- En 1963 Xalapa vivía una efervescencia cultural gracias al arte y literatura creados dentro de la UV
- Los niños ven las cosas de una forma única y particular, en tanto que los adultos se dejan llevar por patrones establecidos
Carlos Hugo Hermida Rosales
23/01/2018, Xalapa, Ver.– Rodeada por un entorno del que parece que de un momento a otro saldrán los personajes que habitan en sus cuadros, Leticia Tarragó, pintora de gran trayectoria internacional que fuera docente e investigadora del Instituto de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana (UV), continúa con su labor creativa, aquélla a la que ha dedicado más de medio siglo de su vida.
Dentro de su taller, ubicado en una de las zonas de bosque de niebla circunvecinas a Xalapa, a través de pinturas y grabados niños rodeados por escenarios mágicos y fantásticos, la sonrisa de la pintora se convierte en voz y con gusto comparte su historia.
En sus cuadros se recrean la nostalgia y los cuentos de la abuela, bosques misteriosos, castillos encantados y seres fantásticos.
Sentada a un costado de una de sus mesas de trabajo y acompañada por Tamara, una hermosa perrita criolla que adoptó en Xico –y que en ningún momento dejó de mordisquear mis manos–, la pintora compartió en entrevista para Universo sus orígenes, así como detalles de su amplia trayectoria como artista plástica.
Pinta desde los 13 años
Leticia Tarragó Rodríguez nació en Orizaba en 1940, año en que la Pluviosilla era tan sólo una pequeña ciudad de provincia y estaba lejos de formar parte de la gran zona conurbada que integra hoy.
Sus padres, que siempre fueron amantes de la cultura y el arte, decidieron residir en la Ciudad de México debido a la gran oferta educativa y cultural que esta urbe ofrecía a sus habitantes.
“A mis padres siempre les apasionó el arte y la cultura; mi papá redactaba crónicas y comentarios sobre exposiciones culturales, y mi mamá era una amplia conocedora de la trayectoria artística de los pintores de la época”, relató.
La artista compartió que se inició en el mundo de la pintura a los 13 años de edad, cuando su mamá la llevó a la Escuela La Esmeralda del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), que en esos años estaba bajo la dirección del escritor y poeta José Gorostiza.
“Yo quería estudiar la Licenciatura en Arquitectura pero me encantaron las clases de pintura y dibujo y ya jamás las abandoné. Mis papás manifestaron que si me gustaba tanto pintar me dedicara a eso.”
Mencionó que en los años que estudió pintura dentro de La Esmeralda todavía se encontraba en boga la Escuela Mexicana de Pintura, llamada así por las obras de autores como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Nicolás Moreno, quienes pintaban paisajes en los cuales destacaban elementos nacionales.
Declaró que aunque esa corriente le sirvió mucho como disciplina sólo la siguió al inicio de su carrera, época en la que gustaba de acudir a los mercados y plasmar en el lienzo lo variopinto del entorno.
“Posteriormente le tomé un mayor gusto a ir a dibujar al Museo de Historia Natural –hoy Museo Universitario del Chopo–, el cual tenía un mobiliario muy antiguo que databa de la época de Porfirio Díaz. Allí encontré infinidad de elementos como esqueletos de niños, animales disecados y conchas marinas, que me ayudaron a plasmar cosas oníricas, por lo cual para mí era un lugar de ensueño.”
Mencionó que en sus años en La Esmeralda conoció y admiró a muchos de sus colegas y compañeros como Francisco Corzas –de quien comenta sus obras estaban impregnadas con mucha fuerza y elementos que les daban un toque de misterio– y Mario Orozco Rivera –padre de Gabriel Orozco y quien incluso se unió a la gira de un circo para inspirarse y pintar.
Leticia Tarragó comentó que al inicio de su carrera su mamá la acercó a pintores conocidos para que fueran sus mentores, gracias a lo cual tuvo la oportunidad de interactuar con conocidos artistas de la época.
Relató que entre los pintores que trató se encuentran David Alfaro Siqueiros y María Izquierdo. La artista comentó que éste tenía una forma de ser brusca pero simpática; sobre la pintora jalisciense, la recordó melancólica: “El ambiente en el que vivía María Izquierdo era muy oscuro, ya no pintaba, en su conversación se notaba cierto grado de amargura y dejaba entrever cierto resentimiento hacia Rufino Tamayo, a quien aseguraba había enseñado a pintar, hecho que él nunca lo había reconocido.”
