- Se trata de Tomás Hernández Tejeda, quien en 2007 recibió la condecoración por participar en la elaboración del primer Inventario Nacional de Emisiones y Absorciones de Gases de Efecto Invernadero
Lucero Mercedes Cruz Porras
Xalapa, Ver. 25/10/2016.- Tomás Hernández Tejeda, investigador de instituciones y cuerpos de trabajo internacionales vinculados a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ofreció una conferencia magistral en la inauguración del 5to. Congreso Nacional de Mitigación del Daño Ambiental en el Sector Agropecuario y Forestal de México, alojado por la Facultad de Economía de la Universidad Veracruzana (UV) en el marco de su 50 aniversario, del 5 al 7 de octubre.
El experto en manejo forestal sustentable y servicios ambientales e investigador titular del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), dialogó con Universo sobre sus líneas actuales de trabajo enfocadas al cambio climático, la contaminación ambiental y los ecosistemas forestales, además narró el camino que transitó para ser reconocido con uno de los máximos galardones por su contribución a la humanidad: el Premio Nobel de la Paz que obtuvo en 2007.
Una gran historia que contar
Tomás Hernández nació en Tlapacoyan, Veracruz, un escenario donde el trabajo en el campo siempre ha estado presente, lugar que le inculcó la inquietud de saber “por qué se produce tan poco y por qué los productos agropecuarios tienen un valor tan bajo”. Estas dudas, que se configuraron en su pensamiento desde temprana edad, determinaron su inclinación por realizar estudios relacionados con la agronomía.
Pese a la difícil situación económica familiar que limitaba sus opciones para prepararse, logró ingresar a la Escuela Normal Rural de Perote, donde la línea terminal era la docencia; sin embargo, debido a las reconsideraciones públicas posteriores a los sucesos del movimiento estudiantil de 1968, la Secretaría de Educación Pública (SEP) clausuró esta casa de estudio y lo transfirió a la localidad de Zaragoza, Puebla, a una Escuela Secundaria Tecnológica Agropecuaria, denominada en esa época como ETAS.
Al terminar su formación en este sistema de enseñanza fue invitado a presentar el examen de admisión para la Escuela Nacional de Maestros en Capacitación para el Trabajo Agropecuario, una plataforma que lo acercó a la Escuela Nacional de Agricultura –ahora Universidad Autónoma de Chapingo (UACh)–, donde después de dudar sobre continuar con su trayectoria académica o dedicarse a la docencia, decidió realizar sus estudios superiores.
Debido a su proyecto de tesis se integró al Colegio Nacional de Postgraduados antes de egresar de la UACh, viajando a la Universidad de Minnesota, Estados Unidos (EE.UU.), para colaborar con el equipo de investigación de María de Lourdes de la Isla de Bauer. La tesis que desarrolló durante seis meses con la Doctora en Ciencias Agrícolas en el Departamento de Fitopatología –que analiza las enfermedades de las plantas– se enfocó “al impacto que causa la contaminación ambiental sobre los bosques”, con base en experimentos como la fumigación y la aplicación de diferentes concentraciones de ozono (O3) a plántulas germinadas a partir de semillas de siete especies distintas, que transportó en su equipaje de viaje desde México hasta EE.UU.
Cuando regresó a la zona de observación, en el sur de la Ciudad de México, trabajó directamente con el Pinus hartwegii, también llamado pino de las alturas, por ser la especie que crece a mayor altura sobre el nivel del mar en nuestro país y la que manifestaba el síntoma externo típico de daño por ozono, “una clorosis o coloración amarillenta de la planta a manera de quemadura o anillo clorótico, fenómeno comúnmente llamado ‘moteado’ y que se manifiesta en las hojas más viejas, por ser las más expuestas”.
Después de presentar su examen profesional, en el que obtuvo mención honorífica, montó una estación de monitoreo automático para registrar las partes por millón de O3 en la atmósfera, estableciendo una correlación documentada entre el daño presente en las plantas con los datos obtenidos, y descubriendo una verdad poco afortunada.
El hallazgo incómodo
En el proceso de observación de bosques al sur de la Ciudad de México, el científico apreció un grave problema ocasionado por algunas políticas públicas de reforestación en el país, pues durante las campañas y candidaturas de funcionarios, con poca conciencia de sus acciones, se introdujeron por años semillas de eucalipto sin una regulación oficial que considerara el daño que esta especie ocasiona a la vegetación de nichos ecológicos no adecuados para su crecimiento.
Esta “especie política” utilizada únicamente por su rápido crecimiento, que en un periodo de 12 meses puede alcanzar hasta los 60 centímetros de altura, se catalogó erróneamente como el ejemplar ideal para que las autoridades pudieran mostrar resultados durante su periodo de gobierno. La siembra indiscriminada de este tipo de árboles ocasionó un daño evidente en las zonas reforestadas al ser un organismo que succiona mucho el agua, sobre todo en una región que sufre frecuentemente de sequía.
Después de casi 20 años de una denuncia pública en la revista Agrociencia en 1981, las autoridades empezaron a realizar acciones sobre el uso del eucalipto, un mirtáceo con características alelopáticas que no permiten la proliferación de la reproducción de la biodiversidad en su entorno, al matar toda aquella vegetación que lo rodea.
Colaboración internacional
Hernández Tejeda especializó su interés en la fitopatología durante sus estudios de posgrado, con el objetivo de incrementar conocimientos sobre las enfermedades de las plantas, trabajando con contaminantes atmosféricos. Al formar parte de la Comisión Forestal para América del Norte (CFAN) y dejar en 1989 el Colegio de Postgraduados, se integró al INIFAP, en el Centro Nacional de Investigación Disciplinaria en Conservación y Mejoramiento de Ecosistemas Forestales (Cenid–Comef), donde su trabajo ha logrado demostrar el impacto de la contaminación ambiental en la vegetación.
