Luna de plata y Neón. Cultura y modernidad en Veracruz de Genaro Aguirre Aguilar. Editado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Veracruzano de la Cultura y Entornos innovadores de aprendizaje
Raciel D. Martínez Gómez
La carta esférica de Genaro Aguirre Aguilar le permite ubicar las coordenadas de cambio de una ciudad, como Veracruz, que no fue reacia a la globalización. Al contrario, Veracruz Puerto fue complaciente para aceptar las radicales transformaciones sociales que se dieron a partir del epifenómeno de la globalización, en lo que fue el ocaso del siglo pasado.
Veracruz padeció, como muchas ciudades en el mundo, los embates de la globalización a finales de la década de los ochenta y prueba de ello es el impresionante crecimiento urbano a partir de las plazas comerciales. También habría que agregar a este novedoso paisaje de asfalto, la súbita aparición de rutas gastronómicas que otorgan el estatus de atmósferas cosmopolitas a las otrora dunas.
Este embate económico y cultural generó un explosivo y plural mapa de entretenimiento nocturno muy segmentado para atender la diversidad de nichos de públicos a saber: genéricos (un ramillete de opciones de sexo), clases sociales y generacionales. Cabe destacar que en este mosaico de nichos de públicos, se pueden apreciar combinaciones y fusiones en ambientes híbridos de convivencia.
El investigador asegura que dicha fecha marca un movimiento no menor en el heroico Puerto: en la década de los noventa, la cultura jarocha sale de un ensimismamiento provinciano. Es clave señalar que todo este aserto temerario de Genaro, donde Veracruz abrazó la modernidad o la posmodernidad, se basa sobre todo en su calidad de cronista.
Genaro observa un desplazamiento físico y cultural de la diversión y de las prácticas amorosas y eróticas de un primer cuadro del centro histórico de la ciudad hacia un flujo más de vitrina en el litoral de Boca del Río.
Metafóricamente estaríamos frente a una travesía del centro histórico, del seno de la tradición, hacia el margen de la ciudad en donde toma asiento la modernidad.
Me llama en este sentido la apuesta de Aguirre, pensar a la globalización desde un vuelco cultural y no desde el paradigma de la demonización que incluye, por supuesto, una postura esencialista. Es evidente que el análisis de Luna de plata y neón no está intoxicado del prejuicio materialista, el autor opta por una mirada de los efectos culturales y sobre todo comunicativos.
Aguirre utiliza un aparato crítico ecléctico que le permite ser omnicomprensivo gracias a una policromía de teóricos como Manuel Castells, Jesús Martín-Barbero o Francesco Alberoni, y una caterva de antropólogos que le cobijan su noción de cultura.
Aguirre en contraste al lugar común de la queja en torno al consumo mecánico y alienante de la novedosa clase media cada vez con un mayor confort -más crédito plástico, objetos suntuarios y prótesis tecnológicas-, está siempre abierto a la complejidad.
Genaro prefiere en todo caso proyectar su análisis en una tesis que no la pronuncia como tal, y que tiene que ver directamente con el hecho de que la gente comenzó a repensarse, “para imaginarse y reinventarse a sí misma en este contexto de la globalización”. La sensación que me da este aserto es que Genaro, como muchos otros como un servidor, estamos asombrados por la vorágine visual y auditiva de contenidos que transformaron las relaciones identitarias, que ya no obedecen a un tiempo y a un territorio definidos.
Y por ende estos contenidos modifican los usos del cuerpo, los sentimientos en consecuencia, donde se generan formas de erotismo y de expresión amorosa nunca vistas en la historia, o cuando menos no registradas hasta el momento.
Esta mirada supone lo que más me gusta del libro que estamos comentando: la elasticidad, la ductilidad conque el autor se mueve como pez en el agua en este aparente estado de incertidumbre epistemológica.
No voy a especular en torno a las razones del autor para ser dúctil en este sentido, porque si aseguro que se relaciona con su formación de comunicólogo, entonces piso vidrio propio. Pero estoy cierto que por ahí se explica.
La ventaja que tenemos los comunicólogos dentro del expertís y conocimientos del área de Humanidades, es que se trata de una ciencia puente, o disciplina puente, en donde confluyen diversas disciplinas que encuentran acomodo muy campechano entre nosotros, como serían la sociología, la historia, la psicología, las letras y la antropología.
El saldo de esta confluencia de saberes es el nacimiento de enfoques más abiertos y menos ceñidos a tradiciones teóricas. En este panorama, Genaro la pone muy sencilla al mundo intelectual y académico con su Luna de plata: la ciudad por sí sola ha desbordado los objetos de estudios que habían naturalizado ciertos campos del conocimiento.
De esta naturalización, y de la ideologización derivada de los cacicazgos académicos, ha costado mucho trabajo asumir un enfoque transdisciplinario en el que Genaro jamás duda de subirse a la ola para llegar a la playa como un surfista de postura elegante y con calidad de escritura de alta competición. Por ello, la reflexión meta teórica de Aguirre es pertinente al hallar las fisuras de los estudios multiculturales como un asalto, en donde todas las categorías, padecieran despojo: cultura, identidad, sujeto, interacciones y representaciones, entre otras.
El esquema de comunicación, basado en las nuevas tecnologías, ha influido para desestabilizar esos cartabones en donde la observación permanecía quieta; pero ahora se fusionó el mundo social de tal manera que los horizontes son otros, cada vez más lejanos para las expectativas de control metodológico.
Genaro Aguirre se fue de antro y regresó -eso espero-, con este libro que todavía transpira los bailes cadenciosos de La tasca colonial y El rincón de la Trova, los ritos del ligue más sofisticado en Ocean y Chévere Cocó y nos basta con la mínima descripción del trabajo de campo para quedar absortos ante las piruetas en el neón del Kokai y Lencería.
Hay un viento de cambio en Luna de plata que ayuda a entender que no existen identidades fijas ni formas únicas de las relaciones amorosas y sexuales. Hay, y vuelvo a la premisa de Genaro, elementos variadísimos en la ciudad de Veracruz “para imaginarse y reinventarse a sí misma en este contexto de la globalización”.