Entrevista

La historia confirma que somos seres de continuidades: Concepción Company

  • La lingüista y filóloga habló de la necesidad de crear políticas públicas para preservar las lenguas del país
  • La lengua es el gran soporte de la visión de mundo, aseguró

 

“Debemos preservar nuestro patrimonio intangible”

 

Karina de la Paz Reyes Díaz

22/05/2018, Xalapa, Ver.- Para Concepción Company Company, investigadora emérita de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la batalla en la lingüística consiste en darle continuidad a la lengua, patrimonio intangible de cada ser humano. “Ningún hablante, ninguna comunidad ha tirado su patrimonio intangible por la borda para expresarse en otro patrimonio intangible”, planteó en entrevista con Universo.

Company, con una amplia trayectoria en el ámbito de la filología, la sintaxis histórica, la gramática histórica, la teoría del cambio lingüístico y la historia de la lengua española, recibió la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana (UV) en el marco del Foro Académico “El lenguaje en la construcción de la identidad”, que se desarrolló en la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) 2018.

La académica Nivel 3 del Sistema Nacional de Investigadores –el máximo nivel que otorga el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología–, integrante de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua, compartió de su formación como historiadora de la lengua española, así como de los retos que ésta enfrenta en el país.

 

¿Por qué le interesó la historia del español medieval?

Mi encuentro con el español medieval es una historia que de alguna manera tiene que ver con mi llegada a México, en 1975. Nací en España, soy mexicana naturalizada desde 1978, año en el que estaba estudiando la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); los dos primeros años los hice en la Complutense de Madrid.

En realidad, lo que yo quería trabajar era el latín, desde muy pequeña lo estudié porque así era el programa de estudios de mi época. Me parece una lengua fascinante. El efecto del latín es el mismo que el de las matemáticas: cuadricular la cabeza. Así, tal cual.

De hecho, aprender cualquier lengua obliga a cuadricular la cabeza, porque son sistemas neuronales muy complejos que hay que describir y hay que encontrar las dinámicas armoniosas que tienen esos sistemas neuronales.

Cuando llegué a México no venía con la idea de quedarme; entonces, en la UNAM tuve que decidir sobre qué hacía mi tesis de licenciatura. Los estudios de latín en la UNAM estaban y están muy centrados en traducción y no tanto en el análisis de la lengua, y me dije a mí misma “me voy a modernizar un poco y en vez de latín haré español medieval”.

La pasión por la investigación fue un poco azarosa porque encontré datos interesantes en la tesis de licenciatura y me seguí haciendo español medieval. Cuando acabé el doctorado, que también fue sobre español medieval, me dije que ya era hora, después de estar tantos años en este país, de continuar con mi modernización.

Entonces, me involucré en el estudio de la lengua coloquial que está en el mundo de los archivos de la administración. Creo que soy una buena conocedora de algunos archivos, como el General de la Nación, el Histórico de la Ciudad de México, el General de Indias. Ahí encontré la pasión por la filología, por encontrar el dato pequeño, lleno de cotidianidad.

Por eso digo que una vez que me doctoré me modernicé, porque los archivos novohispanos empiezan en el siglo XVI.

 

¿Por qué es importante desarrollar ese tipo de investigaciones?

Porque conocer nuestra historia es conocer hechos del presente. Si miráramos más seguido a los hechos de la historia, no cometeríamos tantas estupideces como sociedades, como gobiernos. La lengua es el gran soporte de la visión de mundo.

Entonces, ver cómo hemos ido construyendo las identidades de las visiones de mundo nos hace entender mejor el presente. Si usted no entendiera qué ocurrió en el siglo XVI y sobre todo en el XVIII, no podría entender el México actual. Así de simple. Además, la historia no sólo es importante para entender el presente, sino para entender que somos seres de continuidades.

Algo que con mucha frecuencia hacen gobiernos y sociedades, es determinar que todo lo anterior está mal y lo tiran a la basura. Cuando uno se dedica a la historia buscando la relación entre identidad-cultura-lengua me queda clarísimo que es mucho más la continuidad, que los seres humanos somos seres de grandes continuidades, con quiebres, microquiebres que han gestado momentos importantes y han reconstruido la continuidad.

Nuestras identidades son con gran continuidad, somos seres históricos y tendríamos que aprender qué rescatar de las continuidades para ser más creativos, conscientes, reflexivos; más conocedores íntimamente de cuáles son nuestras virtudes –que eso es muy importante– y ver cómo esas discontinuidades son necesarias, pero no han sido nunca al azar ni por gusto. Ningún hablante, ninguna comunidad ha tirado su patrimonio intangible por la borda para expresarse en otro patrimonio intangible.

