- En los últimos cinco años han cerrado cuatro ingenios
- Luis A. Montero García, del INAH y Virginie Thiébaut, de la UV, hacen un recuento de los 500 años de su existencia
- El libro Veracruz, tierra de cañaverales. Grupos sociales, conflictos y dinámicas de expansión, busca ahondar en varios temas de ese sector
Karina de la Paz Reyes
En 1524 Hernán Cortés estableció el primer trapiche de la Nueva España y lo hizo en la orilla del río Tepango, en Santiago Tuxtla, por ello la agroindustria azucarera es de las más antiguas del país y de Veracruz. Sin embargo, en la actualidad enfrenta una amarga crisis, para muestra basta decir que mientras en 1910 en la entidad había 48 ingenios, hoy sólo hay 17. Recientemente han cerrado cuatro y algunos más están en riesgo de no moler en la venidera zafra.
La académica Virginie Thiébaut, del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana (UV), y su homólogo Luis A. Montero García, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Centro Veracruz, coincidieron en decir que hay una necesidad de investigar y escribir la historia del azúcar en la entidad, por ejemplo, profundizar en las razones por las que numerosos ingenios han dejado de funcionar.
Una producción académica que abona a esta necesidad es el libro Veracruz, tierra de cañaverales. Grupos sociales, conflictos y dinámicas de expansión, coordinado precisamente por Thiébaut y Montero García. La obra es producto del Primer Coloquio “La caña de azúcar: dinámicas sociales y espaciales ayer y hoy”, que se realizó en 2013 en Xalapa, y se presentó por primera ocasión en octubre de 2015 en Córdoba, la región cañero-azucarera más importante del país, como parte de las actividades académicas del Segundo Coloquio.
En la introducción de la obra los académicos indican: “El fenómeno es relevante en Veracruz, donde la caña de azúcar, que se empezó a cultivar en 1524, cuando se fundó el primer trapiche en las estribaciones de Los Tuxtlas, cubre actualmente 310 mil hectáreas de superficie industrializada (Infocaña, 2013).
”Los paisajes de la entidad están muy marcados por este cultivo que, aunque en algunas regiones se volvió un monocultivo, entre otras comparte el espacio con diversos productos comerciales (café, limón, plátano, por ejemplo) y con pastos para la ganadería. Precisamente, (esta obra) busca entender mejor estas dinámicas y otras, relacionadas con el sector cañero-azucarero.”
En entrevista con Universo, Luis Montero y Virginie Thiébaut relataron que a partir del siglo XVI la actividad se propagó paulatinamente a otras regiones del país propicias para el cultivo de la caña de azúcar, siempre tomando en consideración que se trata de una planta que requiere un clima tropical para desarrollarse de manera vigorosa y que, por el contrario, más allá de los mil 500 metros sobre el nivel del mar ya no es tan productiva.
“Durante todos estos siglos de la Colonia, la caña se expandió rápidamente desde Veracruz al centro del país, incluso al occidente en pequeños valles que convenían por sus condiciones climáticas y topográficas. Ya para el siglo XVII había caña en muchas partes de lo que es actualmente México”, precisó Virginie Thiébaut.
Aquella región pionera, ubicada en Los Tuxtlas, disminuyó su cultivo a finales del siglo XVI, y durante la época colonial se consolidaron dos grandes regiones azucareras en Veracruz: Córdoba-Orizaba y Xalapa-Coatepec-Naolinco, por ser el paso a la Ciudad de México. Ambas se convirtieron en el centro difusor de la actividad al resto de la entidad.
“La Santísima Trinidad, conocido como ‘El Grande’ (fundado a finales del siglo XVI, en la actualidad es una congregación que pertenece a Coatepec), fue uno de los ingenios más grandes que hubo en la Nueva España, por toda la infraestructura que tenía: casa de molienda provista de dos prensas movidas por medio de una rueda hidráulica, casa de calderas, tres tachos, tanques de cobre, corral para leña, casas de purga, troje, taller de carpintería, horno de ladrillos, esclavos negros y una iglesia, producía maíz, azúcar y ganados”, citó Montero García, a manera de ilustrar la intensa actividad de la industria azucarera en esta zona de Veracruz.
“En los 300 años del virreinato la caña se introdujo en las regiones pobladas por indígenas, es algo que poco se ha estudiado. Ellos estaban acostumbrados al consumo de miel producida por abejas meliponas, pero asimilaron la caña e iniciaron la producción de panela y aguardiente” agregó.
El investigador del Centro INAH Veracruz, remarcó que los indígenas y las clases sociales bajas consumían panela, pues en aquella época la azúcar era “un artículo de lujo”. Fue hasta finales del siglo XIX que se convirtió en un producto de consumo común.
Del trapiche al ingenio azucarero
Con base en estudios de historiadores como Horacio Crespo, Alejandro Tortolero y John Womack, Luis Montero precisó que a partir del último cuarto de siglo XIX –la fecha más precisa es 1880– inició la industrialización del sector azucarero en el país.
