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Superó
las expectativas de su temporada en el Distrito Federal
Ovaciona el Teatro de la Ciudad a
Edgar Onofre Fernández (Fotografías:
Luis Fernando Fernández)
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México,
DF.- Conforme La Bamba fue cambiando del color del son
estilizado hacia la salsa, el flamenco y los ritmos electrónicos,
y en el escenario se confundían las galas veracruzanas tradicionales
con los tonos de los rumberos, poco más de mil personas congregadas
en el Teatro de la Ciudad de México para la primera de siete
presentaciones de Jarocho en el Distrito Federal paulatinamente
se pusieron de pie para ovacionar esta función.
Las expectativas generadas por el espectáculo, que el gobierno
del estado y la Universidad Veracruzana debutaron la semana pasada
en uno de los más prestigiados foros del arte y la cultura
nacionales, enmudecieron cuando de la oscuridad del escenario saltaba
el primero de los bailarines, ceñido en terciopelo negro y
transparencias, y respondió a las percusiones de Zapateado,
el primero de los actos y cuya música combina en su armonía
elementos del rock progresivo con instrumentos tradicionales del son
jarocho. |
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La
clave alternativa del son y la vida jarocha que el espectáculo
de la UV propone, contagió al público capitalino durante
las siete presentaciones que ofrecieron en el prestigiado escenario
de Donceles 38, en el centro histórico de la Ciudad de México,
desde que, uno a uno, los bailarines salían de la penumbra
para zapatear un coro de percusiones y estilizar al máximo
el baile más característico de Veracruz. A través
de gallardas evoluciones, donde la cálida sonrisa de los danzantes
fue trocada en un gesto altivo de profundo orgullo veracruzano que,
con la barbilla en alto, impidió que el público contuviera
los aplausos un par de ocasiones antes de terminar el primero de los
actos. |
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El
reconocido son de La Bruja se convirtió en una fantasía
sombría de luces y música, que parecía convocar
antiquísimas leyendas veracruzanas alrededor del cortejo entre
la hechicera y el varón embrujado, representado por solistas
que combinaron la danza clásica y contemporánea conforme
la música iba creciendo en intensidad. Una docena de bailarinas
iluminaron la penumbra con velas en las manos y se cruzaron en el
mágico idilio, como un aquelarre de brujas que se persiguen
por entre un paisaje de árboles tenebrosos.
El tradicional Colás fue transformado inmediatamente en un
cálido tornasol de luces, telones traslúcidos y músicos
en escena para esperar a los bailarines que trocaron las transparencias
y el terciopelo negros por el atuendo más tradicional de jarocho
y colmaron el escenario de chiflidos y bullicio veracruzano, de gritos
de júbilo y fiesta. Enseguida, los músicos de Jarocho
iniciaron un paseo por el malecón y la costa veracruzana en
armonías de jazz, que en momentos se convertía vertiginosamente
en golpes de alientos y percusiones y corría por en medio de
un paseo de estrellas, palmera y mujer. Bajo el mote de Jarjazz,
cualquier postal veracruzana tomó un cariz de improvisación
y complejas armonías que el público recibió de
buena gana.
El espectáculo giró en un santiamén hacia las
profundas Raíces negras de la región y se convirtió
en una danza frenética de movimientos que recuerdan la santería,
mezcla de son y selva. Ritmo fue una representación a manera
de camorra entre el solo de batería y el solo de zapateado,
un diálogo vertiginoso entre tambores de piso, tarola y contratiempo
y la habilidad de bailarines ataviados en negro y rojo que fue subiendo
de tono en tono hasta desembocar en un lamento de arpa y flauta que
imitó el encantamiento de La Sirena. |
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Antes
del intermedio, el Fandango llenó de nuevo el escenario
con zapateado y una fiesta de coqueteos y cortejos entre jarochas
ceñidas en una versión relajada del vestido tradicional.
