El desencantamiento de la antropología/ Publicado en Fuimos Peces|Revista digital No.1 (2017)

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El desencantamiento de la antropología/ Publicado en Fuimos Peces|Revista digital No.1 (2017)

Virginia Arieta Baizabal

Hace unos de meses llegó a mí un texto sobre Margaret Mead y su investigación en el archipiélago de Samoa.[1] En él se narra una jocosa anécdota en torno a una conversación con temática sexual entre la señorita Mead y dos de sus amigas samoanas: Fofoa y Fa’apua’a Fa’amu. El curioso relato, junto con el tan bien llevado artículo, me provocó revisar la famosa obra Coming of age in Samoa escrita por Mead en 1928. Un estudio comandado ni más ni menos que por Franz Boas, lo que explica la pasión con la que una joven antropóloga, de tan sólo 23 años, emprendía un viaje a la Polinesia donde se hablaba un idioma que desconocía y con el objetivo de estudiar dos de los temas más complejos de la vida: la adolescencia y la sexualidad (más todo lo que implicaba vivir en la década de los treinta). No minimizando el mérito de la investigación de la inigualable Margaret, puedo imaginar que ese entusiasmo solo se obtiene siendo alumno de alguien como Boas quien, practicando física y geografía, decide asentarse por años con los Inuit del archipiélago ártico canadiense para intensificar su experiencia etnográfica y ayudar a construir una nueva perspectiva antropológica. Y estoy segura, no lo decepcionó.

            La hojeada no tardó en volverse relectura. Desde las primeras páginas, hasta el final del libro, se mantiene el mismo estilo lírico como cuando Mead describe un día en Samoa:

La vida en el día comienza al amanecer; pero si ha habido luna hasta el alba, los gritos de los jóvenes en la ladera pueden oírse ya antes de la aurora… cuando el amanecer comienza a filtrarse entre los techos castaño claro y las esbeltas palmeras sedestacan frente al mar incoloro, centellantes, los amantes se deslizan a sus hogares… (Mead 1928: 35).

           Terminé el libro, y más allá de quedarme con las conclusiones de la autora que, cabe destacar, algunos han puesto en duda (véase Eleanor Gerber, 1975; Derek Freeman, 1983; Lowell Holmes, 1987), la intensidad y profundidad de sus palabras provocaron en mí la más afligida de las nostalgias. A casi noventa años de su publicación, la narrativa de Mead logra que al mismo tiempo de leer un best-seller de la antropología, goces de poesía. Añoranza por aquella mágica manera de plasmar antropología que, aunque hoy podemos continuar leyendo, poco practicamos. Tal parece que nuestra necesidad –o necedad- de aferrarnos a aún carácter científico nos ha vuelto exorbitantemente ‘cuadrados’, crecidamente técnicos, más fríos, poco narrativos y vagamente expresivos.

         Quisiera hacer hincapié en el hecho de que la melancolía únicamente recae en la amena forma discursiva que parece abundar en los viejos textos antropológicos y no en el tratamiento de carácter científico que ahora tienen las investigaciones desde estadisciplina. Es decir, aunque plenamente consciente de que hay que analizar las cosas desde su contexto, cartas como la del mismo Boas al explorador del Ártico, Robert Peary (1897) con la petición de un esquimal (vivo)para incluirlo en la colección del Museo de Historia Natural de Nueva York, sólo me provocan una risa nerviosa:

Permítame sugerirle que si está seguro de regresar a Groenlandia septentrional el próximo verano sería de extraordinario valor que trajera un esquimal de mediana edadque pueda pasar aquí el invierno. Esto nos permitirá obtener sin prisa cierta información de la máxima importancia científica (Boas en Harper 2000).

         Más aún, la respuesta a dicha solicitud y su final me dejan perturbada pero esa es otra historia (véase Kenn Harper, 2000). Regresando al punto, inspirándome en Margaret Mead, relataré otro caso, esta vez, desde el campo de la arqueología mexicana. Ignacio Bernal es quizá un ejemplo del equilibrio entre los dos excesos a los que solían inclinarse los arqueólogos de mediados desiglo XX. Por un lado, el esquematismo científico de reducir todo a periodos, fases y tipologías cerámicas; y por otro, la tendencia a la idealización y misticismo de los complejos sistemas culturales. Bernal, en la mayor parte de su obra, muestra un punto intermedio entre su devota concepción de la arqueología como ciencia y la arqueología con encanto, lo que reconoció el ensayista ehistoriador José Luis Martínez en su discurso sobre el ingreso de Bernal a la Academia Mexicana de la Lengua en 1974. En esa misma disertación, se destaca y valora la capacidad del científico en trasmitir con “entusiasmo y pasión” una minuciosa investigación que ejemplifica conun fragmento de una publicación de don Ignacio, sobre las figuras femeninas de Tlatilco y que aquí me permito retomar:

