- “No tenemos un sistema de salud preparado y fuerte; por el contrario, está desorganizado, con poco financiamiento y envejecido”
- El Covid-19 nos demuestra que los gobiernos y estados que pensábamos eran muy fuertes, no lo son tanto
Paola Cortés Pérez
30/04/2020, Xalapa, Ver.- Para Alberto Olvera Rivera, investigador adscrito al Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales (IIH-S) de la Universidad Veracruzana (UV), la pandemia del Covid-19 ha demostrado que los gobiernos de países desarrollados no tienen sistemas de salud fuertes, que los pobres del mundo son quienes sufrirán las principales consecuencias de esta enfermedad y que se vienen tiempos difíciles para México.
Alberto Olvera es sociólogo, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) Nivel III y de la Academia Mexicana de Ciencias. Participa en diversos grupos de investigación nacionales e internacionales, y colabora eventualmente en el periódico El País.
En entrevista para Universo comentó que el gobierno federal tuvo una grave falta de previsión ante la pandemia, lo cual se reflejó en la carencia de equipo de protección para el personal médico, de protocolos bien definidos para recibir a pacientes posiblemente contagiados, así como de capacitación para el personal que labora en el sector salud.
A lo anterior, dijo, se suman factores económicos nada halagüeños: desempleo masivo, menos remesas provenientes de Estados Unidos, disminución drástica del turismo, caída en el precio del petróleo, crisis fiscal de los gobiernos federal y estatales debido a la caída de la tributación que acarreará la menor actividad económica y la evaporación de los ingresos petroleros.
Esto dará como resultado tiempos difíciles para el país a mediano plazo, lo que significa que la crisis económica, la peor que ha sufrido el mundo en los últimos cien años, durará lo que resta del año y probablemente por uno o dos años más.
Tal panorama dependerá de qué tanto el gobierno continúe con su apuesta –poco racional– de rescatar a la industria petrolera a toda costa, aseguró Alberto Olvera.
¿La crisis derivada de la pandemia por Covid-19 podría propiciar una nueva organización económica, política y social a nivel mundial?
Es difícil decir cuáles serán las consecuencias políticas, económicas y sociales de esta crisis sanitaria y económica, porque no ha terminado todavía; desconocemos si habrá nuevas oleadas de contagio, estamos todavía en una fase incierta.
Lo que puedo señalar es que se ha comprobado que los gobiernos y estados que creíamos muy fuertes no lo son tanto; la mayoría de los países desarrollados no tienen instituciones de salud sólidas y ofrecen a sus ciudadanos un acceso muy desigual a sus servicios.
La desigualdad económica que ha provocado el neoliberalismo en las últimas tres décadas se manifiesta también –y más gravemente tal vez– en un acceso desigual a los servicios salud; esto se nota particularmente en Estados Unidos, donde los pobres están totalmente desprotegidos, tanto en el terreno laboral como en el acceso a la salud, de tal forma que hemos visto una mortandad intolerable de los pobres, principalmente afroamericanos e inmigrantes, que tan sólo en Nueva York ha significado la muerte de 300 mexicanos hasta la fecha.
En México apenas estamos llegando a la fase más aguda de la pandemia, pero ya han quedado de manifiesto las terribles deficiencias de los servicios de salud pública. La mayor parte de la población no tiene un acceso garantizado a la salud, por más que se diga que lo hay, por lo que los pobres serán los que sufrirán mayormente las consecuencias de la pandemia.
¿La reacción del gobierno ante la pandemia fue la adecuada?
Es muy claro que hubo una falta de previsión; en el momento que estalló la epidemia las clínicas y los empleados del sector salud carecían del equipo de protección suficiente, no había protocolos bien definidos ni capacitación.
El gobierno estaba impreparado –aunque diga lo contrario– y ahora estamos a marchas forzadas tratando de conseguir cubrebocas, guantes, batas, respiradores, todo lo necesario, justo cuando hay una escasez alarmante en el mundo.
Esto es resultado de que el gobierno de México, al igual que los de Estados Unidos y Brasil, tuvo una actitud de negación de la crisis, lo que ocasionó que se perdieran semanas importantes para preparar al sistema de salud.
Además, el sistema de salud ya padecía graves problemas estructurales antes de la epidemia, muchos de ellos consecuencia de décadas de descuido y otros creados por el actual gobierno. Tiene poco financiamiento, menos del tres por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) contra el nueve por ciento promedio de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE); con personal envejecido (alrededor del 30 por ciento de los trabajadores tiene más de 60 años y/o padece enfermedades como diabetes o hipertensión); los hospitales son pocos y mal mantenidos, hay una carencia terrible de medicinas y equipos, y la disciplina laboral está por los suelos, debido al enorme poder de los antidemocráticos sindicatos del sector. En este momento están contratándose de emergencia médicos y enfermeras, y comprando a altos precios los materiales y equipos.
