Año 6 • No. 248 • Noviembre 27 de 2006 Xalapa • Veracruz • México
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Cuenta con la colección más rica del mundo


Gina Sotelo
•No hay esculturas similares, ninguna otra cultura tuvo la idea o intención de hacer retratos de las dimensiones de las cabezas colosales.

• Los Olmecas no desaparecieron, se convirtieron en nosotros: Roberto Lunagómez.

Hace aproximadamente mil 500 años a.C., cuando en Egipto o Mesopotamia florecían las primeras dinastías, en lo que hoy es el sur de Veracruz y el norte de Tabasco se desarrollaron poblaciones indígenas con base en una subsistencia basada en la explotación de recursos acuáticos –pesca y captura de mariscos y moluscos– y recolección de frutos, con incipiente agricultura basada en el maíz. Estos grupos conformaron posteriormente un sistema de representación que hoy conocemos como Olmeca.

Los olmecas no eran en particular un grupo social definido, sino distintos grupos que compartieron una lengua y una cultura, pero principalmente un sistema simbólico conformado por la escultura que hicieron de grandes cabezas colosales, de tronos, de figuras en tercera dimensión, alcanzando en el México antiguo tal maestría, tal perfección, que ninguna cultura igualó esta forma de esculpir.

Su desarrollo iconográfico los sitúa como los pioneros en contar con las bases para un refinado sistema de escritura. Desarrollaron los primeros sistemas contables –hoy conocidos como “cuenta larga”. Fueron, asimismo, cien por ciento producto de una evolución cultural que se dio en América. Estudios recientes muestran que la jerarquización alcanzada por los olmecas se dio cuando aseguraron su subsistencia en su dieta, además que la agricultura a gran escala se dio cuando estaban conformados ya como una civilización.

Esto puede sonar paradójico porque siempre se ha planteado el hecho de que la agricultura es el detonante de la evolución, de la creación de civilizaciones, pero en el caso de los olmecas no fue así. La agricultura se desarrolló ya cuando éstos estaban conformados como una civilización.

Los primeros asentamientos de una cultura madre

Experto en el tema, Roberto Lunagómez, arqueólogo e investigador de la Universidad Veracruzana (UV), es el curador de la Sala Olmeca del Museo de Antropología de Xalapa (MAX). El habla de que, a diferencia de ciudades como Teotihuacan, los asentamientos olmecas eran un conglomerado que funcionaba con base en la explotación de distintos, digamos, nichos ecológicos.

Las primeras capitales olmecas se ubican en San Lorenzo, La Venta y Tres Zapotes. Conformaban una sociedad altamente jerarquizada que tenía clases sociales y un sistema de administración. Se le llama “cultura madre” –explica Lunagómez– porque civilización es, para muchos estudiosos, sinónimo de cultura madre: “Los primeros estudiosos de los olmecas, tras reconocer su alto desarrollo, plantearon que habían sido la cultura primigenia, la que había dado origen a todas las demás en nuestras sociedades. Esto es cierto y no a la vez, porque, efectivamente, no tuvieron comparación con otras culturas en Mesoamerica en su momento, pero por otro lado, los olmecas son producto de una evolución social”.

Siguiendo a Lunagómez, la Olmeca no fue la madre de las culturas de Mesoamérica, sino que fue una parte de ese desarrollo, quizá el más adelantado de su época, pero no el único.
La colección Olmeca del MAX, única en el mundo

El MAX es uno de los museos más importantes de América Latina; en México está considerado como el segundo en importancia después del Museo Nacional de Antropología. Su acervo museográfico Olmeca es uno de los más completos del mundo. Hay colecciones de arte Olmeca en Nueva York, Londres, París y México, pero ninguna es comparable en cuanto a la cantidad y la calidad de las piezas que se muestran, lo que hace único al MAX. Lunagómez explica:

“De las 17 cabezas colosales conocidas hasta hoy de los tres sitios olmecas, siete están en el MAX. En el Museo Nacional nada más hay dos, en el Parque Arqueológico de La Venta hay cuatro y en el Museo de Sitio de San Lorenzo hay una cabeza expuesta; entonces, si lo comparamos en cuanto a número, la diferencia es muy notable”.

En Xalapa también hay otra representación de la jerarquización política de los olmecas que es el trono, lo que antes era conocido como altares: “Tenemos el trono más grande y otra serie de tronos más pequeños, esto en lo que se refiere a la escultura en roca. Pero en cuanto a talla de objetos olmecas en otros materiales como son las piedras semipreciosas, como la verde, también tenemos importantes piezas”.

El acervo al que se refiere Lunagómez está conformado por hachas, máscaras y figurillas de distintos sitios como Arroyo Pesquero, El Manatí, Hueyapan y otros. Desde esa perspectiva podemos decir que efectivamente el MAX es único por sus características en cuanto a su obra escultórica olmeca, además de la obra del centro de Veracruz y de otras representativas del norte del estado: “Sin embargo, la Olmeca sigue siendo la etiqueta, la carta de presentación a nivel internacional de lo que es el Museo de Antropología”.