En el siglo XIX Cuba fue la potencia mundial en la producción de azúcar, y ahí se generaron los procesos de avance tecnológico, como el uso del vapor, de tachos, de evaporadoras, del tándem. Mientras tanto, en México las haciendas azucareras que surgieron entre los siglos XVI al XVIII produjeron distintas clases de azúcares con trapiches movidos con fuerza hidráulica (acueductos), las mazas de madera para exprimir las cañas fueron forradas con láminas de cobre, luego se hicieron de hierro y, paulatinamente, se introdujeron innovaciones en el proceso productivo.
No obstante, advirtió, hay datos interesantes como el de la ex hacienda El Mirador –ubicada en el municipio de Zentla– donde su fundador, el alemán Carl Christian Sartorius, introdujo en 1833 el primer trapiche de manufactura alemana movido por vapor; uno más, es que después de la República Restaurada el cultivo de la caña se propagó a orillas del Papaloapan –convirtiéndose en este periodo y no durante el Porfiriato, en un “nuevo espacio azucarero”–, donde se fundaron nuevos ingenios que produjeron azúcar, mascabado y aguardiente (San Gabriel, San José Papaloapan, San Miguel, San Antonio, San Jerónimo, Santa Fe y La Candelaria), cuyos molinos, bombas, calderas y motores eran movidos por vapor e introdujeron la vía portátil para trasladar la caña al batey.
“Ésa sería la principal revolución: la llegada del vapor a la maquinaria que se utilizaba en el proceso de producción, porque antes del último cuarto del siglo XIX tenían que realizar un proceso artesanal desde el corte de la caña hasta la producción del azúcar.”
Del Porfiriato al liberalismo salvaje
Esta agroindustria está por cumplir cinco siglos “y se resiste a morir, a pesar de las recurrentes crisis que atraviesa”, citan los académicos en el libro Veracruz, tierra de cañaverales. Grupos sociales, conflictos y dinámicas de expansión.
En 1910 en Veracruz estaban contabilizados 48 ingenios –distribuidos principalmente en la zona de Pánuco, Córdoba-Orizaba, Xalapa-Coatepec-Naolinco, la cuenca del Papaloapan y el Istmo veracruzano–, cifra a la que deben sumársele una infinidad de pequeños trapiches y fábricas de aguardiente distribuidas en toda la entidad.
A la fecha, más de un siglo después, sólo hay 17 ingenios en la entidad, es decir, la mitad de los ingenios han cerrado, cada uno por una diversidad de situaciones indistintas.
Los investigadores precisaron que los ingenios activos en Veracruz, con base en la zafra 2014-2015, de norte a sur, son: El Higo (que data de 1899), Zapoapita-Pánuco (1898 y 1968), La Gloria (1913), El Modelo (1898), Mahuixtlán (siglo XVIII), Central Progreso (1932), El Potrero (siglo XVII), San Miguelito (siglo XVII), El Carmen (siglo XVIII), San Nicolás (siglo XVIII), La Providencia (siglo XVII), San José de Abajo (siglo XVII), Central Motzorongo (1904), Constancia (1912), Tres Valles (1975), San Cristóbal (1898), San Pedro (1898) y Compañía Industrial Azucarera “Cuatotolapan” (1904).
En tanto, los cuatro ingenios que han cerrado en lo que va del actual gobierno de Javier Duarte de Ochoa son: Independencia (fundado en 1947), La Concepción (siglo XVI), San Gabriel (1870) y Nuevo San Francisco (1885).
Los cuatro ingenios cerrados dejaron a cientos de obreros en el desempleo, sin seguridad social y sin derecho a una pensión, en tanto los productores cañeros que les proveían han cambiado de cultivo o han tenido que trasladar la materia prima a otras zonas de abastecimiento, ubicados a mayor distancia, lo cual implica mayor inversión económica y menor ganancia, explicó el investigador del INAH-Veracruz.
Añadió que el riesgo de que otras factorías dejen de elaborar azúcar está latente. Un claro ejemplo es el ingenio El Carmen, ubicado entre Orizaba y Córdoba, propiedad del grupo azucarero García González, dueño también del Nuevo San Francisco (Lerdo de Tejada) y Calipam (estado de Puebla).
En ese tenor, y posterior a la entrevista con ambos académicos, el 16 de diciembre de 2015 circuló la noticia de que el Servicio de Administración y Enajenación de Bienes (SAE) vendió tres de los cinco ingenios azucareros propiedad del Gobierno Federal, administrados por el Fondo de Empresas Expropiadas del Sector Azucarero; dos de ellos están ubicados en Veracruz (El Modelo, situado en Ciudad Cardel, y La Providencia, ubicado en Cuichapa).
Es más, el SAE declaró desierta la licitación para los ingenios El Potrero (Miguel Alemán) y San Miguelito (Córdoba) y adelantó que continuará en el proceso de venderlos.
El sector azucarero décadas atrás
Aunque ambos académicos insistieron en que cada ingenio tiene sus particulares razones que les llevaron a la quiebra, coincidieron en que al tratarse de una agroindustria que prosperó bajo la protección del Estado, siempre ha sido utilizada electoral y políticamente, pero sin un auténtico proyecto de impulso o rescate.
