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Un
gran triunfo científico mexicano
Ruy Pérez Tamayo* |
El
presente artículo, publicado en la edición del12 de
octubre en el periódico Crónica, editado en la Ciudad
de México, da cuenta del logro de un grupo de científicos
mexicanos, comandados por el doctor Rafael Valdez González,
en el desarrollo del xenotrasplante de islotes de Langerhans de cerdos
neonatos y células de Sertoli en pacientes con diabetes mellitas
tipo 1 |
Acaba
de aparecer, publicado en la revista European Journal of Endocrinology
(Vol. 153, pp. 419-427, 2005), un artículo científico
técnico sobre el xenotransplante de islotes de Langerhans de
cerdos neonatos y células de Sertoli, en pacientes con diabetes
mellitus tipo 1. La frase anterior puede traducirse al castellano
no técnico como la publicación de los resultados de
un estudio experimental exitoso y hecho en México para el tratamiento
de una enfermedad que afecta a muchos millones de personas en todo
el mundo, la diabetes mellitus tipo 1 o juvenil. Estos pacientes requieren,
para funcionar como sujetos normales, de una o más inyecciones
diarias de insulina, la hormona que regula el metabolismo de la glucosa.
Aun con el tratamiento sustitutivo adecuado, muchos de ellos desarrollan
graves complicaciones de la diabetes y fallecen muy jóvenes.
La enfermedad se debe a la destrucción de la parte endocrina
del páncreas (los llamados islotes de Langerhans, responsables
de la producción de la insulina en el organismo), por un proceso
probablemente inmunológico con un componente genético
en algunos casos. Hasta principios de la década de los años
veinte en el siglo pasado, cuando se descubrió la insulina
y empezó a usarse para el tratamiento de la diabetes, el pronóstico
de los niños afectados por la enfermedad era siempre letal
y a corto plazo; el uso de la hormona cambió tan sombrío
pronóstico y puede considerarse como uno de los grandes éxitos
de la medicina del siglo XX. |
![](images/Ruy.gif)
Ruy
Pérez Tamayo.
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Pero
la terapia sustitutiva con insulina no cura la diabetes juvenil en
ningún caso. Los médicos han seguido buscando otras
alternativas para ofrecer mejor calidad de vida a los pacientes y
evitar las temibles complicaciones de la enfermedad. Lo ideal sería
evitar la instalación del padecimiento, lo que sólo
podría hacerse conociendo sus causas y mecanismos, lo que es
teóricamente posible, pero requiere mucha más información
científica sobre el problema. Los avances en el conocimiento
de las dos áreas de la biomedicina relevantes, la inmunología
y la genética, permiten una actitud optimista, pero el tiempo
requerido para alcanzar la profilaxis de la diabetes juvenil es imprevisible.
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Desde
el punto de vista terapéutico, o sea, cuando se diagnostica
la enfermedad, aparte de la administración de insulina exógena
ya mencionada, existen otras tres posibilidades:
1) trasplante de páncreas humano; 2) trasplante de páncreas
no humano, y 3) trasplante de células troncales humanas generadas
a partir del genoma del paciente y diferenciadas en células
productoras de insulina.
De estas tres posibilidades, la primera se ha realizado en un número
pequeño de enfermos con buenos resultados, pero enfrenta dos
problemas casi insolubles: por un lado, los pocos donadores frente
al número enorme de receptores potenciales, y por otro lado,
la complejidad de la inmunosupresión necesaria para la conservación
del trasplante en el receptor.
La tercera posibilidad mencionada es hoy día casi ciencia-ficción,
no sólo por problemas biológicos (técnicas de
clonación por trasplante nuclear) sino por su rechazo por grupos
religiosos. Queda la segunda posibilidad, que es el trasplante de
páncreas no humano, o sea, de otras especies, lo que se conoce
con el nombre genérico de xenotrasplante. Esto también
enfrenta graves problemas, pero son casi todos técnicos, por
lo que algunos investigadores (no muchos) han hecho distintos intentos
por resolverlos, desafortunadamente con poco éxito.
En el artículo científico motivo de este comentario,
el cirujano mexicano Rafael Valdez González y sus colaboradores
relatan su experiencia de cuatro años en 12 pacientes con diabetes
juvenil a los que trataron con trasplantes de islotes de Langerhans
obtenidos de cerdos neonatos. En ninguno de estos niños enfermos
(edad promedio 14.7 años) se hizo inmunosupresión; los
autores obviaron esta compleja problemática usando una doble
estrategia: por un lado, mezclaron los islotes de Langerhans porcinos
con otras células derivadas de los mismos cerdos (llamadas
de Sertoli) que inhiben el rechazo inmune, y por otro lado, las encerraron
en un dispositivo original cubierto por proteínas del propio
sujeto, que también fue diseñado por ellos.