 

¿Cuál es su reflexión en torno a los casi 500 años de la llegada de la lengua española a esta región que denominaron México?

Sé que va a ser un momento muy complicado, porque le es difícil a los mexicanos y nos es difícil a los lingüistas reconocer que hablar y escribir español es un hecho integral, panhispánico, que une a 500 millones de hispanohablantes.

Pero el próximo año debe ser no sólo de reconocimiento de continuidades en nuestro patrimonio intangible –que lo compartimos–, sino también un momento de reflexión, de respetos recíprocos, de que el español es patrimonio de todos y cada uno de los hispanohablantes. No es patrimonio ni de España ni de México.

No porque los mexicanos seamos el país con mayor número de hispanohablantes debemos imponer usos y costumbres lingüísticas; tampoco porque Paraguay o El Salvador sean los países con menos hablantes los deban reconocer y asumir; es decir, debe ser un momento de reflexión crítica, eso es lo que yo creo como gramática y como historiadora de la lengua.

Debe ser un momento de reconocer vínculos comunes, muy importantes; regalos mutuos que nos hemos hecho. Sin duda, no tendríamos un mundo botánico o gastronómico si no es gracias al latín y al árabe, traído por los españoles.

Por ejemplo, la obra que acá hizo Francisco Hernández –protomédico de Felipe II– de inventariar la botánica y la parte de la zoología, es una cosa impresionante.

Evidentemente, Felipe II lo hizo para ver dónde había negocios, pero es una labor científica ilustrada muy interesante de la primera mitad del siglo XVII.

Eso es un regalo que nos trajeron los españoles, sin duda, pero también les dimos –el mundo novohispano y americano en general– desde las lenguas indígenas y desde un español renovado, reconstruido, grandes regalos al mundo filtrados por la lengua española.

La palabra “chocolate” es un regalo de México al mundo; “cancha” es un quechuismo, es del Perú; es decir, el espacio ritualizado donde jugamos futbol o basquetbol es un quechuismo y tiene el mismo sentido de continuidad, de ritualización que tenía en el mundo quechua.

 

¿Qué opina del valor que se les da a las lenguas del mundo, con base en el escenario económico?

Todas las lenguas son patrimonio inmaterial del cualquier hablante. Yo quiero enfatizar que de las seis mil 104 lenguas que se hablan en el mundo –según el inventario del (Instituto) “Max Planck”–, menos de 100 crearon escritura, en el sentido de sedimentación, de tradición escrituraria. Lo cierto es que gran parte de las lenguas que crearon escritura son imperiales. El español lo fue, sin duda.

De esas lenguas, opino que hay que aceptar que son vehículos de comunicación internacional, que son lenguas francas, pero sí hay que cuidar nuestro patrimonio. Eso es muy importante, ahí tenemos casi la batalla perdida si las políticas públicas de los gobiernos de los países hispanoamericanos –aquí dejo fuera a España, porque ya tiene esa política– no crean una conciencia respecto de cómo preservar el patrimonio intangible.

Nosotros somos el país con mayor riqueza lingüística de todos los 22 países hispanohablantes. Se hablan más lenguas en Oaxaca, genéticamente diferenciadas, que en Europa; y no hay ninguna política pública, ningún gobierno que diga que el español es un activo económico, como lo puede ser el inglés o el mandarín.

Si desde el Estado no hay una política pública de preservar el patrimonio intangible, la invasión mental es altísima, ésa es la realidad. Tiene que haber una política de Estado bien construida, sin hacer alardes de que el español es mejor que el inglés o que el mandarín. No, todas (las lenguas) son igualmente buenas para comunicarnos.

Pero hay que proteger el patrimonio intangible igual que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) conserva el patrimonio prehispánico; igual que Bellas Artes conserva el patrimonio arquitectónico, plástico, escultórico.

Tiene que haber un gobierno que conserve y que esté consciente de que en español vivimos y en otras 69 lenguas viven otros siete u ocho millones de hispanohablantes; que el bilingüismo es el estado natural de los seres humanos –es un estado natural tener un padre de una etnia y una madre de otra–, incluso trilingües, porque hemos aprendido otra lengua en la calle.

Creo que desde espacios públicos como la FILU y otras ferias del libro, las universidades –instituciones de las que me siento orgullosa de pertenecer como El Colegio Nacional o la Academia Mexicana de la Lengua– debieran una y otra vez hacer consientes a los gobernantes de que debemos preservar el patrimonio, porque si no, lo que va a ocurrir es que vamos a pensar en otra lengua y en ese momento abandonamos la batalla de darle continuidad a nuestro propio patrimonio intangible.

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