La gran apuesta. Historia cínica del capitalismo
Convertir hipotecas en bonos y luego reventar la burbuja de especulación que se dio en torno a los créditos para vivienda en 2007 en Estados Unidos, constituyó el peor desastre económico en los últimos setenta años de la historia reciente del país vecino del norte.
Y tuvo que ser el atípico director de cine Adam McKay -amigo de Will Ferrell y autor total de El periodista/ Anchorman: The legend of Ron Burgundy (2004)-, quien a través del singular guión híbrido de La gran apuesta (2015), consigue transmitirnos el tono cínico conque se defraudó a los incautos necesitados de un patrimonio familiar con un desenfado provocador e impertinente.
Desde ¡Qué bello es vivir! (1946), del ya clásico director Frank Capra -a mi parecer un falso cuento de Navidad porque lleva consigo una fuerte dosis de crueldad-, no habíamos encontrado esta eficacia narrativa de La gran apuesta para desarrollar un telón de fondo macroeconómico con ejemplos terrenales de la vida diaria.
El juego de la fortuna o Moneyball (2011), cinta dirigida por Bennett Miller basada en la historia real del gerente general del equipo de beisbol Atléticos de Oakland, podría estar en esta línea de La gran apuesta revirtiendo la moraleja o la ideología en la sintaxis, y mostrándonos la dinámica económica contemporánea y sobre todo se constituye en radiografía del espíritu empresarial.
Quizás tendríamos que agregar en este bloque a El lobo de Wall Street (2013), dirigida por Martin Scorsese, basada en las memorias de Jordan Belfort, también pieza notable de lo telúrico que es el éxito en la posmodernidad.
Asimismo, habría que traer a colación el impresionante documental La corporación, dirigido por Jennifer Abbott, Mark Achbar y Joel Bakan que revelaba el carácter psicópata de las instituciones. Sin embargo, La corporación es una obra con propósito más reflexivo que una pieza de ficción como las citadas, además el tono está precedido de una fuerte dosis de juez que La gran apuesta no aspira.
La gran apuesta se ganó el Óscar al Mejor Guión Adaptado en 2015, nominado en los Globos de Oro y para los premios Bafta se llevó también el Mejor Guión Adaptado.
La película parte del libro del mismo nombre de Michael Lewis que relata la comentada crisis financiera de los Estados Unidos del 2007 al 2010. Es la burbuja económica que se creo a partir de los créditos inmobiliarios que se repartieron a destajo y de forma irresponsable, sabedores incluso que tarde o temprano llegarían los tiburones corredores de la Bolsa para comerse vivos a quienes de pronto tenían una casa sin tener las condiciones materiales para mantener la hipoteca.
Antes, o después, las burbujas estallan
Historiadores de las finanzas, como Niall Ferguson, han dicho que ni siquiera el atentado 11-S de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York, fue tan demoledor para la economía mundial como la crisis inmobiliaria del 2007. Es más, Ferguson postula en su libro La historia del dinero, que después de La gran depresión -de entre 1929 y 1933-, el acontecimiento más impactante es la crisis de 2007 en EU, donde se reventó una burbuja cuya especulación básica fueron los créditos de vivienda transformados en instrumentos financieros.
En este contexto el cine se había dedicado a narrarnos otro aspecto igualmente importante de la historia del capitalismo derivado de La gran depresión del treinta.
La decadente América rota fue narrada en el cine de las décadas de los 70 y 80 a través de Francis Ford Coppola (El padrino/ 1972), Martin Scorsese (Toro salvaje/ 1980 y Taxi driver/ 1976), Brian de Palma (Caracortada/ 1983) y Michael Cimino (El francotirador/ 1978), quienes eligieron historias de la migración italiana, europea en general y chinos en el noreste de los Estados Unidos y los outsiders monstruosos que se generan en las grandes urbes, en particular Nueva York.
