- A decir de la investigadora del Instituto de Antropología, “nadie quiere ser indio ni negro”, pero basta escudriñar un poco para que afloren ambas identidades
Entidades como Guerrero, Oaxaca y Ciudad de México recientemente reconocieron legalmente en sus constituciones la existencia de población afrodescendiente; mientras que en Veracruz es uno de los puntos pendientes
Karina de la Paz Reyes Díaz
10/12/18, Xalapa, Ver.- Por la mar llegaron Hernán Cortés y 500 hombres más, de ellos un porcentaje considerable era de origen africano y uno de éstos, en particular, era el hombre de confianza del llamado conquistador. Pero ni entonces, en el Virreinato, en el llamado México independiente ni a la fecha se reconoce la presencia y legado de la sociedad afrodescendiente en esta nación, lamentó Sagrario Cruz Carretero, investigadora del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana (UV).
Gonzalo Aguirre Beltrán, recordado como uno de los grandes luchadores y estudiosos de la afrodescendencia, en su Obra antropológica, XVI. El negro esclavo en Nueva España: La formación colonial, la medicina popular y otros ensayos (1994) cita: “Es inconcebible que la Historia de México (1978), editada por Salvat y coordinada por Miguel León Portilla, preclaro profesional, con quien colabora la flor y nata de nuestros historiadores, no mencione una sola vez al negro, o a la esclavitud negra en alguna de las 3 mil 100 páginas contenidas en trece volúmenes profusamente ilustrados”.
Páginas después remarca: “En nuestro medio académico hay la tendencia a menospreciar el aporte del negro a la formación colonial y se da por sentado que basta considerar a indígenas y españoles, con lo que ellos representan, para tener un panorama completo de los factores que intervienen en la configuración de lo que más tarde habría de ser México”.
Por fortuna, comentó Sagrario Cruz (quien desde 1987 ha dedicado sus investigaciones a la afrodescendencia), los trabajos de investigación académica en la materia han aumentado, tanto los históricos como los etnográficos; aunque éstos en menor medida, “porque no es tan fácil salir a campo”. Si bien hay más mención, no es suficiente, si se compara con la que hay en materia de la población originaria, “pues sigue considerándose una minoría”.
Una de las herramientas que la investigadora ha usado es la heráldica, toda vez que apellidos como Pardo, Prieto, Moreno, en su momento fueron nombres de castas; otros más como Crespo, Delgado u Obeso fueron características físicas de las cartas de compra-venta; es más, Cruz, Santa María o Virgen hablan de esclavos que eran renuentes a convertirse al catolicismo y apellidarlos así era una forma de decirle a los sacerdotes que pusieran atención en ellos.
Los africanos llegaron en varios momentos de la historia de lo que hoy se conoce como México: en la época de la Conquista, en la del Virreinato de la Nueva España; incluso hubo migraciones desde Florida y Nueva Orleans. En el primer caso fue consecuencia de que España perdió tal territorio ante Inglaterra (alrededor de 1767); en el segundo, fue gracias a la actividad marítima y comercial que había desde Panamá hasta La Habana. “Sabemos de barcos de vapor que venían de Nueva Orleans y circulaban entre Alvarado, Tlacotalpan y Cosamaloapan”.
Población negra no tenía alma
“Cortés llegó con 500 hombres, de ellos un buen porcentaje eran africanos. No conocemos todo el listado de nombres y castas. Sabemos de dos, porque él los menciona, uno es Juan Eguía, al que culpó de transmitir la viruela”, relató la investigadora de la UV.
Para ella es interesante destacar el señalamiento que el conquistador hizo en contra de Eguía, pues “si él venía enfermo, muchos más también lo estaban. Lo que pasó es que Cortés lo culpó porque se vino una debacle poblacional debido a las epidemias. Por eso es interesante que en la primera mención de negros en la Nueva España ya los estigmatiza”.
El otro hombre negro del cual hay mención por Cortés es Juan Garrido. “Su guardaespaldas y el de mayor confianza”. Su caso también es interesante, porque en códices se aprecia a La Malinche, Cortés y Garrido. “Muchas veces ni siquiera presentaron a Jerónimo de Aguilar (el traductor al español). Garrido fue de los conquistadores negros que llegó a vivir en el centro de la Ciudad de México, también participó en la conquista del norte de México, y de Centro y Sudamérica, se hizo de minas y de esclavos, eso es lo más sorprendente. Fue un negro ya aculturizado e inmerso en la sociedad novohispana, que actuó como un español más”.
Con la debacle epidemiológica, el 90 por ciento de la población indígena decayó, al no tener inmunidad. “Zonas como Veracruz se deshabitaron. Quedaron muy pocos sobrevivientes indígenas y fueron reagrupados cerca de las parroquias –en documentos encontré que los pocos indígenas de aquí los agruparon en Rancho Las Ánimas y en San Andrés Tlalnelhuayocan–, pero realmente quedó deshabitado, con grandes porciones de tierra que fueron ocupadas fácilmente por los españoles, pero necesitaban mano de obra”.
