Errabundo y pausado, el estilo de Te prometo anarquía traza de forma naturalista un romance inscrito en el new queer cinema con una atmósfera clandestina en el contexto de una ciudad que, como sigilosamente sucedió con la Ciudad de México, se convirtió en campo de guerra.
Te prometo anarquía está distante de la vesania sin control en las ciudades norteñas como epicentro de operaciones del crimen organizado. Mírese por ejemplo lo que ocurre en la ácida viñeta de El infierno (2010) de Luis Estrada, en la sugestiva denuncia de Miss Bala (2011) de Gerardo Naranjo y en la espeluznante sordidez de Heli (2013) de Amat Escalante, para constatar una camada de cintas cuya violencia es estridente.
El director Julio Hernández Cordón más bien decide retratar en la Ciudad de México un paisaje indiferente ante las asimetrías económicas y las prácticas más indignantes para el ser humano contemporáneo. De ahí que no sea gratuito que la fotografía de María Secco privilegie la inmensidad del concreto de los segundos pisos y los larguísimos pasos peatonales frente a los minúsculos sujetos en patineta.
Y es que la Ciudad de México de Te prometo anarquía ya introyectó no sólo la marginación como rutina de sobrevivencia, sino que agrega el peligro de que las mismas personas más desvalidas estén a merced del poder ruin de las mafias del narco. Es decir: la cultura subalterna, ubicada en la periferia, deja de representar el estereotipo de nido de maleantes y se reubica al mal invisibilizándolo para minar como humedad a todo el territorio.
En este caso Hernández Cordón aunque no ocupa el tema como volumen prioritario del filme, expone tangencialmente una muestra de los bizarros negocios de aquellos como sería el tráfico de sangre.
Lo que se advierte de inmediato es la percepción de una libertad decapitada, no exactamente explayada, no a sus anchas, sino más bien trata de un vagabundeo interrumpido por la insania de los narcos.
Las bandas otrora dueñas de la calle como vimos en La banda de los panchitos (1987), película dirigida por Arturo Velazco, ¿Cómo ves? (1986) de Paul Leduc y quizás hasta en Lolo (1992) de Francisco Athié, han pasado a un rol muy secundario frente a los cuernos de chivo.
El documental Presunto culpable (2008), dirigido por Roberto Hernández y Geoffrey Smith fue testimonio precisamente de la victimización de la banda en manos de un sistema de corrupción articulado al modelo judicial y policiaco que solapa al narcotráfico.
Por ello llama la atención que Hernández Cordón incluya en el soundtrack la canción “Perro negro y callejero”, del Tri, que se aprecia como un homenaje nostálgico a esas tribus que fueron cooptadas por la dinámica urbana e incluso la pieza en esta trama se antoja ingenua y hasta camp.
El filme tiene un tratamiento de personajes tan logrado, que no requiere antecedente alguno para justificar la presencia de los protagonistas que viven un amor de clóset a pesar de las diferencias de clase social. Opuesto al trecho social como leitmotiv de los discursos telenoveleros, Te prometo anarquía desecha esa herencia que tensiona las relaciones amorosas desde los siglos XVIII y XIX hasta la educación sentimental que ofrece la TV.
Te prometo anarquía no carga las tintas a los ricos como en Nosotros los nobles (2013), dirigida por Gary Alazraki ni a los chairos como en Güeros (2014), filme de Alonso Ruizpalacios.
Así como tampoco se altera para enjuiciar la diversidad sexual implícita en Te prometo anarquía. Es un cine queer en la vena plácida de Gus Van Sant en Paranoid park (2007) y de igual manera con Larry Clark en Ken park (2002), ambas cintas también enfocadas a la cultura de los skatos.
No hay en el filme un tremendismo que ahonde dichas diferencias ni tampoco se solaza por ser una drama gay; es discreto para no remarcar la condición marginal que engloba la anécdota: ni lo social ni lo sexual sirven de pretexto para ideologizar la narración, así como tampoco deja tentarse por la provocación contra el pensamiento conservador.
Mérito entonces que habría que agregarle a Hernández Cordón: se trata de un cine sin demagogia que, en gran parte según reconoce el propio Julio, se lo debe al tono del cine noir.
