El escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño desafía en La insaciabilidad las inercias de un establishment cultural que se dedica a administrar lo correctamente aceptable en los ámbitos estético, moral y político en una ciudad como Xalapa. Además, la novela no sólo es un ejercicio literario al seguir las premisas de Vladimir Nabokov, quien privilegió la estructura al orden de las ideas, también es un cuestionamiento metadiscursivo acerca del valor del arte.
La cosa no es tan fácil de fraguar, si consideramos que el escritor de marras purga penitencia en una ciudad que no ofrece espacios plenamente libres de las redes de poder que se tejen entre la cultura, la educación y los gobiernos. Por eso, tal vez, se justifique y explique la virulencia de un personaje maldito que Garramuño antepone para fanfarronearle a la crema y nata de una acrópolis con ínfulas de clásica.
Lo que hace Marco Tulio es ocupar al sarcasmo como herramienta para desempeñar su misión de esteta, como Simeón, pero el de Aguilera parado en una tablilla burocrática cuasi inmóvil y cuyo centro de gravedad surrealista es el café La Parroquia. No se pone en papel de serio para encarar este remedo de taberna del Quijote de Cervantes en donde todo lo improbable es una divertida casualidad. No hay, como dice Milan Kundera acerca de la novela, un pacto de verosimilitud en la literatura y las coincidencias son más que fortuitas a manera de un vaudeville. Estamos sí, utilizando la definición del autor de La insoportable levedad del ser, para entender un libro unión de estilo frívolo y tema de gravedad, relato de la terrible insignificancia de los dramas sucedidos en la cama y en la escena de la Gran Historia.
Bajo este esquema teórico-estético La insaciabilidad se ubica en la más filosa de las paradojas: para qué sirve el arte, para qué diablos se utiliza a la literatura en tiempos donde la vida carece de significados ulteriores al tiempo que el protagonista busca compulsivamente publicar sus textos.
Para Aguilera no es fácil la respuesta aunque, en principio, como buen esteta que es, por supuesto que tiene sentido la literatura. Su literatura ronda la liviandad y evita endilgarle compromisos a la trama, de no de cargarle las tintas al escritor; como buen émulo de Nabokov, sostiene que la prioridad es el estilo. Ventura profesa los conceptos de Nabokov quien afirmó que la esencia es la estructura literaria y las grandes ideas son bazofia. De ahí que decida escoger de héroe a Simeón el estilista. Hay una filosofía en La insaciabilidad, sí, que recupera pragmáticamente frases y no asume nunca dogmas. Lo que se hace, según esta praxis venturiana, es captar determinados planos accesibles y pescar en aguas superficiales en vez de asfixiarse en aguas profundas.
En La insaciabilidad se percibe a leguas que el estilo va primero porque su novela está, ahora sí, celosamente redactada, revisada, lista, sin los chorizos literarios (que así califica el escritor colombiano a la paja descriptiva del boom latinoamericano).
En este contexto habría que interpretar el histrionismo de Aguilera que, como hombre de letras y narrativa individual, asume para levantar las naguas de una sociedad que todavía se muerde el rebozo. Para Marco Tulio la arrogancia es un método; considero su egolatría como vórtice de un personaje que ha soportado una hegemonía cultural en Xalapa de características provinciales, conservadoras en extremo, que rinde pleitesía a sus cabezas intelectuales -los sabios de la Atenas, que ironiza Garramuño-, por llamarles de alguna manera, y que son premiados con el confort de las instituciones públicas no obstante su contribución a desentrañar los meandros de la vida a través del arte haya sido reducida.
Para ahondar en la paradoja Garramuño tampoco esconde sus faros literarios. Insiste Ventura durante toda la saga su admiración por Henry Miller; y, en efecto, el tránsito de Ventura en La Parroquia y en La Tasca recuerda precisamente el horizonte de Miller en Plexus. Luego nos plantea en alto contraste la disipada vida de Ventura en un pueblo como Xalapa frente al desbordante mundo nocturno del París del propio Miller en Trópico de cáncer. No es lo mismo festejar un triunfo en la Xalapa de los ochenta con un vino de Calafia comprado en las tristes tienduchas de abarrotes en el Cerro de Macuiltépetl que celebrar con prostitutas en Montparnasse. Ventura aspira a constituirse en esa alma negra llena de escritores, de un gran espíritu junto a Fiódor Dostoievski y el citado Miller. De ahí que Ventura diga: “El vicio de la trascendencia le molesta. Nada de epopeyas, humildad, humildad” (127).