Fue en esa búsqueda de mentor cuando la pintora encontraría a un artista que le brindaría una profunda enseñanza: Gerardo Murillo Cornado, mundialmente conocido como Dr. Atl.
Mentoría con el Dr. Atl
“Llegué con el Dr. Atl a los 15 años de edad, en 1956; ya le habían amputado su pierna derecha, su barba y su cabello eran ralos y completamente blancos, pero tenía una mirada azul penetrante. No dudó ni un instante en aceptarme como su aprendiz”, mencionó la pintora.
Comentó que en aquel entonces el Dr. Atl era poseedor de una beca gubernamental, debido a las reseñas vulcanológicas que había hecho sobre el nacimiento del Paricutín.
“Cuando él se enteró del nacimiento del Paricutín, viajó hasta donde se encontraba ese volcán y por medio de sus obras plasmó todos los acontecimientos ocurridos en torno a este hecho”, relató.
Leticia Tarragó compartió que con el Dr. Atl realizó muchos viajes al cerro del Ajusco y al volcán Popocatépetl, lugares predilectos del artista para pintar sus cuadros.
“Estos viajes eran maravillosos, aunque muy cansados. Apenas el chofer nos dejaba en las laderas del cerro o el volcán, el Dr. Atl se colocaba sus muletas y agarraba vuelo, recorría grandes distancias muy rápido, al grado que yo tenía que correr detrás de él.”
La pintora confesó que algo que admiró de este artista, fue que pese a su avanzada edad jamás dejó de hacer lo que le gustaba. “El Dr. Atl siempre me tuvo un gran aprecio y hasta su fallecimiento se mantuvo en contacto conmigo por medio de cartas”, destacó.
Llegada a Xalapa
Leticia Tarragó llegó a Xalapa en compañía de su esposo Fernando Vilchis en 1963, pese a ser una ciudad pequeña ya presentaba una gran efervescencia cultural debido al arte y a la literatura que se creaba dentro de la UV.
Comentó que la Editorial de la UV estaba a cargo de Sergio Galindo, quien era un excelente escritor con muchos contactos a lo largo y ancho de la República, muestra de ello es que en La Palabra y el Hombre y Texto Crítico colaboraban escritores de todo el país.
Mencionó que la ciudad la conoció unos años antes, en una ocasión en que junto con otros pintores con quienes trabajaba en la Ciudad de México, acudió a presentar una exposición en una galería de la UV.
“Desde esa vez la ciudad me atrajo mucho, por lo cual cuando me casé con Fernando Vilchis –quien tenía muchos amigos dentro de la Universidad– le manifesté que quería radicar en Xalapa, ya que aunque la Ciudad de México era fantástica y rica en acontecimientos no me atraía para vivir; en cambio, Xalapa pese a ser una ciudad pequeña contaba con un gran movimiento artístico”, enfatizó.
La pintora aseguró que de esos años a la fecha Xalapa ha perdido muchísimo, ya que pese a ser una ciudad pequeña contaba con su teatro y su orquesta sinfónica de prestigio nacional, la cual ofrecía un concierto gratuito los domingos para que los niños pudieran asistir, cosa que no ha vuelto a ocurrir.
Compartió que antes de establecerse en su actual residencia, ella y su esposo vivieron en la calle Hidalgo y posteriormente en la calle Vista Hermosa, frente a donde hoy se encuentra el Teatro La Caja.
Comentó que debido a que vivían en un lugar céntrico, acostumbraban caminar para asistir a los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, después en el café de La Parroquia se reunían con amigos y conocidos.
“La vida era más relajada en aquel entonces, el tiempo parecía flotar alrededor de uno, ya que no existía esa conciencia de tener prisa por llegar a algún lugar.”
Explicó que una de las cosas que recuerda con más agrado era cuando Roberto Bravo Garzón –rector de la UV de 1973 a 1981, quien en ese entonces sólo era un estudiante de maestría– pasaba por ella y su esposo y los llevaba a la cima del cerro del Macuiltépetl.
“En ese entonces Roberto tenía un automóvil Hillman, perecido a los que usaban los gánsteres en las películas, en él nos íbamos a la punta del cerro de Macuiltépetl a observar el reflejo de la luna en el mar”, compartió.
