Año 8 • No. 296 • Enero 21 de 2008 Xalapa • Veracruz • México
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Tarzán en
Nueva York

Roberto Ortiz Escobar

Si bien el personaje de Drácula ha tenido muchas adaptaciones en la pantalla grande y todavía hoy mantiene el interés de cineastas y productores, la figura de Tarzán cobró enorme popularidad durante el siglo pasado en un público que por lustros lo adoptó como parte de su recreación en las aventuras exóticas.

En la ciudad de Xalapa, y a pesar de que habían pasado años de que Johnny Weismuller dejara de interpretar por 12 ocasiones a Tarzán (su última aparición fue en 1948), recuerdo que en los años sesenta había matinés dominicales en el desaparecido cine Xalapa, ubicado en la calle de Ávila Camacho, donde se proyectaban tres películas de Weismuller por el precio de un solo boleto, un peso con 50 centavos.

Era una época en que los actores vueltos estrellas permanecían más tiempo en el gusto del público. La gente iba a los cines a ver la película de su actor favorito sin importar el género y menos el cineasta que plasmaba en imágenes una historia de ficción. Si bien la teoría del autor cinematográfico cobraría forma con la nueva ola francesa, esto no quería decir que el público masivo condicionara su selección fílmica en función del director de cada cinta vista. Y en buena medida sigue siendo así por la costumbre, la ausencia de cultura fílmica y el condicionamiento mediático de la industria fílmica.

En el caso de Tarzán, la atención continúa no sólo por la novela que le diera vida, escrita por Edgar Rice Burroughs entre 1911 y 1912, sino por la extensión exitosa obtenida en el cine, la televisión y el cómic.

Seis años después de publicarse Tarzán de los monos, el cine arroparía al personaje en la película de Tarzán o el hombre mono (Tarzan of the Apes, 1918, de Scout Sydney) con la presencia de Elmo Lincoln como el hombre aclimatado desde la infancia en la selva africana.

Fueron más de cinco los filmes silentes que se harían en la década de los veinte. En algunas de ellas Burroughs participó en las adaptaciones respetando la visión de una inteligencia natural en Tarzán. Esto contrastó con las adaptaciones posteriores donde el autor ya no tuvo injerencia y que procuraban civilizar al personaje criado por los monos en la selva. Fue tal su desacuerdo y enojo que entre 1935-1936 produjo con su empresa Burroughs Tarzan Enterprises dos filmes (Las nuevas aventuras de Tarzán y Tarzán y la Diosa), las cuales se rodaron en selvas guatemaltecas con el actor Herman Brix, que para el autor era el “Tarzán ideal”.

Desafortunadamente, para entonces la pantalla grande había mostrado las primeras versiones con Johnny Weissmuller (Tarzán de los monos, 1932; Tarzán y su compañera, 1934). Él fue el más popular de todos los tarzanes fílmicos. Ni antes ni después de los 12 filmes efectuados entre 1932 y 1948 logró tanta aceptación del público.

Era, efectivamente, un mal actor al que se le dificultaba el aprendizaje de los diálogos y no siempre encarnó con fortuna la idea de la pureza del “buen salvaje” planteada por Burroughs. Pero las otras versiones, sin él, también diversificaron y cambiaron a capricho las líneas originales.

A Johnny Weismuller se le recuerda porque su enorme físico de atributos atléticos se correspondía con la figura de un hombre cuya vitalidad y carisma eran los ingredientes básicos para sumergir al espectador en aventuras insólitas en medio de peligros constantes con los animales salvajes, las tribus o la presencia impertinente del hombre civilizado.

Este lunes termina el ciclo dedicado a Tarzán organizado por el Departamento de Cinematografía de la Universidad Veracruzana con la proyección de Tarzán en Nueva York (Tarzan’s New York Adventure, 1942, de Richard Torpe). Resultará una curiosidad volver a ver a Weissmuller como un Tarzán que alegremente lava trastos en una cocina citadina, o bien debate en un tribunal vestido de traje y corbata. La cita es en el Aula Clavijero de Juárez 55 a las 18 horas y la entrada es gratuita.