José Lorenzo Álvarez Montero
02/10/2020, Xalapa, Ver.- A 210 años del inicio de la Independencia y 199 de su consumación, resulta importante mencionar y reconocer la actividad de Miguel Hidalgo y Costilla en la primera y de Don Agustín de Iturbide, en la segunda.
De acuerdo con los testimonios de Pedro García, insurgente y héroe anónimo, quien sirvió y acompañó a Miguel Hidalgo en la causa de la independencia, la noche del 15 de septiembre de 1810 habiéndose enterado el cura Hidalgo por voz de Ignacio Allende y Juan Aldama que el plan de independencia había sido descubierto por el gobierno virreinal, ordenó a Ballesa, Mariano, Aldama y Santos Villa que aprehendieran a todos los gachupines, eclesiásticos y comerciantes.
Ejecutaron la orden 11 individuos, acción fabulosa para tan reducido número de personas. Al mismo tiempo, se enviaron correos a distintos puntos, avisando lo que estaba ocurriendo para que, de ser posible, siguieran el ejemplo.
En la madrugada del 16 de septiembre, que era domingo, comenzó a congregarse la gente del campo que acostumbraba acudir a la primera misa. Pasó la hora de la celebración y comenzó a saberse lo que había sucedido la noche del 15, Miguel Hidalgo salió de su casa y les informó los motivos de sus órdenes y acciones.
Los congregados escucharon, algunos con sorpresa, otros con júbilo y algunos más con preocupación.
Como es sabido, ese día inició la lucha por la independencia, sin que pudiera lograrse a pesar de los esfuerzos de los memorables hombres que participaron en esta odisea mexicana.
Satanizados por el gobierno virreinal y por la Santa Inquisición, los iniciadores de la insurgencia fueron juzgados y ejecutados; otros abandonaron las armas y se acogieron a la amnistía.
En 1820, Vicente Guerrero permanecía indomable e insobornable en las tierras del sur, sosteniendo las débiles armas de la insurgencia.
A fines de ese mismo año, Agustín de Iturbide cabalgaba hacia Acapulco con su nuevo nombramiento de Comandante General del Sur. En Teloloapan se reunió con la oficialidad y leyó el borrador de lo que más tarde sería el Plan de Iguala; también propuso atacar a Guerrero en la sierra entre la costa y el río Mezcala. Sin embargo, las fuerzas insurgentes comandadas por Pedro Ascencio y Guerrero lo sorprendieron, costándole la baja de 108 soldados. Fue entonces cuando el caudillo, haciendo a un lado la espada, empuñó la pluma y escribió a Guerrero, el 10 de enero de 1821, dando respuesta éste el 20 del mismo mes. El 24 de febrero, Agustín de Iturbide proclamó en el pequeño pueblo de Iguala, el manifiesto y plan conocido con el nombre del pueblo en donde se leyó.
Dos semanas después Vicente Guerrero en Acatempan aceptó el plan, en cuyo acto se entabló el diálogo que Zavala, confidente de Guerrero, reprodujo del modo siguiente:
Iturbide: “No puedo explicar la satisfacción que experimento al encontrarme con el patriota que ha sostenido la noble causa de la independencia, y ha sobrevivido él sólo a tantos desastres, manteniendo vivo el sagrado fuego de la libertad. Recibir este justo homenaje de vuestro valor y vuestras virtudes”.
Guerrero: “Yo, señor, felicito a mi patria, porque recobra en este día un hijo, cuyo valor y conocimiento le han sido tan funestos”.
Iturbide quedó reconocido como general en Jefe del Ejército Trigarante y previa firma de los Tratados de Córdoba (24 de agosto), al frente de dicho ejército y llevando en su pecho la bandera tricolor, entró a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. Al día siguiente se firmó el acta de Independencia.
Los días que siguieron a la declaración de Independencia constituyeron la deificación popular de Iturbide.
El culto al libertador se comprendía en los 505 panfletos de esta época, de que nos da cuenta Javier Ocampo, quien realizó el estudio más completo de los mismos, y donde pueden leerse los títulos que los autores daban a Iturbide: “Salvador de la Nación”, “Redentor de la Patria”, “Rayo de Júpiter”, “Asombro de la Historia”, “Tridente de Neptuno”, “Nuevo Abraham”, “Antorcha Luminosa de Anáhuac”, “Victorioso David”, “Segundo Constantino”, “Gran Alejandro de América”, “Gran Varón de Dios” y otros más.
La glorificación de héroe se extendió a su esposa, su madre, su padre, su hermano e hijos, concretizándose en títulos, versos y actos. Sus gloriosos días culminaron con la coronación de emperador, y con la corona llegó el ocaso.
La condena de Iturbide proviene de escritores con fuertes tintes de parcialidad como Vicente Rocafuerte, Fray Servando Teresa de Mier, Carlos María Bustamante, Lorenzo de Zavala, Anastasio Cerecero, José María Bocanegra, Lucas Alamán, Henry George Ward, Joel R. Poinsett, José María Tornel, Vicente Rivapalacio, Francisco de Paula Arrangoiz y Berzábal, Niceto de Zamacois, todos escritores del siglo XIX.
Hoy, a 199 años de Independencia, el consumador del Estado mexicano sigue estando ausente de los libros de texto sobre historia, por lo que resulta conveniente preguntarnos ¿si el caudillo que culminó la obra iniciada por Hidalgo, con quien se encontraba unido en parentesco por línea maternal por el conquistador don Juan de Villaseñor y Orozco, fundador de Valladolid, debe seguir anatematizado por quienes ignoran la historia y sólo repiten lo que proviene de fuentes muy secundarias? ¿Si se merece seguir ignorando la verdadera fecha de la Independencia de México?
Sobre este tema y personaje, como muchos otros que cabalgan en la histografía con etiquetas prefabricadas, es conveniente decir la verdad al pueblo mexicano de quién es el consumador de la Independencia y verdadero padre de la patria, Agustín de Iturbide, el hombre que dio escudo y bandera al México independiente.
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