Nuestro
entorno académico es un ambiente complejo, donde hay detalles,
los cuales la mayoría de las veces pasan inadvertidos ante
nuestros ojos o ante nuestra conciencia. Aquí, quiero referirme
a nuestro salón de clase, dado que es un espacio familiar
para todos, desde nuestra infancia hasta el día de hoy.
Un salón de clase no es sólo el espacio físico
que conocemos, con sus cuatro paredes, mesa-bancos, pizarrón
y escritorio. Su verdadero significado está en las interacciones
que se dan entre los estudiantes y sus maestros, a lo largo de reuniones
cotidianas que llamamos ‘clases’. Éstas constituyen
el centro de la educación como la hemos conocido de manera
generalizada.
Las clases,
las podemos ver como momentos en el tiempo, en los cuales nos reunimos
con nuestros compañeros de carrera y donde, con base en la
intervención de nuestros maestros, adquirimos, poco a poco,
las competencias necesarias para nuestro perfil profesional. La
ayuda que nos brindan nuestros maestros se centra en la enseñanza,
en la práctica y en las experiencias de aprendizaje que se
dan dentro de este espacio o en otros de su tipo.
Pero, esto no es todo; hay otros objetivos que alcanzamos y que
al parecer no están dentro del ámbito académico
y sino dentro del ámbito social y cultural de nuestra formación.
Los estudiosos de la Pedagogía los han llamado: ‘el
curriculum oculto’.
Nuestras
vidas como alumnos y como maestros están rodeadas de aspectos
diversos que engloban en nuestro quehacer escolar una serie de necesidades
de contacto social sobre todo el asistir a clases, el interactuar
con maestros y compañeros o el hacer tareas y prácticas,
entre otras actividades.
Esto nos
lleva a que nuestra vida en el salón de clase se vea dividida
entre dos ámbitos: el social y el académico. Muchas
veces se combinan los dos aspectos sin que uno de ellos sucumba
ante el otro. Pero hay veces en que el aspecto social atrapa nuestra
atención y define nuestros intereses por asistir a la clase.
Y esto no sólo le sucede a los estudiantes; los maestros
nos vemos en ocasiones en el desarrollo de nuestras clases, más
que en busca de un beneficio palpable de aprendizaje, pensando en
acciones de interacción con nuestro grupo, en donde no siempre
estamos seguros del beneficio para su aprendizaje.
Sin embargo,
un salón de clase y lo que sucede en torno a éste,
cubren una necesidad cultural de nuestro papel como estudiantes
o como maestros. Todo esto nos hace revalorar lo que sucede en un
salón tanto desde el punto de vista académico como
desde otros ángulos y que su aspecto académico no
es el único criterio de valoración. Las interrelaciones
que se dan dentro del aula nos dan otro tipo de beneficios para
nuestra formación y definitivamente, van a sumarse a nuestro
bagaje cultural con el que hemos de enfrentar nuestra vida profesional
y que en su conjunto, nos hará profesionistas de nuestra
área de estudio.
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