Relató dos eventos relevantes en su trayectoria. El primero fue la invitación, hecha a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SER), del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), organismo mundial que depende directamente de la ONU; el segundo, el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz en 2007, al sumarse a participar de forma voluntaria en la elaboración del primer Inventario Nacional de Emisiones y Absorciones de Gases de Efecto Invernadero que concordara con la misma metodología empleada en el resto del mundo, para establecer comparaciones coherentes entre países.
En este apartado ha sido miembro del comité de revisión editorial de los inventarios anuales de los 194 países afiliados a la ONU. El proceso de revisión de los inventarios, que consta aproximadamente de mil 500 cuartillas, se desarrolla en tres modalidades: la Centralized Review, o revisión centralizada, que se realiza en Bonn, Alemania; la Desk Review, o revisión de escritorio, hecha en línea, y la In Country Review, donde los investigadores viajan al país que emite su reporte.
Mitigación y adaptación al cambio climático
Los clorofluorocarbonos (CFC), tres de los seis gases de efecto invernadero, tienen un alto potencial de calentamiento con una eficiencia altísima, en algunos casos comparables con la energía del sol. Es por ello que el científico advierte el peligro que representan para el planeta y que debe atacarse con estudios sobre las alternativas de reducción de sus efectos, para actuar en pro de la mitigación del cambio climático: “La forma de crear capacidades de adaptación a este cambio es también un punto urgente de análisis en pro de generar medidas para asimilar las condiciones de temperatura del futuro, antes de que el destino nos alcance”.
De acuerdo con el Quinto Informe del IPCC (AR5), en el año 2100 habrá un incremento de temperatura de entre 2.6 y 4.8 grados centígrados a nivel mundial, “que se sentirá como un aumento tremendo de calor”. En cuanto a precipitación, se presentará una fuerte variabilidad, a manera de “subidas y bajadas que en algunos lugares enfurecerá las lluvias o las disminuirá. Habrá un cambio general en los patrones climáticos que se manifestará en ciclones más intensos, incremento del nivel del mar, derretimiento de los glaciares; visiones que se pueden tomar como alarmistas, pero que son verídicas”.
Existen formas de aportar posibilidades a la humanidad en el área de adaptación, como buscar la manera de producir más y mejor, utilizar energías limpias (como la energía solar o eólica) en vez de las que tienen un origen fósil (como la gasolina o el diesel). “Creo que México está situado geográficamente en una buena latitud para aprovechar estas energías que son gratuitas y que no producen gas”.
En materia de políticas públicas, el Premio Nobel comentó que desde hace dos sexenios el gobierno contempló en el Plan Nacional de Desarrollo la preocupación por las alteraciones atmosféricas, tomando decisiones para prevenir el futuro de los ecosistemas, de los cultivos y de la población, como la generación de un programa especial de cambio climático y una estrategia nacional que plantea acciones viables para todos los sectores institucionales.
“México es el único país con cinco comunicaciones nacionales (estado del arte en este aspecto reportado ante los organismos internacionales responsables), asumiendo una buena posición respecto a Latinoamérica. Sin embargo, faltan recursos y cuadros técnicos que conozcan el tema, que hayan aprendido cómo dar lineamientos para los trabajos de investigación de esta área de la ciencia que se torna difícil si no se posee la preparación necesaria y el background adecuado.”
La creación de nuevas variedades de cultivo, la reproducción de razas de ganado más tolerantes al calor, continuar con plantaciones de superficies verdes para capturar el exceso de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera y evitar la quema de residuos de cosechas, son opciones que Tomás Hernández considera propicias para la sustentabilidad, pues asume que “si el problema no se puede vencer, aún podemos aprender a convivir con él”. También enfatiza el sector forestal como “uno de los que tienen el mayor potencial de absorción de CO2, por ello se necesita fomentar el cuidado de los bosques; es un buen momento para impulsar que las generaciones que nos sucedan tengan una mejor calidad de vida”.
Existen aportes cercanos que los estudiantes, profesores, amas de casa y la población en general pueden realizar para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero; algunas de ellas son utilizar menos el automóvil y empezar a usar la bicicleta, desconectar los cargadores de aparatos que no necesitamos en el momento, ahorrar agua en el baño y sustituir las bombillas comunes por focos LED que consumen menos energía, “pues el 70 por ciento de la energía eléctrica en México proviene del carbón mineral, un alto emisor de CO2 que perjudica el ambiente”.
El actual miembro del grupo de estudio “Impacto de la Contaminación Ambiental y el Cambio Climático” de la Unión Internacional de Organizaciones de Investigación Forestal (IUFRO, por sus siglas en inglés), próximamente publicará su más reciente investigación sobre el impacto de la contaminación ambiental y la salud de árboles urbanos de la Ciudad de México, recordando que “plantar y cuidar un árbol es esencial, pues a lo largo de su vida retendrá en promedio una tonelada de dióxido de carbono”.
Por último, Hernández Tejeda compartió que difundir la reflexión sobre nuestros hábitos de consumo ayudaría mucho a que “no lleguemos a una etapa irreversible en el desarrollo del cambio climático que ya nos alcanzó”. Por ello, generar la investigación básica y aplicada en equipo con universidades es una vía que podría contemplarse para explotar y orientar los proyectos de los estudiantes en materia ambiental; “el INIFAP está abierto a todas las posibilidades y todas las disciplinas que quieran sumarse a esta sinergia científica que se une a la defensa de la humanidad”.
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