Año 5 • No. 170  • febrero 28 de 2005
Xalapa • Veracruz • México
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  Desde Inglaterra
Después de la Batalla de Trafalgar
Fernando N. Winfield Reyes
En este año se cumplen dos siglos de la famosa Batalla de Trafalgar. Esto puede significar un acontecimiento cuyo análisis puede ser centrado en la constitución y el fortalecimiento de una identidad nacional, lo mismo que ser un ejemplo interesante para la historia de la estrategia militar, el desarrollo de la geopolítica o el impacto en las relaciones internacionales de cultura y comercio, revisadas retrospectivamente.

Para la historia europea y, en particular para la historia británica, las batallas de Trafalgar (comandada por el Almirante Nelson en 1805) y Waterloo (comandada posteriormente por Wellington en 1815) son acontecimientos centrales. El recuento de ambas batallas y sus pormenores puede ubicarse en cualquiera de los numerosos libros sobre el tema. Lo que quizá sea de interés aquí es comentar algunas de las implicaciones originarias y posteriores a la Batalla de Trafalgar.

En el contexto europeo, la parte final del siglo XVIII es motivo de dos grandes revoluciones: en lo político, la Revolución Francesa; en lo económico, la Revolución Industrial que inicia en Inglaterra. Ambas sirven de punto de partida para entender gran parte de los cambios sociales que suceden durante el siglo XIX.

En el inicio de los conflictos contra la Francia revolucionaria o contra Napoleón, Inglaterra trató de no involucrarse y subsidiar a los estados europeos en guerra.

Sin embargo, después de una serie de intentos de conciliación fallidos, Francia declaró la guerra en 1793.

Animado por una serie de campañas militares y conquistas exitosas, Napoleón Bonaparte apuntó en dirección a las Islas Británicas. Gran Bretaña no estaba preparada. El nuevo estilo de guerra desarrollado por los generales franceses logró vencer a Austria en 1797, quedando sólo Inglaterra contra la Francia de Bonaparte. La intensidad de los ataques del ejército francés se aplicó en tres intentos de invasión a las islas británicas, uno vía Gales y dos vía Irlanda en 1797 y 1798, los que fueron contenidos y rápidamente derrotados. Entre 1801 y 1803 hubo un interludio que sería interrumpido por nuevas demandas de guerra.

Luego de la Batalla de Trafalgar, la supremacía naval inglesa y la creciente producción industrial aseguraron la hegemonía sobre Francia. A través de bloqueos marítimos ingleses, los sectores más dinámicos de la industria francesa redujeron su base de comercio en los puertos. A tal punto que, años después, el desarrollo de la industria textil y la capacidad de alcance de las flotas británicas acabarían por suministrar los uniformes de los ejércitos franceses.

Sólo hasta que Inglaterra envió mayores contingentes a combatir en Europa entre 1811 y 1814, sus ejércitos jugarían un papel importante en el continente. Los resultados de estas campañas son paradójicos si se considera que, si bien su intervención y su contribución a la derrota de Napoleón aseguraron el predominio británico en ultramar y su rol estratégico en el dominio de otros territorios y áreas de comercio en el mundo, en lo que hace a las relaciones con Europa se generó un cierto distanciamiento cultural y una ruptura con el espíritu de las ideas libertarias de la Revolución.

“A pesar de que la Gran Bretaña resultó victoriosa, el sello de la guerra en Europa fue predominantemente francés. Dondequiera que permanecieron los ejércitos de Napoleón, estos dejaron (o sus oponentes copiaron) las leyes, las medidas, la administración ¯y, por encima de todo el ethos nacionalista de la revolución. El mapa había cambiado totalmente. Antes de 1789, Gran Bretaña había sido parte de una comunidad continental. David Hume y Adam Smith se sentían en casa lo mismo en París que cuando estaban en Edimburgo, mucho más que cuando estaban quizá en Londres. Después de 1815, la Gran Bretaña, a pesar de su progreso económico que atrajo a cientos de visitantes extranjeros, permaneció distanciada de la vida europea” (Christopher Harvie y H.C.G. Matthew (2000): Nineteenth-Century Britain, 26).

La condición de isla se impuso a la posibilidad de integración continental. Desde su situación contemporánea y su excentricidad explicada en estos términos estructurales e históricos, puede entenderse por qué en ocasiones la Gran Bretaña es considerada como el menos europeo de los países que actualmente integran la Comunidad Europea (CE).

El distanciamiento puede suponerse como una estrategia de supervivencia que ha enraizado el espíritu de independencia británico y a manera de ejemplo puede comentarse que aunque hoy en día la conexión entre Inglaterra y Francia es posible a través de una extraordinaria obra de ingeniería, el proyecto para un gran canal había existido desde el siglo XIX (Neil Bingham, Clare Carolin, Peter Cook y Rob Wilson (2004): Fantasy Architecture: 1500-2036, 47). Pero acaso por su condición estratégica de isla, no obstante su factibilidad técnica, los ingleses habían pospuesto esta iniciativa por temor a ser invadidos en caso de guerra desde Francia.

Evidentemente después de la Batalla de Trafalgar, como suele suceder con otras batallas y guerras históricas, ya nada fue igual.