- Más de 400 mil migrantes suben al “Tren de la muerte” cada año
- Asumen riesgos de vida en su intento por llegar a Estados Unidos
Lucero Mercedes Cruz Porras
Xalapa, Ver. 12/12/2016.- Fue el sábado 26 de noviembre cuando Las Patronas nos abrieron las puertas de su albergue, un hogar temporal dedicado a los viajeros que van al Norte, quienes surcan su destino entre futuros inciertos y amores perdidos.
Norma, Lupe, Julia y Lili nos invitaron a su mesa, en la que ya estaban servidos frijoles, café y tortillas recién hechos. Aquí comenzó la charla, que junto a los olores de la comida, y los recuerdos de la vivencia en Amatlán de los Reyes, Veracruz, se quedaron impregnados en las almas de unos estudiantes afortunados que jamás olvidarán este día.
Las Patronas, quienes forman parte del claustro de la Universidad Veracruzana desde abril 2016 cuando se les impuso la Medalla al Mérito, al compartir su espacio narraron aquellas historias que ahora parecieran cotidianas y que han surgido en la marcha de una labor que comenzó hace más de 20 años.
El albergue “La esperanza del migrante” está rodeado de paredes rosadas y murales con distintivos como la Virgen de Guadalupe. En la entrada principal destaca un mapa de México, donde están delimitadas las principales rutas migratorias utilizadas durante las travesías por los confines del territorio nacional. El interior de la estancia, cuyas instalaciones son modestas, está integrado por espacios amplios: una cocina con grandes ollas –quemadas por tanto uso–, una bodega, un recibidor y varios cuartos con camas y literas. La construcción, que implicó una larga remodelación de antiguos muros de bambú, fue planeada en función de ser un parador de auxilio humanitario, cuyas acciones han recorrido el mundo en un momento histórico acentuado por expresiones de violencia exacerbadas y por un constante desinterés gubernamental hacia los sectores más desprotegidos y vulnerables, como es el caso de la población intermitente.
En el patio del lugar, Julia “La Chaparra” tomó una de las sillas de madera del comedor y abrió un libro donde año con año ella y sus compañeras recopilan imágenes que plasman las experiencias más significativas suscitadas durante su servicio. En una de las páginas se asoma el rostro de un niño pequeño –según sus rasgos, podría tener entre seis y ocho años–, apenas iluminado con resquicios de luces nocturnas, que, sujeto a los barrotes de su celda en movimiento, mira agotado las vías de un camino aparentemente interminable. Debajo de esta instantánea se lee la frase “A la orilla del camino mis pies buscan tus huellas para poner mis pisadas. La vida y la muerte están ante mí como un reto”, escrita a mano por Norma.
Querida ausencia
La Patronas dividen sus actividades en un pizarrón –con billetes adheridos por personas de distintos países– donde se aprecia el nombre de Julia, Rosa, Mari, Lupe y Tona, según el rol del día, que se organiza de acuerdo a la repartición de pan o comida correspondiente. Entre 12 y 14 mujeres de la región colaboran a lo largo de la semana para brindar atención a cualquier viajero que lo solicite y a los visitantes que se acercan para conocer su trabajo. El comedor recibe constantemente donaciones provenientes de escuelas y empresas que destinan víveres o ropa a la causa.
Las Patronas preparan alimentos, hospedan y brindan orientación a los migrantes que necesitan apoyo cuando detienen su rumbo para descansar. Durante su estancia, niños, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, son atendidos por este grupo de voluntarias que trabajan todos los días del año desde muy temprano: “Llegan caminando, muchas veces tienen los pies llenos de llagas y es necesario que se queden durante algún tiempo. Les decimos que en este comedor pueden dedicarse a reposar y recuperar fuerzas”, comentó Lupe mientras lavaba una fila de platos.
“Anteriormente me dedicaba a preparar y envasar comida para cuando pasara el tren, pero a partir de que se dio a conocer nuestra labor vienen muchas visitas y ya no se puede dejar este lugar solo”, compartió después de secarse las manos. Lupe es una mujer con un semblante fuerte, sus brazos denotan un pasado de búsqueda, esfuerzo y mucho trabajo; en cambio, su mirada es tibia y esconde una nobleza transparente, sensible. Mientras se acomoda su mandil rosado, similar al color que predomina en las instalaciones del albergue, espera que el inconfundible sonido emitido por el tren al aproximarse le indique el comienzo de una de las etapas más complejas de su jornada.
La tristeza es una muerte lenta
El vacío es un vaivén de silencios, acompañados de soledad y desencanto. Cuando están ausentes las posibilidades de bienestar, no hay excusas que impidan la búsqueda de un entorno distinto, aunque este anhelo sea lejano. Pero la normalidad y la realidad son un recorrido que no demora en peligros para los que sueñan cansados, los que se van, aquellos que viajan a lo desconocido.