El canto de los solistas advertía a ritmo de son que cuando
el amor quema, viene el Diablo y no te avisa y la puesta en
escena insinuaba que todo cuanto se ha dicho de la belleza de las
mujeres veracruzanas resulta poco. Los pasillos del Teatro de la Ciudad
se llenaron de comentarios y críticas, como si el bullicio
permanente de Veracruz hubiera contagiado a la audiencia y a la capital
mexicana.
De regreso, los músicos del espectáculo ofrecieron una
revisita a la música tradicional mexicana, convirtiendo al
Son de la Negra en jazz, La Raspa en bebop y el Cielito
Lindo en algo cercano al ambient y el new age, bajo el
título de Guacamole, y que cedió el turno a un pasaje
de los años 30, de danzón y salones de baile, de vestidos
escotados y sombreros de fieltro. Mientras la regenta del Salón
Veracruz vigilaba las miradas y las manos de las parejas seductoras
y seducidas por la acompasada síncopa del danzón, las
parejas fueron desapareciendo por las escaleras de una en una y los
meseros recogieron mesas y bancos para que la parte española
que todavía corre en la sangre veracruzana se adueñara
del escenario.
Ente guitarras y cantos flamencos y una caja de ritmos electrónicos
la bailaora, María Juncal, llevó al extremo las técnicas
del zapateado ibérico hasta un fenomenal solo que levantó
a la ovación y los olé de sus asientos.
Luego de un Torito que llevó de Tlacotalpan y la cuenca del
Papaloapan al Teatro de la Ciudad la más característica
de las alegrías jarochas, la Noche Cubana trajo una mezcla
afortunada de danza clásica y malecón, de caderas y
academia de baile, en medio del son estilizado. Del malecón
de la Habana al de Veracruz, la salsa y el zapateado, las guayaberas
y los trajes de rumberos viajaron alegremente de ida y vuelta.
Una solitaria bailarina salió al escenario enseguida para dejarse
abrazar por la tesitura cálida y triste al mismo tiempo de
la intérprete de La Malagueña y convocar con sus evoluciones
una atmósfera de melancolía y cariño profundos
que sumieron en el silencio total a este recinto del arte nacional,
atmósfera que se fue disolviendo hasta que, de golpe, rompió
el silencio la pieza titulada Jarocho. |
El
escenario recibió de nuevo al son y el rock zapateados, mezclando
la tradición y el futuro del baile jarocho y entrecruzando
atavíos veracruzanos, unos en blanco y pañoleta y en
negro y transparencias los otros. Jarochos tradicionales de blanco
y rojo, de amplias sonrisas y gritos de júbilo bailando son
veracruzano fueron incorporándose a una nueva sangre vestida
de negro y transparencias, de orgullo en el semblante y porte altivo
que zapatea a medio camino entre el rock, la música electrónica
y el son.
Y de ahí, al canto de Veracruz al mundo: La Bamba convocó
al público y a los bailarines desde el primer rasgueo de la
jarana. El sonido del arpa se fue mezclando con los beats de la música
electrónica para subir hasta convertirse en son estilizado,
mientras los bailarines levantaban al público de sus asientos.
El escenario se abrió para |
![](images/teatro.gif)
El
Teatro de la Ciudad de México, de los recintos más importantes
para el arte y la cultura nacionales, se transformó en un portal
hacia un diálogo íntimo y moderno con Veracruz.
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dejar
paso a un arreglo flamenco de esta canción, mientras la bailaora
Juncal mezclaba los zapateados españoles y jarochos.
Luego fue la salsa que pasaba de repente al jazz y volvía al
son y regresaba de nuevo a la jarana, en tanto, las palmas del público
se incorporaban tan pronto como el resto del elenco se iba sumando
al escenario.
Así fue como El Teatro de la Ciudad de México se puso
de pie para aclamar a Jarocho, no con una lluvia de aplausos,
sino en una percusión multitudinaria de palmas contagiada por
la clave del son que prolongó el cierre del espectáculo
una, dos, tres veces y más antes de finalizar y permitir que
el resto de cada una de las siete noches jarochas volvieran a ser
oriundas del Distrito Federal. |
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