Al término de la contingencia sanitaria, ¿cuál será el panorama para México?
Económicamente tendremos una terrible crisis, la peor en 100 años, y es inevitable porque hay una súbita parálisis de la vida económica, a nivel global y local. La crisis es por primera vez realmente mundial, sin excepción, y la más súbita y profunda desde la registrada en 1929-1932.
Hay ya un enorme desempleo en el sector formal de la economía y una caída importante en el sector informal. Experimentaremos los inicios de una crisis social terrible, que no se ha mostrado aún en toda su gravedad, pero la tendremos.
Se ha creado una tormenta económica perfecta, por diversos factores: menos remesas provenientes de Estados Unidos, la caída en el precio del petróleo, la parálisis del turismo, el cierre de las fábricas, la crisis tributaria de los gobiernos federal y estatales, la negativa del gobierno federal a poner en práctica un plan anticrisis (lo cual sí están haciendo los demás países).
Vienen tiempos muy difíciles que no serán de corto plazo, sino que durarán al menos lo que resta del año y probablemente uno o dos años más.
La gravedad de la situación dependerá de en qué medida el gobierno continuará con su apuesta –poco racional– de rescatar a la industria petrolera, que es como tratar de revivir a un zombie. Aquí tenemos un problema muy grave, porque los escasos recursos del sector público se están invirtiendo en una aventura económicamente inviable.
Lo que procede es disminuir el tamaño de Petróleos Mexicanos (Pemex), cerrar pozos poco productivos y refinerías chatarra. Pero esto va contra la idea de que Pemex es la nación. Y no lo es. La nación es mucho más que una empresa mal gestionada, corroída por la corrupción y agotada en sus capacidades productivas.
¿El gobierno ya cuenta con medidas o políticas para aminorar los efectos de la crisis económica?
Ha definido algunas políticas muy tímidas y difíciles de implementar; el presidente ha hablado de proporcionar uno o dos millones de créditos de 25 mil pesos cada uno a microempresas, pero no se ha definido el mecanismo para que la gente los solicite. Al parecer los créditos serán tramitados en los bancos, lo cual implica que los beneficiarios sólo podrán ser actores de la economía formal.
Esto dejaría de lado a la mayoría de la gente, los empresarios y trabajadores informales, los cuales representan el 60 por ciento del personal ocupado en el país.
El Banco de México (Banxico), que es autónomo, decidió poner liquidez para rescatar al sistema financiero; se habla de la enorme cantidad de 750 mil millones de pesos, que representa el tres por ciento del PIB, cantidad tres veces superior a lo que el gobierno federal invertirá contra la crisis derivada de la enfermedad Covid-19. Pero el problema es cómo hacer llegar este dinero a las microempresas, y no se sabe si se apoyará a los trabajadores desempleados.
Por lo tanto, no tenemos políticas específicas y operativas anticrisis, hay cierta voluntad política para hacer algunas cosas, pero éstas no tienen aún reglas de cómo se ejecutarán.
Dentro de este panorama, ¿serán afectadas las universidades? ¿Qué pueden hacer?
Las universidades son un sector muy protegido de esta crisis, los profesores, trabajadores universitarios y estudiantes becados seguirán recibiendo sus pagos, no tendremos un problema financiero, seremos uno de los pocos sectores privilegiados de la población mexicana que no sufrirá un impacto directo.
Son pocas las cosas que podemos hacer como instituciones de educación superior para ayudar a salir de la crisis. Una contribución sería, dentro de lo posible, dar seguimiento a la evolución de la epidemia, a través de la construcción de estadísticas independientes, ya que en este momento no tenemos información fiable.
Asimismo, podríamos poner los laboratorios de las facultades de Química para ayudar –de alguna manera– a hacer pruebas masivas; no es fácil porque no tenemos los insumos necesarios, ni los equipos, ni la tecnología, pero podrían hacerse gestiones para obtenerlos.
También podríamos ayudar en el plano legal a la gente que no pueda pagar créditos, rentas o cumplir contratos; ofrecer atención psicológica a la población hoy enclaustrada, especialmente a las mujeres víctimas de violencia doméstica, así sea vía telefónica.
Ya la UV está ofreciendo acceso en línea a las actividades artísticas de nuestros grupos, así como a nuestros libros y bibliotecas, lo cual es muy bueno. Grupos de profesores y alumnos realizan diversas iniciativas de apoyo en la escala que las restricciones de movimiento permiten. Lamentablemente, son pocas las iniciativas, pues el propio aislamiento físico obligado dificulta la acción colectiva de los universitarios.
Algunas universidades, como la de Guadalajara, están desarrollando pruebas rápidas y contribuyendo a su aplicación, y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha puesto a disposición su fortaleza científica. Hay otras iniciativas puntuales en varias universidades públicas y privadas; sin embargo, creo que las universidades no estamos aún a la altura de las necesidades. Tendremos que repensarnos después de esta crisis.
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