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Ahora
me he puesto a pensar en lo que significan las ventanas, esos ojos
abiertos de las casas y los edificios, esos portales que comunican
dos mundos, esos andenes para la reflexión y los sueños.
O a veces esa barrera, más o menos acentuada, que nos separa
del bullicio de la calle.
Las ventanas… las hay de todos tipos:
Las pequeñitas con balcón y macetas, a las que sale
todas las mañanas una abuelita a regar las plantas y repasar
recuerdos.
Los grandes ventanales con esas terrazas limpias a las que recurren
los amantes para tomar un descanso y |
fumarse
un cigarro después del fuerte encuentro de sus cuerpos.
Las del tercer piso del edificio, donde María espera inquieta
el chiflido de aquel hombre, para bajar corriendo con maleta en
mano y escapar de casa.
Las tapiadas con cortinas, persianas, escritorio y computadora,
que mas bien sirven para revisar el estado del tiempo cuando a aquel
ensimismado programador de sistemas se le ocurre salir de su encierro
en busca de otra carga de café y cigarros.
Las translúcidas, pequeñas, en el cuarto de baño,
donde cada noche se arma un espectáculo entre la chica enredada
en la toalla y un grupo de adolescentes curiosos escondidos en la
calle de enfrente.
Las del último piso, frente al campito de futbol, desde donde
un niño de nueve años evita la derrota del equipo
del barrio aventando una piedra a la cabeza del portero contrario
para distraerlo en plena jugada.
Las ventanas… las de esperar, las de gozar, las de pensar,
las de añorar, las de esconder, las de jugar, las de bromear,
las de espiar, las de perder el tiempo… las de buscarlo.
El caso es que he estado pensando en ellas… desde afuera,
como una actriz más en el teatro de la calle… intentando
interpretar las historias que se esconden detrás de ellas,
como un preludio de nuevos cuentos. |