Oliver Stone en su estilo hizo lo propio contando una versión política acerca de las secuelas del intervencionismo estadounidense, a lo que habría de añadir su interpretación de los psicópatas y el amarillismo mediático (Asesinos por naturaleza/ 1994), la industria del deporte (Un domingo cualquiera/ 1999) y las drogas (Salvajes/ 2012) como columnas degradadas del american way of life.
Todo ello habría integrado un discurso visual que llegó a final de cuentas a codificarse, volverse fórmula y hasta crearse una suerte de géneros o subgéneros que tratan el ascenso y caída de los gangsters y de los traumas postbélicos de Vietnam. Sin quizás alcanzar el grado de cliché, podríamos afirmar que dentro de la corrección política, se formaron lugares comunes alrededor de las anécdotas derivadas de estas problemáticas sociopolíticas en los EU posterior a La gran depresión.
Pero ahora hay una tendencia que se fía más de la mordacidad que del drama, que inclusive no moraliza los relatos que suelen ser crueles y devastadores con el humor negro que ocupan o de frío cinismo donde no hay castigo para nadie -contrario a la soledad del poder en Coppola-, a pesar del abuso de la ignorancia ciudadana.
Surgen entonces las cintas de calado híbrido como las mencionadas Moneyball (2011), El lobo de Wall Street (2013) y La gran apuesta del sorprendente McKay.
El éxito sin glamour… ni ética
Con elementos mínimos, La gran apuesta nos cuenta la violencia tácita que significa la globalización económica manipulando información a través de los medios masivos de comunicación y su nuevo templo: la mercadotecnia.
El filme de McKay se erige en retrato veloz de los poderes fácticos privados que operan con toda impunidad por encima del Estado estadounidense débil en los hechos.Sí, Estado títere de frente a la turbulencia de los mercados que se deslizan, subrepticiamente, sin ninguna piedad y menos sin ninguna articulación a políticas públicas. En este sentido refleja La gran apuesta una invisible e indolora acción de los grandes capitales que decidieron colapsar la inversión de millones de ciudadanos en los EU.
Stone es un referencia importante para entender al capitalismo salvaje estadounidense y por ende es un buen puente para leer La gran apuesta. Específicamente en el terreno de las finanzas, la obra de Stone abona con cuando menos dos piezas: Wall Street (1987) y su brillante secuela Wall Street 2: El dinero nunca duerme (2010).
El vértigo y la adrenalina de Stone se comparten en el discurso y personajes de McKay, otro elemento -el casting-, trabajado de manera muy afortunada con el carisma y calidad de los actores a su cargo. La diferencia curiosa con Stone es la desglamurización del éxito de McKay, concepto clave de los tiempos de representación visual diferenciada que vivimos.
Y es que el éxito ha padecido una evolución notable: desde el romántico ritmo lerdo y la elegancia de los gangsters que fundó Francis Ford Coppola a principios de la década de los setenta, pasando por lo que hizo Scorsese en Infiltrados (2006) hasta llegar al discurso yuccie de La red social (2010) de David Fincher, la vida de Mark Zuckerberg creador del Facebook, y de Steve Jobs (2015) de Danny Boyle donde se retrata la eterna mezclilla y tenis blancos del creador de Apple.
En esta pendular evolución se integra La gran apuesta con personajes que contrarían el glamour de Stone y nos vuelve McKay a la tesis de manejar la historia extraordinaria de un personaje ordinario cualquiera.
La gran apuesta nos recuerda a una película como Charlie Wilson’s war/ Juego de poder (2007), dirigida por el maestro Mike Nichols, igualmente eficaz en su guión con un pivote carismático y un magma político que funciona de ominoso macro contexto. No estamos hablando del cine de Alan Pakula de Todos los hombres del presidente (1976) o el de Robert Mulligan de Matar al ruiseñor (1962), porque son cosas distintas con mucha distancia temporal. Pero aunque no haya castigo moral ni remordimientos éticos que se le parezcan, no deja de ser citable La gran apuesta como una de las películas más importantes para entender la historia del capitalismo reciente en uno de sus eventos más dramáticos desde La gran depresión.