Año 5 • No. 169 • febrero 21 de 2005 Xalapa • Veracruz • México
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Psicoanálisis y vida cotidiana
Las metamorfosis de la pubertad
Ricardo Ortega Lagunes / miembro fundador de la Red Analítica Lacaniana

En 2005 se cumplen 100 años de la aparición de uno de los trabajos de Freud más populares: Tres Ensayos de Teoría Sexual. La estructuración del mismo se presenta así: 1) Las aberraciones sexuales, 2) La sexualidad infantil y 3) Las metamorfosis de la pubertad. Sin lugar a dudas estos tres ensayos constituyen para el psicoanálisis un corpus teórico fundamental. Se dice que éstos y La Interpretación de los Sueños son de los trabajos más conocidos y difundidos.
Polémicos pero al mismo tiempo con un rigor científico inexcusable.

En dos colaboraciones anteriores se han comentado los dos primeros ensayos. En esta ocasión señalaremos algunas ideas expuestas en el tercero. Para 1905, a contracorriente, Freud señaló que el niño poseía vida sexual, que además tenía una disposición bisexual y que era un perverso polimorfo. La sexualidad humana así propuesta, entonces, dejaba de ser monopolio de los adultos. Para este tiempo, Freud establece muy claramente que la sexualidad no se reduce a la genitalidad y no es instintiva como ocurre en los animales; por lo tanto, la sexualidad no puede ser explicada ni entendida desde la biología.

A 100 años de esa ruptura, aún nos cuesta trabajo reconocer que hay vida sexual en el niño. Freud nos observa que ésta florece de múltiples maneras. El cuerpo del niño está en condiciones para recibir excitación, satisfacción y placer en las llamadas zonas erógenas; geografía perfecta del cuerpo que por intermediación de la demanda y deseo del “otro” se constituyen en marcas imborrables. Pueden actuar en calidad de tales, todo lugar de la piel y cualquier órgano de los sentidos; no obstante, existen ciertas zonas erógenas privilegiadas cuya excitación estaría asegurada desde el comienzo por ciertos dispositivos orgánicos El organismo fundado en la necesidad y el instinto es la sede de los intercambios pulsionales con el “otro”, en primerísimo lugar, con la madre. La suma de carne, huesos, pelos, sangre vienen a conformar un cuerpo tangenciado por el deseo y por el lenguaje.

En 1905 Freud propone maneras generales por las cuales el niño accede a su sexualidad, a saber: tres “etapas” y un “periodo”, al que llama “periodo de latencia”. Una etapa oral (cuyo modelo corporal es la relación del sujeto con el seno materno), una etapa anal (la relación narcisista del sujeto infantil con sus propios excrementos) y una etapa genital, la que sigue al periodo de latencia, y en la que la estructura del sujeto queda acogida en los moldes de la masculinidad o la feminidad.

Pero la práctica sexual del niño no se desarrolla al mismo paso que sus otras funciones, sino que, tras un breve periodo de florecimiento entre los dos y los cinco años, ingresa en el periodo de latencia. En éste, la producción de excitación sexual en modo alguno se suspende, sino que perdura y ofrece un acopio de energía que en su mayor parte se emplea para otros fines, distintos de los sexuales, a saber: por un lado, para aportar los componentes sexuales de ciertos sentimientos sociales, y por el otro (mediante la represión y la formación reactiva), para edificar las ulteriores barreras sexuales.

En este tercer ensayo, Freud nos ofrece las bases de su teoría de la líbido, un desarrollo de la excitación sexual, del objeto y de la meta sexual, del origen de la angustia humana y del placer. La novedad de este trabajo es que ahora inscribe la sexualidad en un nuevo tiempo, en un territorio. Todo lo sexual de la infancia, las fantasías, la erogeneización, la seducción, etcétera, vienen ahora a resignificarse a partir de la entrada del niño en la adolescencia.

La pubertad o adolescencia significará un cambio en su conformación sexual definitiva. Las pulsiones sexuales parciales que en el niño son preponderantemente autoeróticas, ahora tendrán un giro hacia el objeto sexual definitivo. El placer del niño orientado de manera dispersa conocerá una nueva meta, “...para alcanzarla, todas las pulsiones parciales cooperan, al par que las zonas erógenas se subordinan al primado de la zona genital”.

El cuerpo del infante metamorfoseado en puber experimenta cambios físicos, los genitales que, primero durante el periodo de la niñez y luego de latencia, habían mostrado una relativa inhibición, ahora interna y externamente se encuentran en un punto que pueden recibir u ofrecer “productos genésicos”, es decir, los genitales se vuelcan al servicio de la reproducción. El funcionamiento del aparato depende de estímulos externos, internos y anímicos que provocan un estado de «excitación sexual». Los genitales están ahora preparados para el acto sexual. Las consecuencias son inevitables: Paralelamente a los cambios experimentados en el cuerpo del niño-adolescente, se consuma uno de los logros psíquicos más importantes, pero también más dolorosos de la pubertad, el desistimiento respecto de la autoridad de los progenitores, el único que crea la oposición tan importante para el progreso de la cultura entre la nueva y la antigua generación.