Año 5 • No. 181 • mayo 30 de 2005 Xalapa • Veracruz • México
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Desde Inglaterra
Sobre el patrimonio edificado
Por Fernando N. Winfield Reyes
Como muchas prácticas culturales, la valoración de la arquitectura moderna se ha ido transformando con el tiempo. Si bien en su momento el espíritu de la arquitectura moderna favoreció en sus idearios la sustitución de partes disfuncionales de la ciudad antigua o incluso la destrucción de arquitecturas tradicionales con soluciones de vanguardia, bajo la premisa de superar las condiciones de insalubridad o de obsolescencia respecto a las dinámicas de la sociedad moderna y los nuevos usos urbanos, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, en las décadas siguientes, especialmente desde principios de los años setenta, se dio una reacción basada en lo que se convirtió en una estigmatización del fracaso y agotamiento del repertorio arquitectónico del periodo de arquitectura internacional, emblematizado por la demolición de conjuntos habitacionales en Norteamérica y Europa, “por considerarse que habían sido soluciones socialmente inadecuadas”, según lo expuesto por Ian Bentley (1999) en Urban Transformations. Power, people and urban design.

Como resultado de este cambio en el paradigma cultural respecto al patrimonio edificado, una actitud en ocasiones radical promovió la conservación a ultranza, o la sustitución de edificios modernos con propuestas de reciclaje que volvieron al uso los estilos precedentes, como si se tratara de restituir el pasado o de incluso construir una identidad que nunca había existido, situación que en ocasiones se ha identificado como una tendencia al neo-conservadurismo.

No es sino hasta años recientes que el riesgo de destrucción de edificios y monumentos producto de la modernidad comenzó a recibir una atención por parte de colectivos profesionales, entidades gubernamentales y medios de comunicación, generando progresivamente una mayor conciencia de la necesidad de su conocimiento, catalogación, protección y conservación. Cada día es más amplio el reconocimiento de que la arquitectura moderna, sin importar que haya sido generada en épocas más cercanas a nuestro presente, es también parte de nuestro patrimonio.

En México, estas tareas corresponden al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Se determina como edificio con valores artísticos a todo aquel que, tras un estudio, puede recomendarse para su catalogación y protección.

Progresivamente, a este esfuerzo se han ido integrando voluntades e iniciativas de distintas entidades públicas, privadas y no gubernamentales, tales como universidades, fondos de apoyo a la cultura y las artes o fundaciones, buscando ampliar la cobertura en las distintas regiones, e incluso organismos internacionales, reconociendo distintas escalas y dimensiones de la problemática, como lo comenta en un artículo Louise Noelle (2004): “La Casa de Luis Barragán Patrimonio de la Humanidad” en DO.CO.MO.MO_México. Verano. Boletín de Documentación y Conservación del Movimiento Moderno. Ciudad de México. docomomo_mexico@yahoo.com.mx

Independientemente de que se ha logrado un avance significativo en esta materia en nuestro país, resulta de interés conocer las experiencias de otros ámbitos culturales, sus fracasos y éxitos. En el contexto mundial, los ingleses han tenido un papel muy destacado en esta problemática e incluso existe una institución, English Heritage (Patrimonio Inglés), que ha logrado catalogar un número extraordinario de inmuebles.

Las leyes de Planeación Urbana y Regional emitidas en 1944 y 1947 en Inglaterra, establecieron la obligatoriedad del gobierno para determinar un catálogo con aquellos edificios que pudieran considerarse de especial interés histórico o arquitectónico. Un texto particularmente completo en este sentido es la aportación de Elaine Harwood (2000): England: a guide to post-war listed buildings, quien comenta que aunque en sus inicios se dio prioridad a la delimitación de zonas urbanas o asentamientos a pequeña escala, progresivamente estas funciones se fueron concentrado en otras categorías de análisis, tales como edificios con alto riesgo de ser demolidos, fábricas, cines o conjuntos de viviendas.

En Inglaterra se utilizan tres niveles para la catalogación. La categoría más alta es el grado I, que se otorga a los edificios considerados con nivel internacional, seguida del grado II* para aquellos edificios considerados sobresalientes, y el resto corresponde al grado III, sea por su interés especial o por su relevancia nacional. Para determinar la edad de un edificio en materia de catalogación, se utiliza la fecha en la que se iniciaron los trabajos de cimentación. Cuando un edificio es catalogado por English Heritage, este puede incluso ser modificado, siempre y cuando las alteraciones o adiciones sean respetuosas, no constituyan un detrimento de la esencia original de su diseño o modifiquen radicalmente su carácter especial.

En todo ello ha sido fundamental el activismo de colectivos profesionales y el desarrollo de una conciencia sobre la identidad que tales edificios constituyen para barrios, comunidades o áreas con valores culturales importantes. Y ello ha obligado a una conciencia amplia e incluyente, estableciendo marcos legales operativos para la opinión y la consulta pública, resultado de un sistema democrático avanzado que implica el respeto a lo que es socialmente relevante para una comunidad, asistida por el trabajo de investigación y asesoría de los expertos, y con la participación de medios que informan de la evolución de las decisiones de los distintos agentes interesados en la problemática.

La catalogación de edificios del periodo moderno ha generado beneficios para sus propietarios, ha enriquecido la identidad comunitaria, ha mejorado la inversión y la economía local y, sobre todo, ha incorporado la herencia reciente a una visión patrimonial de orgullo para la ciudadanía en general, no sólo para los conocedores o expertos. Adicionalmente a ello, entidades gubernamentales y privadas han aportado fondos para mantener en movimiento esta dinámica social.