“Hubo un momento que siendo empresas paraestatales, la Comisión Nacional de la Industria Azucarera utilizó estos feudos azucareros para cuestiones políticas. En el ingenio Independencia hubo un momento en que llegaron a ser 200 empleados de ‘confianza’, con nombramientos que no eran los adecuados para manejar un ingenio, sin importar lo que éste produjera, porque sabían que había un subsidio seguro. No interesó que hubiera eficiencia en la fábrica, en el campo, porque no había que entregar resultados”, puntualizó el investigador del Centro INAH Veracruz.
En tanto, Virginie Thiébaut señaló que hay varios ingenios que pertenecen a un mismo grupo empresarial y la situación financiera de éstos varía.
“Hay un contraste muy fuerte, porque existe presencia de grupos expansionistas, que invierten mucho: la iniciativa privada, pero con todo lo que implica el liberalismo salvaje. Ya no es un sector protegido, como lo fue por muchos años”, alertó la investigadora de la UV.
“En la entidad, un grupo empresarial importante ya está trabajando en sus propias tierras, porque ya no quiere depender totalmente de los ejidatarios y productores de la caña de azúcar; además, tiene su propia red de transporte, por ello ya no depende de los transportistas locales, y contratan sus propios trabajadores.
”Al inicio, los cañeros y la gente del lugar estaban muy contentos pues decían ‘ellos sí cumplen, pagan la liquidación y la preliquidación a tiempo, no se atrasan’ –porque ése es un gran problema en el cultivo cañero, que muchas veces hay apoyos, pero llegan a destiempo y eso no permite tener una buena cosecha–; sin embargo, rápidamente llegó el desencanto porque se dieron cuenta de que no contrataban a transportistas independientes, lo tienen todo mecanizado y cada vez rentan más tierras para no depender de los ejidatarios y los productores. Es la tendencia general de lo que está pasando, no sólo en el sector cañero, sino en el agropecuario”, agregó.
Otras controversias que enfrenta el sector son los supuestos perjuicios que el azúcar causa al organismo, la importación de jarabe de maíz de alta fructosa y los biocombustibles, sólo por mencionar algunos.
De la academia a la toma de decisiones
El libro Veracruz, tierra de cañaverales. Grupos sociales, conflictos y dinámicas de expansión se ha presentado tanto en ambientes académicos como en zonas dedicadas a esta actividad agroindustrial, por ejemplo, en Córdoba, como ya se citó; en la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información, región Xalapa de la UV; en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y en Tlacotalpan.
En todos esos lugares la obra ha tenido buena acogida por académicos, estudiantes, cortadores de caña, campesinos, obreros y público en general. No obstante, esta producción académica, como la mayoría, no ha sido tomada en consideración por autoridades de los tres niveles de gobierno ni legisladores.
“Ése es el problema que tenemos siempre. Nosotros trabajamos por un lado, publicamos información, pero después quién nos lee, quién nos hace caso”, cuestionó Virginie Thiébaut.
Los intereses académicos de Luis Montero y Virginie Thiébaut coinciden y versan en el estudio de las clases subalternas –obreros, ejidatarios, cortadores, entre otros– y que las investigaciones en sí no se queden sólo entre la comunidad académica, sino involucrar a los protagonistas del sector cañero-azucarero.
“Es muy importante que haya una retroalimentación y que vean que no podemos cambiar la situación, el ingenio para el que trabajan no abrirá por lo que hacemos nosotros, pero por lo menos les informamos y hacemos el trabajo con conciencia. Yo siento que como académica es mi deber, y es muy importante no dar expectativas falsas a la gente”, destacó Thiébaut.
“No hay solución milagrosa para la industria azucarera y los cañeros. Son muchos los fenómenos que hay que estudiar al respecto; profundizar en ellos y divulgar es lo que estamos haciendo”, añadió.
El libro, que circula bajo el sello del INAH, está conformado por siete ensayos: “Calidad y oficio: los pardos, mulatos y morenos en los ingenios azucareros de Coatepec, Veracruz, siglo XVIII”, de Citlalli Domínguez Domínguez; “Azúcar, panela y aguardiente en Veracruz (1800-1850)” y “San Antonio: historia familiar de un ingenio tlacotalpeño (1870-1938)”, del propio Montero García.
“Sector primario, sistemas de actividad y caña de azúcar en Veracruz”, de Rafael Palma Grayeb; “Paisajes cañeros de Lerdo de Tejada, Veracruz. Estrategias productivas y consecuencias territoriales”, de la propia Virginie Thiébaut; “La Coalición Nacional de Trabajadores y Sindicatos Azucareros Independientes: una experiencia difícil en el camino a la autonomía sindical”, de Ángeles González Hernández y Manuel Reyna Muñoz; “Sostenibilidad de biorrefinerías de caña de azúcar en Veracruz”, por Noé Aguilar.
Categorías: Reportaje