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Psicoanálisis
y Vida Cotidiana:
Culpabilidad y angustia
Ricardo Ortega Lagunes / Miembro fundador de la
Red Analítica Lacaniana |
Hay mucha gente que cree que el psicoanálisis es una terapia
para liberarse de la culpabilidad. “La culpabilidad (...) es
la principal protección contra la angustia”.
En la clínica psicoanalítica, el lugar de la angustia
“–único sentimiento que no engaña–”
es central y diferente al de la culpa –único
sentimiento consciente de culpa inconsciente.
De ahí la singularidad de esos sentimientos y por qué
Lacan advertía que, para reinstalar la trama deseante
en la subjetividad –esto es, poner bordes a
la angustia que acosa–, es preciso apelar a las balizas
del deseo y, entre esas balizas, a las de la culpabilización.
En efecto, en el Seminario VIII dirá: “El apoyo encontrado
en el deseo, por más incómodo que sea con toda su trama
de culpabilidad, de todas maneras es algo más cómodo
que la posición de angustia”. ¿Cuál es
el alcance de estos enunciados? ¿Cuál es el lugar de
culpa y angustia? ¿Por qué es posible ubicarlas, al
mismo tiempo, como sentimientos y como posiciones subjetivas en relación
al deseo del Otro?
La mayoría de los casos clínicos nos confrontan
con la angustia y, en el mejor de los casos, con la culpabilidad,
lo cual, desde los orígenes del psicoanálisis, estuvo
presente: la disputa entre Freud y Breuer tiene aún consecuencias
en la manera de abordar la transferencia. Así, la línea
de los psicoanalistas “tipo Freud” interroga
el deseo del analista en lo que le compete a la angustia
y la culpabilidad del analizante; la línea de los analistas
“tipo Breuer” escapa
–acting-out del analista mediante– a tal interrogación.
Esto se repite día a día en los consultorios con una
insistencia que resulta ineludible abordar.
Lacan, al aludir en el seminario XI a una interpretación de
Freud a Breuer en cuanto a sus traspiés con Bertha
Pappenheim (Anna O.) dice: “Freud trata a Breuer como un
histérico, puesto que le dice: Tu deseo es el deseo del Otro.
Cosa curiosa, no lo desculpabiliza, pero ciertamente lo desangustia”.
Y es que Freud carga sobre las espaldas de Breuer el deseo inconsciente
de tener un hijo con Bertha, deseo que se despliega en la transferencia
como deseo de Bertha de tener un hijo, y que aparece en la manifestación
de su embarazo histérico.
Pero no sólo Bertha es culpable y, lamentablemente, Breuer
no era paciente de Freud. De serlo hubiera ido más allá,
hacia ese punto donde habría tenido, primero, que hacerse cargo
de su culpa, y luego, de la responsabilidad que le cabía
en esa culpa consigo mismo y con Bertha –su paciente. Pero esto
no fue.
Se produjo entre ellos la ruptura y el posterior pasaje al acto suicida
de la hija (Dora Breuer) que guardaba como capullo, desde su concepción, el
deseo de Breuer por otra mujer.
Que era Breuer quien deseaba un hijo lo demuestra el hecho de que, confrontado
a la transferencia amorosa y al embarazo histérico de
su paciente, huye actinizado hacia Italia con su mujer en una
segunda luna de miel forzada y, por supuesto, no tarda en embarazarla;
lo cual no fue sin consecuencias. Jones recuerda que Breuer embaraza
a su mujer de una hija que nace en 1882 y que, por haber sido fecundada en
esas condiciones –abonando el acting de su padre con
Anna O.–, acabará suicidándose en Nueva
York en 1942.
Indudablemente la historia de Bertha Pappenheim es uno de los mitos
fundantes del psicoanálisis que, como todo mito, tiene subversiones.
¿Qué hubiera hecho Freud de ser Breuer su paciente?,
simplemente culpabilizarlo para desangustiarlo y, por supuesto, poner
a hablar a esa culpa. Así, habría desmontado el acting-out
del psiquiatra que, enfrentado a la sexualidad de su paciente
y a la suya propia, niega su culpa y huye angustiado, produciendo
los posteriores descalabros por la tragedia del deseo. Descalabros
de él, de su familia (también su esposa Matilde hizo
un intento de suicidio) y de Berhta Pappenheim. La dirección
de la cura que, en la lectura del “caso Breuer”, hace
Lacan ha quedado como axioma para la clínica: es preciso desangustiar
sin desculpabilizar.
Pero es crucial interrogar permanentemente
este axioma para no hacer de él una receta vacía:
muchas veces es preciso culpabilizar para desangustiar.
La culpabilización es, entonces, un remedio para la angustia.
Pero ¿de qué culpabilización se trata? Es necesario,
por tanto, para desarrollar el tema, complementar esta hipótesis con
otras dos. Por un lado, no es posible pensar en la estructura
del sujeto sin tener en cuenta esa categoría omnipresente que
es la culpa. Pretender extirparla supondría disolver la subjetividad.
Por ello en psicoanálisis no se trata de desculpabilizar. No
se trata de apaciguar la culpa sino de interrogarla por
lo que ella presentifica de deseo y de goce. Por otro lado, no conviene
abordarla frontalmente sino como propone Lacan: “transformarla
en sus diversas formas metabólicas”. ¿Hacerla
hablar? Sin duda, pero también poder escuchar lo lateral de
su decir a medias. |
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