Si bien Fray Bartolomé de las Casas ya había pugnado porque se diera un proteccionismo legal hacia los indígenas y que éstos tenían alma, no fue el caso para los negros. Grosso modo, comentó que la Iglesia católica permitió la esclavización de la comunidad africana por una “interpretación a modo de la Biblia”.
Tales escenarios (la debacle epidemiológica y la postura de la religión católica) alentaron las grandes cargazones de población africana a las zonas deshabitadas. Sin embargo, no se sabe de esa presencia porque al llegar a la Nueva España, sobre todo en el siglo XVIII, tal población fue registrada como “india”, ya que éstos sí pagaban tributo.
La investigadora citó que fueron tres las empresas en las que por ley se ocuparon solamente africanos: corte de caña, extracción minera y en obrajes (que eran fábricas textiles); en tales actividades el promedio de vida era de 15 años como máximo, dadas las condiciones en que se desarrollaban. Se trató de “empresas letales”.
A manera de “controlar” la situación, la Corona Española autorizó puntos de venta y distribución. En la entidad fueron el puerto de Veracruz, Xalapa, Córdoba y Orizaba. A tales puntos llegaron personas de todas partes de África.
Si bien en la actividad azucarera, minera y obrera había exclusivamente negros, en todas las demás existentes también hubo presencia de ellos. Y como llegaron para quedarse, desde el principio aportaron a la hoy nación mexicana “una cultura que no visibilizamos y que en muchos casos creemos que es indígena”, dijo Sagrario Cruz.
Por ejemplo, los africanos heredaron procesos mágico-religiosos. Pero también, el arte culinario, como el freír en aceite profundo; las comidas de vísceras (de puerco, vaca o chivo) como el “mondongo”; el consumo de tubérculos como la yuca; los vinos de palma y conservas en alcohol, incluso platillos considerados indígenas como el arroz con frijoles y los tamales envueltos en hoja de plátano o palma. También dejaron un considerable legado en el habla de varias regiones; las percusiones, el ritmo terciario y el sincopado en la música y una larga lista en todos los ámbitos sociales y culturales.
La tierra donde todos quieren ser de piel blanca
En un país donde a decir de la investigadora “nadie quiere ser indio ni negro”, basta escudriñar un poco para que afloren ambas identidades, “es como verse ante un espejo”. “Pero no hay una identidad afro, tú no te identificas con ella, no conoces a tus ancestros”, reclamó.
Apenas en 2015, una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía reconoció oficialmente la existencia de afrodescendientes. En el título “Perfil sociodemográfico de la población afrodescendiente en México”, el organismo gubernamental indica: “Las personas afrodescendientes se encuentran distribuidas en todo el territorio nacional; sin embargo, se ha identificado que su asentamiento principal está en algunas entidades del sur del país, como Guerrero y Oaxaca, al igual que en el Golfo de México, principalmente en Veracruz de Ignacio de la Llave”.
Entidades como Guerrero, Oaxaca y Ciudad de México recientemente reconocieron legalmente en sus constituciones la existencia de población afrodescendiente; mientras que en Veracruz es uno de los puntos pendientes. Tal reconocimiento implica que el Estado esté obligado a facilitar recursos para políticas públicas que les beneficien, destacó la académica.
Reconocer la afrodescendencia implica “tener un orgullo por nuestros ancestros, entender quiénes somos, de dónde venimos. Quien no sabe de dónde viene, no sabe quién es”, remarcó la entrevistada.
Implicaría, además, contribuir a eliminar el “racismo larvado” que se padece en el país sobre quienes son de piel oscura; porque aquí prevalece el deseo de ser de piel blanca, “México es el país de América Latina que más tinte rubio consume, mientras Brasil es donde más se blanquean la piel. La idea de pasarse a otro color es porque te da beneficios sociales”.
Tal consigna está probada, dijo, y citó el Proyecto sobre Etnicidad y Raza en América Latina (PERLA, por sus siglas en inglés), que confirmó que la gente de piel más oscura obtiene menos beneficios políticos, económicos, sociales, educativos, incluso sentimentales (como el hecho de tener una pareja con una posición económica privilegiada).
A manera de conclusión, Sagrario Cruz mencionó que si bien hay investigaciones sobre la afrodescendencia en el país y en la entidad, hay muchas deudas pendientes, como en el sur de Veracruz. “Hace falta trabajo etnográfico, se ha hecho análisis etnomusicológico, pero falta mucho por saber de procesos mágico-religiosos, gastronomía, historia oral, creencia en seres fantásticos del monte, incluso los procesos de racismo y discriminación”.
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