A
partir de la década de los años treinta ya no hay
insurrecciones que prosperen y los hombres fuertes que hacen contrapeso
a la figura presidencial son por lo general cooptados o integrados
a la clase política hegemónica. Señala Garcíadiego
que esta condición habría de prevalecer con bastante
claridad hasta finales de la década de los años ochenta.
La Ciudad de México, o el Distrito Federal, se afianza como
el foco del poder político, cultural y económico,
sin desafíos, lo que puede denominarse la “gran centralización”
de la nación. El presidente controla todas las corporaciones
existentes, incluso el gobierno del Distrito Federal. Lo que observamos
en el periodo actual es una condición totalmente impensada
para aquellos años: es por ello que probablemente desde ahora
“el destino del presidente de la república va a ser
un predicado con muchas dudas” a la luz del juego de poder
que se da con el gobierno de la Ciudad de México.
La etapa del presidencialismo fuerte que inicia en la década
de los años treinta con la presidencia de Cárdenas
se asocia por lo general a una etapa sin instituciones políticas
reales, con la primacía de un partido, y con un imaginario
popular favorable al presdente, en un proceso de cohesión
y de articulación progresiva de un país. La figura
presidencial encontrará una mayor fuerza con el surgimiento
del “tapadismo” que se ubica entre 1950 y 1994.
Sin embargo, una pregunta que aparece en este entorno de análisis
es ¿cuándo decae el presidencialismo en México?
Garcíadiego comenta que esta tendencia de la declinación
de un presidente fuerte, reconociendo la dificultad en historia
de dar fechas precisas para fenómenos sociales que se desenvuelven
en etapas temporales –como dice el poema de Jorge Luis Borges:
“¿y qué Dios detrás de Dios la trama
empieza?”)– puede ubicarse a partir de los años
ochenta, durante la presidencia de Miguel de la Madrid. Las secuelas
de lo sucedido en la elección presidencial de 1988 genera
cambios en la relación de poder entre el presidente y los
grupos hegemónicos entre quienes pueden mencionarse ciertos
colectivos empresariales fuertes, los movimientos sociales urbanos
y el cuestionamiento a la legitimidad de una elección, que
en el periodo de Carlos Salinas de Gortari llevaría al reconocimiento
paulatino de las fuerzas opositoras en los ejercicios denominados
“concerta-cesiones” y rupturas internas en
el propio partido en el poder.
La presidencia de Ernesto Zedillo, por ejemplo, fue una etapa en
la que el ejecutivo tuvo que gobernar con un congreso en el que
la oposición fue mayoría.
Parte del desprestigio actual de Vicente Fox no es la muerte del
presidencialismo, como él mismo lo anunció a la nación
en su toma de posesión, sino el incumplimiento de sus promesas
y de las expectativas que generó en un amplio sector de la
población. Con Fox probablemente muere el presidencialismo
fuerte, aunque éste ya declinaba, toda vez que “Fox
quitó al partido en el poder un gobierno débil”.
Otro tipo de conjeturas pueden hacerse, aunque Garcíadiego
advierte que “el hubiera no se conjuga en historia”.
En el contexto del análisis del centro del país y
otras regiones, puede señalarse que aunque el Distrito Federal
es la ciudad más poblada, no es una ciudad fuerte, a diferencia
de lo que podía considerarse en las décadas de los
cuarenta o sesenta. Han surgido regiones con una mayor autonomía
y fuerza, en el Norte y en el Centro-Occidente de México.
Deben considerarse también las transformaciones económicas
de México en los últimos años. En la actualidad
es obvio que hay otro tipo de campesinos y de obreros, y por lo
tanto otro tipo de instituciones. El papel de un estado interventor
y controlador de la economía ha variado.
El presidente ya no controla tantos factores económicos.
Surgen nuevos contrapesos a la figura presidencial. La política
exterior ha cambiado también su énfasis y la ubicación
de México en el contexto de las regiones internacionales.
Por lo acontecido en el país y desde el recuento de los medios
de comunicación en las últimas semanas, por ejemplo,
el verdadero contrapeso del presidente es ahora el gobierno del
Distrito Federal, donde existe un estrato de clase media fuerte,
más politizado, que no necesariamente comparte la idea de
que la figura del presidente sea un factor positivo en el imaginario
colectivo. Si esto puede sonar como un pronóstico pesimista
hacia las próximas y futuras elecciones presidenciales, debe
reconocerse que a diferencia de la ficción o la narrativa
imaginaria, «la historia describe un proceso histórico
como lo que es».
Hoy en día, la historia desenlaza algunas observaciones que
dan continuidad al presente. Hay fuerzas políticas encontradas,
contrapuestas, sin articulación posible. El sistema presidencial
y en particular el presidencialismo a la usanza mexicana han entrado
en crisis y en una fase terminal. Se debe pensar y diseñar
un nuevo sistema, más allá de lo que se ha considerado
el “nuevo federalismo”. Se deben plantear nuevas instituciones,
ya que las existentes operan muy agotadas…
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