuesto, un enfoque, de una metodología que le permita ingresar al campo para enfrentar la necesidad de levantar evidencia que favorezca la explicación de su problema.

Ya luego vendría saber el lugar que en la literatura tiene Sir Arthur Conan Doyle y su famoso detective, quien hace del razonamiento lógico, la observación sistemática y el método científico, los recursos de los que se vale para develar el misterio de un crimen. Y si bien, Agatha Christie es la maestra del misterio, qué le podemos pedir a Patricia Highsmith y el tono desde el cual construye una intriga que te atrapa; incluso a uno de los últimos escritores que descubriera durante la pandemia: Henning Mankell, quien desde Suecia nos atrapó con su detective crepuscular, Kurt Wallander.

Por eso, la última novela de Arturo Pérez-Reverte, El problema final (Alfaguara, 2023), se hace doblemente disfrutable, al darnos la oportunidad de intervenir y contribuir en la resolución del caso de un extraño asesinato, donde como telón de fondo, se encuentra también la reflexión sobre las fórmulas que caracterizan a este género literario, al darse la oportunidad -en voz de uno de sus personajes-, de poner sobre la mesa aquello que distinguen los estilos de la maestra Christie y el maestro Conan Doyle, quienes a lo largo de su trama van construyen un relato que deja razonables vacíos argumentales que terminan por darle sentido al estilo, donde no siempre la solución concluyente es de un final feliz.

Así, toda investigación se sabe, concluye porque hay que terminar con los compromisos administrativos o porque hay una sobre abundancia de información que obliga a ir cerrando el caso, no necesariamente porque ya tenemos todas las explicaciones o soluciones al problema. Por eso, el conocimiento que se construye desde la investigación es un continuum, una travesía constante frente a objetos de interés que nos demandan de un pensamiento lógico, echar mano del mejor de los métodos, sin tener que renunciar a la creatividad y la imaginación, para poder hacer de una vuelta de tuerca, la posibilidad para enfrentar en mejores condiciones los dilemas de un estudio frente a las complejas realidades que suelen ser de interés para los investigadores, especialmente en el terreno de las humanidades.

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