Reportaje

Prácticas de campo forjan vínculos con la sociedad

  • Estudiantes de Arqueología salen de las aulas para transmitir sus conocimientos, establecer lazos con la población y salvaguardar el patrimonio histórico y cultural

 

La mayoría de los estudiantes realizó su primera temporada de trabajo en campo

 

Karina de la Paz Reyes Díaz

11/02/19, Tlaltetela, Ver.- Estudiantes de la Licenciatura en Arqueología de la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana (UV) concluyeron la Temporada de Campo 2019, a través de la cual pusieron en práctica la teoría aprendida en el aula y desarrollaron actividades de divulgación con las comunidades donde establecieron su campamento, amén de salvaguardar el patrimonio arqueológico del país.

Alrededor de 60 estudiantes que cursan el Área Disciplinar participaron en los proyectos arqueológicos: Piedra Labrada, Playa Vicente, Jamapa, Teocelo, San Francisco Toxpan y Río de Los Pescados, los cuales son encabezados por Lourdes Budar Jiménez, María Antonia Aguilar Pérez, Lucina Martínez, Alfredo Vargas, Omar Melo y Rodolfo Parra Ramírez, respectivamente.

Ahí realizaron trabajos de prospección en campo y desarrollan otras habilidades como dibujo, fotografía, topografía, cartografía y vinculación con la comunidad. Pero la temporada de campo no sólo les requiere conocimientos intelectuales, también habilidades físicas, como muestra está el Proyecto Arqueológico Río Los Pescados, a cargo de Parra Ramírez.

En esta ocasión, el académico, los estudiantes Rubén Darío Torres, José Félix Durán Pérez, María Clara Guzmán Robles, Fedra Hernández García, Itzel Paola Hernández Hernández, Leonardo López Rodríguez, Ernesto Eduardo Mikel Alonso, Yarendy Pérez Hernández, Janahy Prieto Ramón, Sandro Sánchez Camarillo, y las tesistas Amayrani García y Analí Melchor, instalaron el campamento en la cabecera municipal de Tlaltetela y desde ahí se desplazan todos los días caminando –llueva o haga frío– a sitios arqueológicos ubicados en torno a la población.

Tlaltetela, voz náhuatl que significa “Lugar sobre las rocas”, está localizado en la zona montañosa central de Veracruz, a 25 kilómetros de la capital. En su momento, Rodolfo Parra citó que el terreno a reconocer está conformado por profundas barrancas y planicies en un espacio de 15 kilómetros cuadrados en los alrededores del municipio.

“Cabe señalar que debido a lo accidentado del terreno, el reconocimiento de superficie tiene un alto grado de dificultad y los estudiantes de Arqueología lo han afrontado con extraordinario valor; los datos recuperados y registrados sirven para conocer la ubicación seleccionada por los antiguos habitantes para establecer sus asentamientos, para entender las relaciones sociales que establecieron con otros grupos de lugares cercanos y lejanos, y para comprender el aprovechamiento y adaptación al entorno natural prevaleciente en la región.”

Para Analí Melchor, el trabajo que han desarrollo significa un reto toda vez que el terreno es complicado. “No tengo una condición física muy buena, pero después de ver todo lo que hemos caminado pienso ‘¡Sí pude!’. No imaginaba que fuera así, si la comparo con mi primera práctica de prospección, ésta es totalmente diferente, porque en la primera el terreno era plano y no costaba tanto caminarlo. Otra de las cosas que me gusta de la práctica de campo es la convivencia con las personas de la comunidad y con nosotros mismos”.

Fedra Hernández comentó que en la Facultad los forman de manera multidisciplinaria, pero es en campo que ha entendido a profundidad lo que estudian y reflexionan en el aula. “Cuando llegamos aquí nos enfrentamos a un reto y al trabajo arqueológico, porque tenemos que poner en práctica todo”.

Yarendy Pérez recordó que mientras tomaban el Seminario de Investigación, Rodolfo Parra les habló de las condiciones del terreno en el que trabajarían, pero nunca se imaginó cuáles eran en realidad.

“El primer día me puse a llorar porque no tengo condición física y era un camino demasiado fuerte; llegamos a una piedra y me solté a llorar, pero nadie me lo creía. Además, en clases de Topografía o Cartografía a veces perdía el hilo, pero aquí es otra cosa. No es lo mismo ver pura teoría que ponerlo en práctica.”

Para Sandro Sánchez, el trabajo en campo trasciende más allá del quehacer y formación universitaria, pues recolectar materiales y recorrer grandes distancias les permite conocer más el contexto en el que se encuentran, a las personas del lugar y sobre la historia local. “Toda experiencia es satisfactoria, aunque al principio es difícil para todos, porque no nos habíamos enfrentado a algo similar. Además, llegamos de campo y en el campamento tenemos que hacer más trabajo: registrar, limpiar los tepalcates; todo el tiempo estamos activos”.

 

 

No ser omisos de dónde estamos

A las jornadas de trabajo en campo se suma una que el académico de la UV consideró fundamental: el vínculo con la sociedad. Como muestra, cabe citar que los estudiantes del Proyecto Arqueológico Río de los Pescados, con el apoyo de la Dirección de Turismo y Cultura del Ayuntamiento de Tlaltetela (a cargo de Nayeli Fernández), desarrollaron una serie de pláticas en escuelas de la región.