Leticia Tarragó comentó que a principios de la década de 1970 tuvo la oportunidad de vender muchos de sus grabados a unos comerciantes estadunidenses que querían publicar un libro con ellos, y aunque el libro no llegó a editarse obtuvo el dinero pactado, con él compró el terreno donde se ubica su actual residencia.
“Creo mi mundo dentro de mis pinturas”
La pintora manifestó que siempre le han preguntado si sus obras siguen una corriente artística o si fue influida por otras pintoras como Remedios Varo y Leonora Carrington, a lo cual ella responde que no pues con ellas sólo tiene algunos puntos de contacto en lo onírico y en que sus obras buscaron lo subjetivo para plasmar lo que deseaban.
“A Remedios Varo no la conocí, ya que era muy introvertida y no frecuentaba mucho el circulo de artistas; en cambio, a Leonora Carrington sí tuve el placer, acostumbraba vestir con un sombrero de punta y un chal transparente, parecía un personaje salido de una de sus pinturas.”
Relató que cuando decidió salirse de la corriente de alcatraces y objetos mexicanos que imperaba en la pintura nacional, era fan de la obra Jheronimus Bosch (Hieronymus Bosch, El Bosco) y Francisco de Goya, además de las pinturas medievales, sobre todo las bizantinas, las cuales estaban matizadas con colores muy llamativos como el rojo y el oro.
Añadió que aunado a esto, y por el origen de sus abuelos paterno (catalán) y materno (gallego), nunca le faltaron historias sobre castillos y sitios mágicos.
“Fue entonces cuando comencé a plasmar mis sueños en mis pinturas, cosa que ya no hago, ahora creo mi propio mundo dentro de ellas”, enunció.
Su obra en libros de educación primaria
Leticia Tarragó compartió que la incursión de sus obras en libros de educación primaria de la Secretaría de Educación Pública (SEP) se dio gracias a la iniciativa de Mariana Yampolsky Urbach, fotógrafa estadounidense que tomó a México como su segunda patria, quien trabajaba como editora para esta dependencia gubernamental.
“En la década de 1970 Mariana tuvo la iniciativa de que pintores mexicanos con trayectoria como Alberto Beltrán, Andrea Gómez, Francisco Toledo y yo, hiciéramos ilustraciones para los libros de texto gratuitos.”
Compartió que también ilustró los cuentos El cuento vacío, El circo que llegó de Marte y El señor de los 7 colores, de la enciclopedia infantil Colibrí, la cual fue publicada a partir de 1979 por la SEP en colaboración con Editorial Salvat.
Aseveró que realizar estas ilustraciones ha sido una de sus mejores experiencias en su carrera como artista plástica: “El que te pidan que realices un trabajo que se va a reproducir por años y que va a ser visto por miles de niños es un sentimiento padrísimo, ya que los infantes son capaces de percibir cosas que los adultos no ven”.
El placer de ser pintora
Leticia Tarragó dijo que como artista gráfica no siempre puede explicar todo lo que plasma en sus obras, pero para ella lo más importante es dejar huella en las personas que ven sus creaciones.
“Más que una crítica positiva de parte de especialistas o de medios de comunicación, aspiro a dejar algo positivo en las personas que ven mi trabajo”, declaró.
A la pregunta de por qué en la mayoría de sus obras aparecen niños, respondió que es porque de los recuerdos de su niñez se alimenta para ser más creativa pues afirmó que los niños ven las cosas de una forma única y particular, mientras que los adultos se dejan llevar por patrones establecidos.
“Ningún adulto debe olvidar jamás su niñez, al hacerlo le pone un candado a los recuerdos de la parte más hermosa de su vida; muchas personas mayores tratan a los niños como tontos, pero esto es un error ya que no deben menospreciarlos simplemente porque ellos tienen la capacidad de ver y analizar las cosas de una manera distinta”, enfatizó.
La pintora compartió que actualmente continúa con la producción de obras, trabajo que disfruta como desde el primer día. Agregó que no ha incursionado en el arte digital ya que cree que jamás tendrá la belleza y calidez que brindan las obras realizadas por manos y ojos humanos.
Por último, afirmó que cada una de sus creaciones es especial para ella y que hasta el momento no tiene una predilecta: “Adoro todas y cada una de mis obras y no tengo un cuadro favorito, el día que lo tenga dejaré de pintar”.
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