Laberintos recursivos, de Manuel Martínez Morales
Difundir la ciencia desde Marx, Groucho Marx
Raciel D. Martínez Gómez
Es cierto que hoy en día la tecnología te acerca a gente que veías y que te separó la vida, e incluso, la misma tecnología reduce, como magia, el tiempo que pasa inexorable y te hace recrear ambientes como un demiurgo.
Te asomas al pasado y resulta que tus amigos de la primaria no olvidan que a los diez años ganamos un torneo de futbol y aún seguimos celebrando nuestro invicto; o que los compañeros de la universidad –sí, de la surrealista Facico-, se la pasan toooooodo el día intercambiando, con furibunda creatividad, saludos y parabienes según el onomástico. Y está bien –saludos, por cierto, a mi chat.
Así es la vida, cambio constante, de vértigo, gozándolo, y uno nunca sabe hasta qué edad dejas de tener amigos, por ejemplo.
Yo digo que no hay tal, que no existe un límite para ello ni palabra de oro para definir el hasta cuándo tengo amigos; y diría, derivado de esta alegre incertidumbre, que siempre hay que estar abierto a esa posibilidad maravillosa de conocer a los otros en cualquier circunstancia que se dé.
Eso me ocurrió con Manuel Martínez Morales, al que leía desde hace tiempo en periódicos y portales, y ahora apenas que recientemente lo trato, poco más de tres años y medio, y ya lo percibo como un entrañable amigo, como si hubiéramos compartido mil cosas.
Y es que resulta, que sí somos amigos desde hace tiempo cuando lo leo y lo escucho en la presentación de su libro Laberintos recursivos, editado por Marginalia.
¿Que qué compartíamos sin conocernos? Intentaré explicar este vaso comunicante con Manuel.
Bueno, muchas cosas, entre ellas la duda por el método científico, su santificación pues, ese conocimiento que diría Jean Francois Revel muchas veces es inútil por su impertinencia ética (Revel recordaba las infaustas purgas stalinistas). También comparto con Manuel una ruta marxista –a lo que después volveré-, y a su vez comparto con él esa pasión y sensibilidad por los artes, en particular por la literatura y la poesía.
En la mirada de Manuel siempre hay algo poético, ahora descubro que pudiera estar en ella un dejo nostálgico tipo Fernando Pessoa (seguro que esta sí me la compra Manuel). Tiene Manuel un delete -no de egresado de Informática, aclaro-, de un segundo y medio, tiempo suficiente para divagar y externar un comentario siempre amable.
Nunca le he visto un aire docto ni pesado, y en reciprocidad recibo un alegre enfoque de las cosas, asertivo a más no poder con un humor delicado, sutil, de sabio, profundo en extensión.
Me detengo quizás en su enfoque dialéctico que va, viene, escucha y sintetiza, de evidente formación materialista, ha pasado por abrevar en la fuente misma, en Marx, Karl, el barbado, que suele ser un personaje de sus artículos que reúne en Laberintos recursivos. Es obvia su lectura crítica de la Escuela de Frankfurt, sobre todo la de Herbert Marcuse, que le impulsa sus llamados a la conciencia ecológica.
Supongo que transitó por ese magnífico y muchas veces olvidado libro El 18 Brumario de Luis Bonaparte, que escribió Marx con mordaz inteligencia, y seguro pasó sin ver por los manuales de Martha Harnecker, se detuvo con respeto en Nicos Poulantzas y llegó a Antonio Gramsci, como si hubiera visto al propio Yogi Berra, el mítico cátcher de los yankees de Nueva York.
Asimismo, seguro estoy de su lectura de otros marxistas como el suicida Louis Althusser, André Glucksmann y hasta Daniel Cohn-Bendit, que combinan a la perfección con su posicionamiento para difundir la ciencia.
Incansable, curioso y entusiasta, a leguas se le nota a Manuel su perspicaz manera de ver el mundo, de observarlo todo el tiempo sin anticipar conceptos, opta más bien por desentrañarlo con las mismas preguntas básicas de la filosofía y a las que agrega el arte.
Pero donde está nuestro vaso comunicante no es precisamente en este Marx y sus seguidores, sino más bien en otro Marx: un fantasma recorre Laberintos recursivos y esa fantasma es Groucho Marx.
El sarcasmo del actor de la película Sopa de ganso y escritor de Memorias de un amante sarnoso, ahora sí, atraviesan los textos del libro de marras. Recurrentemente, como apostilla metodológica, Manuel opta por Groucho para destemplar los dientes positivistas.
Y doy dos ejemplos de citas maravillosas que funcionan como sinopsis del carácter de Manuel:
1) “No puedo aceptar una invitación a comer a donde son invitadas personas como yo” (a lo que agregaría: «No deseo pertenecer a ningún club que acepte como socio a alguien como yo».
2) “¿A quién va usted a creer? ¿a mí, o a sus propios ojos? Estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros”.
Aunque sean descontextualizadas las citas, estas resumen a mi recién y a la vez viejo amigo Manuel, con el cual signo cualquier carta para la autoexclusión y para reprocharle, a algunos difusores de la ciencia, su barata arrogancia. ¡Felicidades mi Manuel por tus Laberintos recursivos!