Las figurillas de esa época y de la siguiente son pequeñas, casi siempre sólidas, hechas a mano. Los rasgos de la cara se señalan por medio de incisiones más o menos anchas, o bien añadiendo pequeños fragmentos, “pastillas”, que indican los ojos, la nariz, la boca o cualquier otro elemento que se desea resaltar. Están casi siempre desnudas; hay algunas que sólo tienen un collar; otras más púdicas, llevan un taparrabo o una pequeña enagua. A veces, más coquetas, se adornan con pulseras, ajorcas y orejeras. Es indudable que las mujeres de todos los tiempos les ha gustado pintarse: algunas figuritas tienen los labios rojos, la cara amarilla y en el cuerpo dibujos de diversos colores. El pelo está cuidadosamente peinado y llevan encima un turbante. Una mujer del valle de Puebla evidentemente vestía con modistos caros: lleva sombrero adornado con flores y pájaros (Bernal en Martínez 1974).

        El fragmento que acabo de transcribir es una gran muestra de ciencia antropológica animada, pero también un ejemplo del más fino estilo literario. Los casos de Mead y Bernal son tan sólo dos de varios que podrían describirse a propósito de los viejos antropólogos, siendo al mismo tiempo una fuente de datos y los principales interlocutores de discursos épicosque poco a poco van desapareciendo. Imagino una descripción como las de hoy en día, con una nomenclatura alfanumérica incapaz de poder describir todo lo extraordinario que hay en las pequeñas figurillas mesoamericanas –aunque reconozco que hay quienes sin esfuerzo, hoy logran transformar los datos más burdos en encantadores escritos académicos-.

       ¿Qué fue lo que paso?…

        Muy probablemente, los movimientos de vanguardia, que estaban conformados por artistas, escritores y antropólogos, tuvieron mucho que ver.[2] Con el objetivo de redefinir la función de las artes, la historia y la cultura, así como de sus representaciones literarias y artísticas, bajo un discurso de devoción por la modernidad, empezaron a marcar distancia con aquellas construcciones figuradas, idealizadas e incluso, muchas veces inventadas –donde también están incluidos varios textos antropológicos-.

        La ruptura llega a su cúspide cuando la viuda de Bronislaw Malinowski decide publicar el diario de campo de su marido A Diary in the Strict Sense of the Term (1967), uno de los escritos más incomodos y polémicos de la historia de la antropología, según muchos –a mí me sigue sorprendiendo más la nota de Franz Boas y su petición de ejemplares Inuit como souvenirs, pero como ya he mencionado, todo hay que ubicarlo en su momento-. Malinowski, quien como veremos no es la excepción, pasó accidentalmente dos años viviendo en una tienda de campaña entre los pobladores de la isla Trobiand como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Él le otorgó a la investigación antropológica su principal método de análisis, la observación participante. De regreso a Gran Bretaña, una vez que concluyó la guerra, Malinowski era casi un mito, se trataba del único antropólogo experimentado capaz de construir teorías. Después de él, nadie podía considerarse genuino antropólogo sin por lo menos haber estado en trabajo de campo un año. El padre de laantropología moderna y su libro Los argonautas del pacífico occidental (1922) son la lectura obligada en instituciones de formación antropológica, hasta el día dehoy. Por más de medio siglo, fue idolatrado como un verdadero hombre de campo, académico intelectual, héroe y el culpable de provocar remordimiento en todo aquel que se le ocurriese extrañar la más mínima comodidad mientras se estaba en trabajo de campo… hasta 1967, año en que se publica su diario.

          El Diario de campo en Melanesia, con su nada atractivo título en español, muestra a un Malinowski muy distintoal de su extraordinaria e idealizada publicación de 1922. Aquí se expone un Malinowski molesto, neurótico, ansioso, lujurioso, hipocondriaco, depresivo, harto de los “negros” y “brutos” con los que tenía que vivir, desesperadamente deseoso de regresar a casa y “con ganas de exterminar a los brutos”:

El trabajo que hago es una especie de opiáceo más que una expresión de creatividad. No intento vincularlo con fuentes más profundas. Organizarlo. Leer novelas, en vez de trabajar, es algo simplemente desastroso. Me fui a la cama y me puse a pensar en cosas, de un modo más bien impuro… No hay nada de los estudios etnográficos que me atraiga… Me vi nuevamentevencido por una tremenda melancolía, gris como el cielo que rodea por todas partes mi horizonte interior [diciembre de 1914] (Malinowski, 1967).

