En
los 60 Lacan bajo un aforismo memorable y provocador sentenció:
No hay relación sexual no obstante enseguida
señalo: Pero sí hay relaciones sexuales,
las otras, las que se dan entre cuerpos desprendidos, sufrientes,
deseantes. No hay relación sexual, en tanto la primera relación
sexual por antonomasia es aquella que se establece entre madre e
hijo. La madre es un sujeto deseante, su deseo es cuna de la vida
y también de la muerte de un sujeto en potencia. La madre
vive en el hijo un tiempo de completitud, de alguna forma lo vive
como un placer omnipotente.
Esa primera relación entre el deseo y la carne (madre-hijo)
es única y paradójica. Cuando el hijo está
en el vientre materno, puede vivirse como la parte que completa
a la madre, y el momento en el que la madre toma al hijo como el
falo que le falta, también el hijo puede vivirse como el
falo que le falta. Esta es, ni más ni menos, la relación
sexual, relación que funda una perdida, una paradoja y un
mito. Cuando el hijo esté en el seno materno no es, cuando
se desprende al mundo para ser ya no está. Al
ocurrir esta caída al mundo, entra en el dilema obligado
de abandonar ese placer y buscar su lugar, su inscripción
en lo simbólico, simplemente su ser. Cuando estuvo en el
vientre materno no era, cuando quiere sujetarse al mundo (ser) ya
no está. Eterna búsqueda e imposible encuentro a la
que consolamos con otro amor.
El hijo al buscar su ser, busca el objeto primero, objeto mítico,
objeto perdido, objeto causa de deseo. En un tiempo se pensó
que esa búsqueda era razón del mito del andrógino,
quien en un tiempo fue completo y al perder una parte, deriva en
la parte faltante. Hubo que esperar a Freud para saber que la sexualidad
humana, la sexualidad universal, se establece en un cuerpo habitado
por deseo y por lenguaje. No hay relación sexual porque no
hay relación de completitud. Buscar el objeto perdido es
la ficción del amor: porque algo falta puedo desear y amar.
El deseo materno, vale decir, se da desde antes del nacimiento e
incluso de la concepción. En tanto el anhelo de un hijo por
la mujer, es parte de su paso por la vivencia de su castración
y por su posicionamiento en el mito edípico. Los laberintos
del deseo materno tienen consecuencias psíquicas estructurantes.
Si la madre conserva al niño como su falo y el creyéndoselo,
sin que el padre se interponga haciendo el corte y lo reclame para
la cultura, podría darse un caso de psicosis.
Que el niño pueda considerarse igual al falo sucede en el
terreno del inconsciente del sujeto, especialmente del femenino.
Lacan en su Seminario IV señala que: Los datos analíticos
indican igualmente que la niña -e incluso de forma general
el niño- puede concebirse a si misma como un equivalente
del falo, manifestarlo a través de su comportamiento y vivir
la relación sexual, bajo una modalidad que supone que ella
le aporta el falo al partener masculino. A veces esto se nota hasta
en los detalles de su posición amorosa privilegiada, cuando
se abraza al partener acurrucándose en cierto rincón
de su cuerpo.
Si el psicoanálisis plantea que: no hay relación sexual,
también señala que aunque se den las relaciones sexuales,
hay algo en ellas que las destina a fallar, ¿por qué?,
la originalidad freudiana fue acercarse a esta cuestión.
Hay algo en el orden de lo real1[1] que se impone a lo sexual, es
decir, no hay relación sexual total que me dé perpetua
satisfacción. No hay, en tanto lo real pone en evidencia,
en primer lugar, la separación estructural entre el hombre
y la mujer y en segundo, porque lo real de lo sexual nunca alcanza
a ser nombrado totalmente. La palabra, el lenguaje, no puede decir
lo real, decirlo todo.
De este modo, la actividad sexual resulta caprichosa, afectada por
un déficit que no reabsorbe. Freud hará pasar esta
línea de choque entre la sexualidad y la cultura; Lacan,
entre la sexualidad y el lenguaje. Desde el momento en que el hombre
habla, ya no tiene ninguna posibilidad de encontrar un acceso no
mediatizado a lo sexual.
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