Cada año más de 400 mil migrantes centroamericanos –provenientes principalmente de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y México– abordan “La Bestia”, ese enorme tren de carga de mercancía, también conocido como “El tren de la muerte”, que parte desde Tenosique (Tabasco) y Tapachula (Chiapas), cruza ciudades como Córdoba y Orizaba antes de arribar a la Ciudad de México. En el trayecto, los pasajeros siguen su camino por San Luis Potosí y Saltillo hacia ciudades fronterizas del país, donde intentan atravesar los límites de México y cumplir el “sueño americano”.
La aspiración de ingresar a Estados Unidos, arraigada en el imaginario de países con pocas perspectivas de desempeño laboral y con altos índices de pobreza, se ha configurado por generaciones debido a la existencia de una gran demanda de mano de obra barata, plazas ocupadas generalmente por trabajadores indocumentados. Con el paso de décadas, muchas familias se han desintegrado, lo que ha aumentado el abandono de niños que interrumpen su infancia para aventurarse a alcanzar a los que no regresan.
El tránsito hacia tal destino está definido por una serie de peligros para los migrantes que afrontan enfermedades, robos, violaciones, secuestros e intimidaciones; además de los riesgos físicos representados por una “Bestia” que muchas veces deja heridas permanentes y muertes a su paso. Tan sólo en 2013, el Instituto Nacional de Migración reportó la atención de mil 577 migrantes con lesiones y mutilaciones ocasionadas por el imponente tren, al que tienen que abordar a una velocidad que ha seguido en incremento durante los últimos dos años.
Es por ello que, después de asumir una conciencia humanitaria en 1995 –cuando un par de migrantes les pidieron el pan que acababan de comprar para desayunar–, Las Patronas corren a diario hacia las vías del tren, esperando tocar una vida en cada viaje a lo incierto. En carretillas y contenedores llevan agua y bolsas con alimento para los migrantes, quienes haciendo un esfuerzo sobrehumano por alcanzar los productos sin caerse de “La Bestia” en movimiento, muchas veces corren con suerte y consiguen sujetar los paquetes. Así lo narra Yhorleni Álvarez, estudiante de la Universidad Veracruzana (UV) que formó parte de la escena:
“Las Patronas empezaron a decir ‘Viene el tren, ya viene’, nosotros no escuchábamos nada, acabábamos de comer, pero entró una sensación de adrenalina en ese momento. Nos levantamos apresurados de la mesa jalando los carritos y cargando las cajas hacia a las vías del tren. Había leído, había visto videos, pero fui partícipe de una experiencia que ha marcado todas nuestras vidas. Aunque algunos no alcanzaban la bolsa de comida, había una siguiente persona en el camino para hacer el intento. Aún siento el jalón en mi brazo de cuando uno de los muchachos logró agarrar uno de los paquetes.”
Pero además de las imposiciones que atormentan el paso de los viajeros, hay ocasiones en que los maquinistas del tren también interfieren en la entrega de insumos. Así lo denunció “La Chaparra” cuando el chofer “no bajó la velocidad aun cuando ya había recibido un ‘lonche’ especialmente preparado para él”. De la misma forma, Lili compartió que dicho acto de egoísmo se repite frecuentemente, a pesar de tratarse de “seres humanos en las peores condiciones de vida imaginables”.
Infinito olvido
Después de recibir y organizar los víveres y la ropa obtenida por la colecta realizada por estudiantes de la UV y la Universidad Veracruzana Intercultural (UVI) del 14 al 18 de noviembre, se cuantificó la exitosa respuesta de la comunidad universitaria, que aportó al comedor 214 kilos de arroz, 136 de frijol, 247 latas de atún, 25 kilos de sopa de pasta, 18 latas de verduras, ocho litros de aceite, nueve kilos de avena, 12 de azúcar, 28 jabones, 54 rollos de papel, nueve paquetes de toallas sanitarias, galletas, barras energéticas y jugos; además de costales de ropa, principalmente para esta temporada de frío en que muchos migrantes están expuestos a bajas temperaturas.
Con esta colecta, el compromiso de vinculación entre la UV y Las Patronas, sumamente necesario al ser una causa que permea al interior de Veracruz, se extendió para un seguimiento cercano por parte de esta iniciativa de estudiantes. La toma de conciencia acerca de la urgencia de acción ante una situación dolorosa, que afecta la vida de miles de rostros que sueñan con un mejor porvenir, es una de las alternativas para irrumpir esta cadena de sufrimiento y lejanía.
Así, al final de una larga plática, acompañada por una taza de chocolate y pan dulce, Norma, Lupe, Julia y Lili nos despidieron, preparándose para su segundo turno junto a las vías. Esta vez, cuando el tren de la ausencia pasó, como seguirá haciéndolo a diario, en su vorágine levantó llantos y suspiros de promesas que tal vez no se cumplan.
Pero la sinergia emprendida por estas mujeres, que un día decidieron ofrecer su vida al servicio, seguirá iluminando la incierta fortuna de grupos que pierden su identidad y sus ilusiones en cada despedida. Es por ello que, ante un éxodo incontenible, Las Patronas no dejarán de amar y de cuidar el corazón de los sin nombre en su camino.
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