El estudio en los niños enfermos se inició después
de que se hicieron múltiples ensayos de la técnica en
animales experimentales y de que el protocolo fue revisado y aprobado
por los comités de investigación y de ética del
Hospital Infantil de México (en donde se llevó a cabo)
y de la Facultad de Medicina de la UNAM, así como del National
Transplant Center de los EEUU y del National Bioethics Committee de
Inglaterra.
Los resultados de esta investigación son muy estimulantes:
la mitad de los pacientes redujeron sus requerimientos diarios de
insulina exógena en forma significativa (dos de ellos no la
requirieron durante meses) y esta reducción se mantuvo constante
durante los cuatro años del estudio. Ninguno de los pacientes
tuvo complicaciones de la enfermedad en el periodo mencionado, ni
problemas relacionados con los trasplantes, que permanecieron funcionales
y sin signos de rechazo. Dada la complejidad y el número de
los obstáculos teóricos que podían anticiparse
del protocolo diseñado inicialmente, sorprende que las cosas
hayan salido tan bien; los que nos dedicamos a la investigación
científica sabemos por (dolorosa) experiencia que la mayor
parte de nuestras ideas y experimentos están equivocadas y
fracasan, aunque de estos resultados “negativos” también
se aprende.
De hecho, Valdez González y sus colaboradores tuvieron problemas
para lograr la publicación de sus resultados, ya que los editores
de varias revistas científicas internacionales rechazaron su
manuscrito porque los revisores no podían creer que fuera “verdad
tanta belleza”. Seguramente hubo otras razones para la reticencia
mencionada (celos profesionales, malinchismo invertido, intereses
económicos) porque los científicos somos seres humanos,
pero la convicción de que sus datos eran correctos, la persistencia
y hasta la terquedad de los investigadores mexicanos, finalmente logró
que sus resultados se publicaran en una revista de gran impacto internacional.
De acuerdo con la estructura de la ciencia, lo que sigue ahora es
que las técnicas y los resultados se reproduzcan en otros sitios
y con otros pacientes, para confirmar su validez general o rechazarla.
Como en todo trabajo científico, el de Valdez González
y su equipo resuelve unos problemas pero crea otros nuevos, cuya solución
requiere de otras ideas y de más trabajo: por ejemplo, ¿por
qué sólo la mitad de los pacientes de diabetes juvenil
trasplantados con islotes de Langerhans porcinos respondieron en forma
favorable?, o bien, ¿por qué no se rechazaron los xenotrasplantes,
como ocurre en forma sistemática con todos los otros experimentos
de este tipo en los que el receptor no está inmunosuprimido?
No dudo que Valdez González y sus colaboradores ya han pensado
en estas y otras interrogantes más creadas por su estudio,
ya han postulado hipótesis para explicarlas y han diseñado
experimentos para ponerlas a prueba, y estoy seguro de que cuando
escribo estas líneas están trabajando febrilmente en
sus nuevos problemas.
La publicación del trabajo del doctor Rafael Valdez González
y sus colaboradores es un gran triunfo científico para México.
Demuestra que a pesar de la muy débil y subdesarrollada tradición
científica mexicana, de la permanente desatención de
las autoridades políticas y de la sociedad civil a la ciencia,
de la demagogia, incomprensión y amarillismo con que se tratan
los asuntos relacionados con el desarrollo científico en nuestro
país, existen talento, capacidad y ganas de hacer cosas originales
en campos científicos muy competidos al nivel internacional.
Dudo que los medios tengan la sensibilidad y los conocimientos necesarios
para reconocer la importancia médica y científica del
trabajo de Valdez González y su grupo motivo de este comentario,
pero la Secretaría de Salud, la Facultad de Medicina de la
UNAM y otras instituciones de educación superior relacionadas
con la medicina en nuestro país sí los tienen. Su reconocimiento
público sería un gran estímulo para estos investigadores.
Este artículo representa mi modesta contribución a este
objetivo.
* Profesor Emérito de la Universidad Nacional Autónoma
de México. Miembro de El Colegio Nacional, de la Academia Mexicana
de la Lengua y del Consejo Consultivo de Ciencias. La UV le otorgó,
en septiembre de 2004, su Medalla al Mérito, y ha instituido
una Cátedra con su nombre. |
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