Genio y camorra
Ahora bien, el otro lado de la paradoja de este colombiano es que no puede reprimir su naturaleza camorrera. Él es crítico acérrimo y no podría acostumbrarse a ser manso, a domesticar la mala bestia que es y alinearse al grupo de mafiosos y mediocres funcionarios culturales que denuncia.
La furia de Ventura, su alter ego, se descarga en cualquier momento de exhibición. En la radio es entrevistado por el mítico conductor Cheché donde -el autor reconoce-, dice unas cuantas burradas para provocar –otra vez en congruencia con su personaje-, como tener un cuerpo perfecto y que el mundo que lo rodea, o sea Xalapa, es un desierto lleno de pollinos. Ventura construyó una especie de molino con el que lucha sin cesar: la ciudad se va en contra del escritor perverso que tampoco se sabe comportar en público y los sacrosantos lugares de hegemonía cultural lo linchan, ya sea en los cafés, los antros o los medios de comunicación; en este tenor el complot llega a extremos grotescos donde los enfermos de La Parroquia le recomiendan a Ventura: dale vacaciones a tu ego.
Sabe Ventura, no obstante, que estos delirios de grandeza eran nada más eso, amagos, no delirios, sino parte de un personaje que se solaza con una venganza simbólica en contra de la Xalapa casposa. No oculta sus emulaciones porque no son fusiles arteros; más bien, como un gran lector que es Marco Tulio, rinde homenaje a sus escritores favoritos. Y lo secundo porque, como no lo oculta, Ventura es capaz de aceptar que extrae escenas de El amante de Lady Chatterley, de los multicitados libros de Miller, La divina comedia, Dafnis y Cloe. Incluso en el fondo sí se halla humildad en La insaciabilidad: “La Novela valía menos que el papel donde estaba escrita” (442).
La señora Blaskowitz también le pone sendas lecciones a Ventura, su personaje. Una de ellas sin desperdicio: “Piensas que todo es provisional, memorable, modelo degradado de otra vida y de otras escenas que nunca alcanzarás. Eres incapaz de amar. Te falta humildad” (189).
Humildad que le llega vía incertidumbre, que lo tensa en todo momento, o más bien lo catapulta: el sentido aleatorio de la vida que se descubre como incontrolable a pesar de los patrones descubiertos en el arte. No siempre es igual, nada se repite, sino que hay variantes que, además, no tienen una secuencia narrativa natural en donde se halle un planteo, un desarrollo y un final. Para Ventura el sentido podría encontrarse hasta en la página 143, o después, y como en la vida, no sabemos si lo más trascendental o que nos dio mayor felicidad ya ocurrió y no supimos interpretar.
Asimismo la humildad de Ventura se vislumbra con la sorna con que él mismo se observa. Por ejemplo se compara en una balanza de egos con el pintor polaco Kristoff, delicioso lunático que aprende artes marciales y en pleno centro de Xalapa le enseña cómo salta impulsado con sus glúteos e inmediatamente proyecta en pleno rapto de optimismo irse a Europa, comprar una botella de champagne y descorcharla cuando su tren haya cruzado la frontera.
Con este panorama el episodio más precioso y revelador de La insaciabilidad es cuando La Fama asiste a la presentación del libro de Ventura. Todo un éxito había sido la presentación y La Fama se la pasa ensalzando el acontecimiento. La Fama se asoma al evento con su hocico de perro y su perfume de flores marchitas para picarlo, para justificar su distancia con Ventura: “Te tuve abandonado por mucho tiempo pero aquí estoy. Y ya vas a saber lo que puedo hacer por ti” (486). A Ventura lo rodeaba el triunfo: Televisa y los periódicos culturales y La Fama en primera fila cruzada de pierna como un personaje de tango.
“¿Algún día soñaste con tener el mundo a tus pies?” (488), le decía La Fama mientras le metía la mano en la entrepierna. Pero el escritor repara pues sabe que es parte de un rito social que se repite en cada presentación cultural.
Y es que después de tanta ansia por publicar un libro, para tener sentido en la vida, el escritor advierte que no ha cambiado nada. No suceden cosas extraordinarias. Más bien el escritor advierte que tras el rostro de la inocencia sólo se esconde la más deplorable obscenidad -sentencia quizás exagerada, pero reveladora de su sensibilidad y ética de vida. El sentido entonces será un eterno círculo, cuando menos para Marco Tulio es así: seguir en la escritura con más de 20 libros, seduciendo, reencontrando en la paradoja literaria su insistente e insaciable apetito por el amor.