Una ciudad vampiro
En tiempos donde impera la violencia como mal endémico, la ciudad se convierte en un campo de guerra.
Siguiendo las ideas ensayadas por Sergio González Rodríguez, en Te prometo anarquía también el espacio del mal es continuo, simultáneo y ubicuo pero, sobre todo, sistémico -de ahí que siempre evoquemos lo que insinuó en los principios de su obra David Cronenberg como el carácter orgánico del mal: Fast company (1979), The brood (1979), Scanners (1981) y Videodrome (1983).
Y es que existe una notable diferencia entre la imagen de una ciudad hasta cierto punto vampirizada y otra cuyo mal es exterior.
Contrario a ese concepto de hacinamiento que plasmó el pintor Pieter Brugel en el siglo XVI y que permaneció como imagen del caos en películas emblemáticas como Metrópolis (1927) de Fritz Lang que reflejó el sentimiento alemán prenazi, como en la emblemática Blade runner (1982) dirigida por Ridley Scott o como el fin del mundo de La carretera (2009) basada en la novela de Cormac McCarthy y dirigida por John Hillcoat, la ciudad caótica que aparece en Te prometo anarquía contrasta con la hecatombe apocalíptica mencionada por su grisácea pasividad, quieta por calificarla de algún modo.
En todo caso Te prometo anarquía remite a las atmósferas cuasi marcianas de Amat Escalante en Los bastardos (2008) e incluso, aunque no con esa intención, hay una abierta tensión como en la Ciudad Juárez de Sicario (2015) dirigida por Denis Villeneuve.
La introyección que hacen las grandes urbes de la maldad se constituye en el nuevo asfalto. Hay un proceso lamentablemente epidérmico, donde las ciudades transpiran el mal que se torna en omnipresente, incorpóreo, que flota cual niebla que todo mundo percibe alrededor pero que no se toca.
Te prometo anarquía es en este sentido una inteligente apuesta por presentarnos un mundo permeado en todos sus rincones por el crimen organizado.
Parece más infectado y cedido a una especie de impasse que se vive en una Ciudad de México entregada al Apocalipsis de la marginación, que implica un trato cotidiano con el desempleo y la pérdida total de la noción de sujeto.
A ratos Te prometo anarquía es, si se puede deslizar la tesis, como una película de zombies donde los demás no existen.
Hernández Cordón no necesita contextualizar en dónde estamos: es una megalópolis sin espíritu repleta de automóviles y vías de circulación que simbolizan la falta de humanismo frente a una exclusión avasallante de quienes se arrinconan en subculturas, como los skaters.
Para el experto en análisis de mafias, el periodista italiano Roberto Saviano en su libro CeroCeroCero (2014) le sorprende la bifurcación de actividades legitimadas en la vida cotidiana mexicana. Y su pesimismo es angustiante de cara al salvaje accionar de los narcos en comparación con las mismas mafias rusas e italianas.
En este contexto el inusitado episodio de los traficantes de sangre de Te prometo anarquía adquiere un sentido diabólico. Una fuerza inusitada somete a los hombres como el poder de un vampiro y se disipa sin tener un rival; al revés, como si todo estuviese acomodado para continuar manipulando no sólo al Dios dinero sino a toda las personas sin importar rasgos sociales, arrasa el narco con una mueca decidida de exterminio en los términos menos elocuentes, hasta apacibles, donde alguien desaparece y nadie reclama nada.
Por todo lo anterior tiene razón la crítica de cine Fernanda Solórzano: Te prometo anarquía es la película más afortunada de 2015. Se suma este joven director a Carlos Reygadas y a Escalante como esa hornada de cine de autor que toda cinematografía, como la mexicana, se precie de un respiro frente a los esquemas del blockbuster. Si Hernández Cordón buscaba empatía, lo logró sin ambages: Te prometo anarquía es la entrañable instantánea de un grupo de jóvenes contradictorios en donde los ahoga la nula esperanza de tener futuro y a veces ni siquiera de tener presente. No importa que seas rico, pobre o de clase media, ni tampoco gay, hetero o bisexual, de todos modos no hay futuro.