Cabezas colosales, representación de complejidad sociopolítica

Saber quiénes hicieron las cabezas olmecas, cómo las trasladaron y a quién representaban ha sido fuente de innumerables estudios. Pero en sí la cabeza colosal es una representación de la complejidad sociopolítica de los olmecas. El tamaño de estos bloques es imponente. La cabeza colosal más pesada tiene alrededor de 40 toneladas y se encuentra en el zócalo de la ciudad de Santiago Tuxtla.
La más pesada del MAX es El rey, cuyo peso se estima en veinte toneladas, lo cual nos habla de la empresa titánica que significó no solamente trasladar estos bloques de roca volcánica desde sus fuentes en las montañas de los Tuxtlas hasta una región donde no existe la piedra original.

Roberto Lunagómez menciona: “Las cabezas colosales que se encontraron en los sitios olmecas vinieron de zonas volcánicas. Estamos hablando de bloques de 20, 30 ó más toneladas, porque de estos bloques todavía se tuvo que trabajar el núcleo para sacar la cabeza colosal. No hay evidencia de que las cabezas fueran talladas en el lugar de origen, sino trasladadas en bloques hasta los lugares o talleres donde las transformaban los escultores olmecas”.

Explica que hay dos propuestas sobre su traslado: una por río y la otra por tierra; incluso se han hecho experimentos recientes por parte de investigadores británicos y japoneses, quienes no han podido hacer flotar bloques pequeños dentro de las supuestas balsas que trabajaron los olmecas. “Es posible hacer flotar bloques tan grandes con la tecnología que hoy conocemos, pero no se ha podido hacer lo anterior, aunque no se puede negar la posibilidad de que lo hayan podido transportar por vías fluviales”.

Un factor muy importante a considerar es que no podían arriesgar una obra de estas características trasladándola por vía fluvial porque en cualquier momento podría zozobrar la lancha y perder la pieza para siempre. La alternativa más factible es que trasladaron los bloques por tierra “cientos de personas, organizadas a manera de un ejército por un tipo de ingenieros para construir vados, puentes y caminos y que ocasionalmente tuvieron que cruzar ríos
a través de puentes”.

La jerarquía de las cabezas colosales está representada en el tocado, en el casco de los representados, distintivo en cada uno. Muchos creemos que los rostros son iguales pero, analizándolos profundamente, no lo son. Sabemos –siguiendo a Lonagómez– que son individuos maduros, posiblemente varones, con estrabismo bilateral y entrecejo fruncido, labios gruesos, mejillas abultadas colgadas y que pudieron haber representado a jerarcas, sacerdotes, jugadores de pelota o guerreros.

“En Mesoamérica no hay esculturas similares, ninguna otra cultura tuvo la idea o intención de hacer retratos de estas dimensiones, ni siquiera la sociedad mexica, después de mil años, hizo algo parecido. Quizá sólo se puedan comparar con los colosos del Pacífico, los moais de la Isla de Pascua también esculpidos en roca volcánica”.
Xalapa, sede lógica del Encuentro Internacional de Olmequistas

Recientemente se celebró en Xalapa el Encuentro Internacional de Olmequistas, evento histórico que reunió a especialistas en la civilización Olmeca. Se reunieron cerca de 20 estudiosos provenientes de Honduras, Estados Unidos, Japón, y por supuesto de México.

De viva voz expertos, estudiantes, y público en general pudieron escuchar las tendencias vanguardistas en cuanto a la investigación arqueológica olmeca hoy en día, así como un balance de las investigaciones de campo. Pero también la tendencia de conocer más sobre la vida cotidiana de los olmecas.

Lunagómez explica: “Hoy por ejemplo sabemos que su dieta tenía como base un alto porcentaje proteínico, consumían mucho pescado, mariscos, pero también comían perro y tortuga. Es posible que consumieran maíz en bebida y en tamales. Incluso hay evidencia de que se les quemó la olla de los frijoles”.

Las casas elites eran más grandes que las casas populares olmecas. Las unidades habitacionales pudieron incluso tener dentro de su propia casa un pequeño acueducto para tener agua potable, o una especie de sistema de drenaje. Hay evidencia de posibilidades de excusados en cerámica y repello de las paredes de sus casas, especialmente en los baños.

Faltan muchas cosas por conocer, pero este tipo de eventos dan una explicación muy fuerte de lo que queremos conocer más allá de las cabezas colosales y de la escultura para conocer su vida cotidiana. Pero, ¿qué pasó con los olmecas? El investigador contesta:
“No se necesita ser un experto para saber que los olmecas no se fueron a ninguna parte, simplemente cambiaron de lugar. Se instalaron en el sur de Veracruz, Oaxaca, Tabasco y Chiapas. Sus habitantes son descendientes de los olmecas de hace más de tres mil años. Quizás dejaron de representar el estilo Olmeca y cambiaron a otro, adaptándose a un nuevo modo de subsistencia. Pero ellos siguen vivos en parte de nosotros”.

Roberto Lunagómez es maestro en arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, es candidato a doctor en Antropología por la UNAM. Con una amplia experiencia en arqueología ha recibido financiamiento de la National Geographic Society (1999), la Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies (2003) y CONACYT por citar sólo algunos nombres. En el año 2002 recibió el premio “Alfonso Caso” a la mejor investigación en Arqueología.