El 28 de enero iniciaron en la Telesecundaria “Felipe Carrillo Puerto” de la cabecera municipal y de ahí se trasladaron a la de la comunidad de Axocuapan (voz del náhuatl que entre sus traducciones al español está “en el agua agria”); el 29 hicieron lo propio en escuelas de Ohuapan y Poxtla, también pertenecientes al municipio. Si bien, la introducción a las charlas era dada por el académico Rodolfo Parra, fueron los estudiantes quienes desarrollaron una serie de temas con la intención de abonar a una sociedad que salvaguarde el patrimonio cultural que hay en su entorno inmediato.

El grupo de universitarios explicó a los jóvenes conceptos básicos como la arqueología misma; la diferencia entre el trabajo arqueológico y el saqueo, les remarcaron que éste es un delito que implica cárcel al tratarse de patrimonio del país; abundaron en el término de patrimonio cultural material e inmaterial; el arte rupestre; incluso, mostraron fotografías antiguas y actuales de varios sitios de Tlaltetela para explicarles la importancia del registro fotográfico.

Cabe citar que una manifestación cultural que se puede identificar en esa zona es precisamente la pintura rupestre y petrograbados, los cuales se ubican en rocas a cielo abierto y abrigos rocosos; por ello, los estudiantes hicieron hincapié en citar la importancia de conservarlos, no rayarlos, no removerlos ni grafitearlos, entre otras sugerencias.

La estudiante Clara Guzmán precisó en cada charla los datos obtenidos en esta Temporada de Campo en un sitio llamado “Los Changos” y por la comunidad arqueológica citada como “Los petrograbados del frente rocoso de Trojillas, municipio de Tlaltetela, Veracruz”. Las dimensiones de ésta son 37 metros de largo por cuatro de altura y 2.5 de profundidad (a partir de la línea de goteo), donde los arqueólogos en ciernes identificaron 133 petrograbados (entre dibujos, personas, seres fantásticos y cuestiones que tienen que ver con el entorno como el río y la misma cañada), mismos que están pendientes de analizarse a detalle.

Rubén Darío Torres hizo hincapié en que el trabajo que desarrollan durante un mes en comunidades no sólo implica poner en práctica lo antes estudiado y llevarse materiales arqueológicos para analizarlos, sino convivir con las personas de las comunidades donde trabajan.

“También le dejamos algo a la comunidad. Le transmitimos el poco conocimiento que tenemos. No sólo es ir, tomar muestras, llevárnoslas, analizarlas, hacer nuestro trabajo en campo y reflejarlo en la Facultad; sino hacer difusión y divulgación para que futuras generaciones de estos lugares protejan y cuiden su patrimonio cultural. Nos llevamos muchas experiencias personales.”

 

 

La lítica, la cerámica y sus enigmas

La comunidad de estudiantes y el académico mostraron parte del material recabado en campo y que con autorización del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), al término de la temporada, será trasladado a los laboratorios correspondientes de la Facultad para realizar los análisis y estudios pertinentes.

Rodolfo Parra explicó que dentro de los materiales arqueológicos hay dos grandes grupos: el de la cerámica y el de la lítica (éste a su vez se subdivide en pulida y tallada). “El hecho de tener aquí obsidiana nos habla de un contacto a una larga distancia –la cantera más cercana está en el Pico de Orizaba–. Además, de acuerdo al color –negro, traslúcido, veteado, verde o dorada– corresponden a diferentes épocas de la historia precolombina. La más usada fueron la negra y la traslúcida”.

El estudiante Ernesto Eduardo Mikel habló de la lítica pulida y se basó en una punta de obsidiana dividida en dos que fue donada por habitantes de Tlaltetela, así como una navajilla. “Es un trabajo fino de la obsidiana; son varias percusiones sobre el núcleo que permiten que quede lista para cortar”.

El académico de Arqueología añadió que en la región no han encontrado núcleos de obsidiana, generalmente no han encontrado piezas grandes sino pequeñas y ocupadas al máximo; “por lo tanto, creemos que el material fue escaso y controlado”.

En lo que respecta a la lítica pulida, citó que engloba herramientas construidas en materiales como basalto y tezontle. “Muchas veces, los materiales eran tan escasos que los reciclaban y una mano de metate lo mismo servía para moler que para golpear, triturar o pulir”.

Respecto a la cerámica, el investigador universitario citó que este material difiere mucho a lo que han encontrado en la cuenca media del río Los Pescados, si se consideran características como color, textura, esgrafiado y pasta. “En este caso, lo que tenemos son pastas de (tonalidades) cremas a cafés y las decoraciones están en pintura roja, café y negra. Probablemente, esta cerámica tiene que ver con la cultura Huasteca, las decoraciones son típicas de aquellos lugares”.

La siguiente tarea es analizar en gabinete esos fragmentos de cerámica que en algún momento fueron parte de cajetes, vasos, platos, ollas, cazuelas, entre otros utensilios. En cuanto al decorado, el único que han distinguido hasta el momento es el de un alacrán, adelantó Rodolfo Parra.

Por su parte, Fedra Hernández remarcó que la cerámica se usaba tanto en rituales religiosos como en las actividades domésticas, y entre las tareas está conocer cuál de los dos usos tuvo tal pieza.

El académico añadió que el material en conjunto les hablará de las actividades humanas; les revelará, en cierta medida, cuestiones que tienen que ver con la forma en que veían el mundo, las relaciones que tuvieron con otras sociedades, el aprovechamiento del entorno natural. Es más, “cabe la duda de si esta cerámica que tiene un estilo huasteco era una producción local o importada, eso es lo que hay que investigar o por lo menos bosquejarse durante el análisis de los materiales arqueológicos que haremos en la Facultad”.

 

Los estudiantes trabajan en terrenos inclinados y abrigos rocosos

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