            La reacción generalizada fue de descontento; por un lado, estaban sus seguidores quienes sintieron la acción como una profanación al gran hombre, y por otro, sus opositores que aseguraban sentirse ofendidos con tal “engaño” llegándolo a describir como “narcisista rezongón, preocupado por sí mismo e hipocondriaco” (Geertz citado en Stanton, 1998:507). No obstante, hay que reconocerle a Malinowski: 1) aún describiendo su obscura realidad, no deja de conservar el estilo poético en sus escritos; 2) a quién queremos engañar, los antropólogos no nos caracterizamos por ser precisamente los más equilibrados emocionalmente; y 3) no conozco a nadie que, en la actualidad, sea capaz depasar cuatro meses en campo sin entrar en crisis por tansólo recordar la imposibilidad de obtener su platillo favorito.

             Por supuesto, lo más preocupante, era la sospecha de que los antropólogos construían universos figurados y por ende, sus textos, por más bellamente adornados, no representaban un acercamiento a la realidad. En los años siguientes, varios especialistas se enfocaron en la problematización acerca de cómo relatar lo ocurrido en el trabajo de campo para no caer en discursos persuasivos e inventados; uno de ellos, Clifford Geertz con su célebre El antropólogo como autor (1988). Poco a poco la antropología se volvió más técnica. Hoy en día, los especialistas prefieren los datos cuantitativos antes que los cualitativos (sobre todo cuando se trata de evaluar el desempeño académico) provocando lo que podríamos llamar un paulatino desencantamiento de la antropología, en ligera alusión, al concepto acuñado porMax Weber (1919) que explica cómo la intelectualizacióny racionalización cultural de la sociedad occidental actual hacen que se valore más a la ciencia que a la creencia.

             Pero no todo está perdido. Durante su discurso, José Luis Martínez, al que ya me he referido, recuerda el hecho de que una escrupulosidad científica implica también la del lenguaje y que para lograrlo se requiere de una ardua lucha por equilibrio. Posiblemente, la clave esté en nunca olvidar que en nuestra labor no basta con estudiar la historia, hay que saber contarla. En los últimos años, en Chile se está generando una perspectiva bajo el nombre de antropología literaria queintenta articular la labor del científico social con la del escritor, es decir, la escritura expresiva a un metadiscurso humanista para comprender y reconocer la diversidad cultural (Cárcamo 2007).

             Mientras se consolida, y para quienes no nacimos con el don de la lírica, tendremos que buscar otras opciones. Se dice que Margaret Mead, escribía siempre dos versiones de un mismo tema, una especializada y otra coloquial, logrando así difundir su investigación a todo tipo de público con el propósito de ser constantemente puesta a prueba. Quizá la manera esté en que, como Margaret, nos esforcemos el doble, y a la par de la investigación, practiquemos escribiendo artículos de divulgación para revistas digitales de ciencias sociales.

 

[1] http://www.nexos.com.mx/?p=28809

[2] El Ultraísmo en Argentina, el Grupo Minorista cubano, Amauta en Perú, Antropofagia en Brasil y los Estridentistas en México.


Bibliografía

Cárcamo Landero, Solange (2007) La antropología literaria: lenguaje intercultural de las ciencias humanas en Estudios Filológicos 42: 7-23. Chile.

Freeman, Derek (1983) Margaret Mead and Samoa: The making and unmaking of an anthropological myth. Cambridge: Harvard University Press.

Geertz, Clifford (1989) El antropólogo como autor. Paidos, Barcelona.

Gerber, Eleanor (1975) The Cultural Patterning of Emotions in Samoa. Tesis de doctorado, Universidad de California, San Diego.

Harper, Kenn (2000) Give Me My Father’s Body: The Life of Minik, the New York Eskimo. Steerforth Prees.

Holmes, Lowell D. (1987) Quest for the Real Samoa: The Mead/Freeman Controversy and Beyond. South Hadley:Bergin and Garvey

Martínez, José Luis (1976) Contestación al discurso de ingreso de Ignacio Bernal a la Academia Mexicana de la Lengua (1974). Memorias de la Academia Mexicana, Tomo XXII, México, mexicana de la Lengua.

Mead, Margaret (1928) Coming of Age in Samoa. A Psychological Study of Primitive Youth for Western Civilisation. Foreword by Franz Boas. William Morrow and Company, Nueva York.

Malinowski, Bronislaw (1922) Argonauts of the Western Pacific. Routledge & Kegan Paul

                                           (1967) A Diary in the Strict Sense of the Term. The Athlone Press, London, Inglaterra.

Stanton, Gareth (1998) Etnografía, antropología y estudios culturales: vínculos y conexiones. En Estudios culturales y comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de identidad y el posmodernismo, comps. James Curran, David Morley y Valerie Walkerdine, pp. 497-532. Barcelona, Paidós.

Weber, Max (1919) Ciencia como vocación, en H. H. Gerth y C. Wright Mills (eds.) From Max Weber: Essays in Sociology, Oxford University Press.