Recuerdo que estábamos en uno de los entrenamientos, alguna de aquellas tardes en el campo de La Playa, el barrio donde nací hace casi 60 años, cuando nuestro entrenador, Jesús Rosales, El Bronco Rosales, nos habló -por primera vez- de un joven pícher mexicano que, en las Grandes Ligas y con apenas 19 años de edad, estaba causando sensación. Nos dijo su nombre y para ese instante a todos nos resultó desconocido. Sin embargo, al cabo de los días y semanas, pasó a ser un referente para la bola de chiquillos que, en aquel entonces, soñábamos con que el Rey de los Deportes fuera un proyecto vital en nuestras vidas.
Era Fernando Valenzuela, un lanzador zurdo que aquel 15 de septiembre de 1980 debutaría con el pie derecho, cuando el manager de LA, Tom Lasorda, sobre la 5a. entrada en un juego de los Dodger vs Bravos de Atlanta, lo llamó a relevar. Y es que se dice que Valenzuela -en realidad- estaba contemplado como relevista. Sin embargo, seguro algo vio en él su entrenador, para hacerlo inicialista y, finalmente, contribuyera a dar paso a una de las leyendas del deporte contemporáneo, un auténtico fenómeno deportivo que provocó lo que -entonces- se conoció como la Fernandomanía, únicamente porque en cualquier parque de beisbol donde él se parara a pichear, no había cupo suficiente para dar cabida a los miles de fanáticos que querían estar frente a alguna de sus proezas.
Dueño de unas cualidades que difícilmente hoy tienes los lanzadores, se destacó por el dominio que tenía sobre uno de los lanzamientos más letales para un bateador: el screwball, también conocido como tirabuzón, una pichada de las más arriesgadas para el propio lanzador, al ser un lanzamiento que requiere girar el brazo, casi por completo, en sentido de las agujas del reloj, buscando que la pelota rote de manera inversa a la forma en que naturalmente lo hace. Y si bien ha habido varios pícheres que lo han empleado (Jim Palmer de los Orioles de Baltimore, por ejemplo), nadie alcanzó la fama de Fernando Valenzuela con su lanzamiento; muchos meno ahora cuando, por protocolo, ha sido prácticamente prohibido ante el riesgo de lesiones que puede vivir un lanzador.
En alguna de las entregas anteriores, reflexionaba sobre la suerte que algunos tenemos de haber visto a deportistas extraordinarios, entre los cuales destaqué al Toro de Etchohuaquila (como también se le conoció), un lanzador inigualable y mucho más para estos tiempos, pues difícilmente hoy un lanzador se le permiten más de 100 pichadas en un juego, siendo que aquel gordito que miraba al cielo antes de cada lanzamiento, en su segundo año ganó 8 juegos en línea, 5 de los cuales fueron blanqueadas. No por menos, aquel 1981, fue declarado Novato del Año, pero además ganó el Cy Young, algo que hasta la fecha ningún lanzador ha logrado y dudo que alguien lo alcancé algún día.
Por si esto fuera poco, fue pícher en aquellos años cuando, en la Liga Nacional, los lanzadores tenían que batear como en los orígenes del beisbol. Hoy esto ha desaparecido, por lo que quienes vimos batear a Valenzuela, nos sorprendía la facilidad para conectar la pelota, pero además batear jonrones, razón por la cual, Tom Lasorda, en ocasiones lo llamaba como bateador emergente, por la confianza que le tenía de ser un bateador, particularmente efectivo.
Hoy que millones de jóvenes mexicanos ensalzan la mediocridad para convertir en ídolos a figuras que, de no ser por las redes sociales y la ausencia de conciencia o pensamiento crítico de las nuevas generaciones, permanecerían en el anonimato departiendo entre sus iguales la sarta de estupideces con que se vanaglorian, difícilmente alcanzan a dimensionar lo que es profesar la admiración por alguien que puede llegar a ser un ejemplo por sus cualidades innatas, pero también por aquellos atributos que adquiere y consolida, cuando se reconoce estar en un momento y en las condiciones ideales para dejar un legado.
Y eso fue Fernando Valenzuela para nuestra generación y algunas más que lo pudieron ver a lo largo de 17 temporadas en las Grandes Ligas. Sin duda, muchos de aquellos chiquillos y jóvenes que lo admiraron siguieron sus pasos y cumplieron sus sueños de llegar al beisbol profesional. Otros, nos quedamos en el camino. QEPD uno de los 10 mejores deportistas de todos los tiempos y a quien esperamos la racionalidad pragmática que prevalece en la MLB, algún día le haga justicia y El Toro ingrese al Salón de la Fama, aunque sus números finales no se lo permitan.
La dimensión simbólica de lo que fue y será para la historia del beisbol, difícilmente ya alguien lo alcance. Y esos es un merecimiento.
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