Los políticos son los que
están enfermos, no el país
Entrevista con Helio Flores
Edgar Onofre • Ilustración: Carlos
Villarreral • Foto: Iris Aburto
Caricaturista imprescindible del periódico
El Universal, el xalapeño Helio Flores Viveros
se define a sí mismo y su trabajo de la siguiente
manera: “Siempre he querido hacer crítica
del poder, de la corrupción y de la impunidad,
para no ser cómplice desde el silencio”.
Al día de hoy, todavía conserva la primera
paga que recibió por una caricatura publicada en
el Diario de Xalapa a los 13 años: 10 pesos, y
no titubea en mencionar a sus más caros maestros
(involuntarios, algunos de ellos): “Recuerdo a Germán
Butze, el autor de Los Supersabios; para mí, fue
un maestro de dibujo y de la actividad del caricaturista.
Recuerdo a Will Eisner, autor de El Spirit; a Joaquín
Cervantes Bassocco, que hacía una historieta que
se llamaba Wama. A Ernesto García Cabral, de quien
recortaba y guardaba sus caricaturas en la secundaria.
Y más recientemente, a (el caricaturista argentino
Roberto) Fontanarrosa, con Boogie el Aceitoso”.
Crítico incansable de la realidad nacional, Flores
Viveros es tan detallista en la caricatura –“me
fijo mucho en las manos para ver qué tan bueno
es el dibujante, son muy expresivas en el dibujo; parece
fácil dibujarlas, pero no lo es”– como
en la observación del panorama de nuestro país:
“La caricatura es una obligación para manifestar
la vergüenza por las condiciones en las que está
el país”. |
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Tras ingresar a la Facultad de Arquitectura de la Universidad
Veracruzana (UV), Helio Flores obtuvo una beca para estudiar
dibujo y diseño en Nueva York, EUA, y ejercer plenamente
su vocación de caricaturista y sobre la que, asegura,
“la hago porque no sé hacer otra cosa, porque
me gusta, porque es creativa y estimula: con suerte, hace
pensar a los lectores”.
Helio Flores fue un niño cuyos maestros de literatura
lo alejaron de las letras antes que motivarlo a leer: “En
la escuela nos encargaban leer libros, pero era como un castigo.
Hasta la fecha, me considero un lector principiante, que apenas
empieza a descubrir escritores”. Hoy, es autor de una
obra sólida y trascendente, reconocida con premios
y, sobre todo, con lectores. En la siguiente entrevista, Helio
Flores se refiere a sus convicciones, sus posturas políticas
y su inquebrantable vocación crítica.
En entrevistas y otras intervenciones públicas
usted ha hecho referencia tanto a una crítica como
a una ética del trabajo del caricaturista. ¿Por
qué el énfasis en ambos elementos?
La ética va ligada a cualquier profesión. Tal
vez en la caricatura se note más, pero lo relaciono
con la congruencia entre lo que dices mediante tu trabajo
y cómo piensas y vives, que lo que haces en tu trabajo
sea consecuencia directa de tu forma de pensar. Esto suena
muy natural, pero no lo es tanto. Yo lo he visto con mis colegas
que piensan de una manera pero trabajan de otra. Como que
no hay congruencia. Y, para mí, ética y congruencia
son elementales: un caricaturista que no tenga esa liga de
una cosa con otra, no creo que sea muy efectivo.
¿Cuándo descubrió que en
usted habitaba un espíritu crítico que terminaría
por trazar una ética?
No sabría decir una fecha, pero creo que es parte del
camino. Te vas dando cuenta conforme vas avanzando e influyen
muchas cosas: la educación que tienes en la primaria,
la secundaria, la preparatoria, no sé. Todo eso te
da una forma de pensar y de ser, lo mismo para un carpintero,
un abogado o, ya no digamos, un funcionario. Pero debería
ser algo natural. No creo que todo mundo lo aplique, pero
creo que eso es parte del aprendizaje natural, lo puedes aprender
con los amigos o en familia. Todo eso te hace pensar de cierta
forma. Uno aprende no sólo de lo que es bueno, sino
también de lo contrario: también son lecciones.
El valor de la congruencia resulta muy interesante
en un mundo que se dice hiperpragmático. ¿Le
ha costado ser congruente?
No, no me ha costado trabajo. Absolutamente nunca. Y es que
no lo veo como un esfuerzo o un castigo. Ni siquiera me planteo
si hago las cosas de una manera o de otra: eso surge de una
manera natural. A la hora de hacer tu trabajo, no nada más
el dibujo, sino su contenido y la opinión implícita,
detectas un absurdo o la demagogia, en el caso de los políticos,
pero es de manera natural, no es cosa de decir: ¿Qué
será bueno que opine sobre esto? La congruencia es
un compromiso con uno mismo, natural. Y nadie te lo está
exigiendo ni hay un castigo. Es como escoger ropa: te pones
aquélla con la que te sientes a gusto porque te sale
natural.
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La estética de su
obra es bastante dura, ¿busca retratar al poder
de manera grotesca?
El espíritu crítico lo usas para ver lo
que no concuerda. En la caricatura la crítica
es fundamental; si no, no es caricatura. Y se retrata
al poder de manera grotesca porque así es: no
busco exagerarlo para hacerlo grotesco. Yo creo que
así es. Escucho el discurso de un funcionario
muy importante y veo lo que está haciendo y me
parece grotesco, absurdo, una mentira exagerada. Es
grotesco. Cuando se ven estos espots en la televisión,
uno sabe que están diciendo puras mentiras y
que el gobierno hace lo contrario de lo que dice: es
grotesco. Aunque quisiera verlo y dibujarlo más
exagerado de lo que lo veo, me costaría trabajo.
El caricaturista termina por dibujarlo tal y como es,
sin rascarle más al asunto.
¿Es este nivel de cinismo el que
lo hace pensar que tenemos un país enfermo?
No, el país no está enfermo. Los políticos
son los que están enfermos. Los que estamos viendo
actuar, los que estamos oyendo decir cosas que no coinciden
con la realidad, los que manejan la mentira en todos
sus discursos, esos son los que están mal.
¿Y de qué mal estarán
enfermos?
Pues puede ser corrupción, demagogia, mentira.
Y lo grave que es una cadenita donde es casi imposible
aislar a cada uno, porque casi todos son iguales, de
todos los partidos. Pareciera que es una forma de ser,
que si no son así no logran destacar en ese medio.
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Estas aseveraciones son compartidas por caricaturistas,
opinadores, escritores, etcétera, es decir, sabemos
que hay protagonistas mentirosos o mezquinos, pero las cosas
no cambian mucho. ¿No le da la impresión de
que el poder y su ejercicio se trata de una enfermedad parecida
al alcoholismo?
Sí, justamente acaban de acusar a los panistas de eso.
Los alcohólicos tienen que reconocer que lo son para
curarse. Es una enfermedad muy parecida. Pero, como dicen,
la primera intención debe ser reconocer que algo está
mal.
Después de 2006 se habló mucho
de una polarización de la sociedad. De un lado estaba
el sector político que quería mantener mentiras
por verdades, mientras que otra parte de la sociedad peleaba
por evidenciar las mentiras como tales. ¿Cree que esta
polarización sea cierta, que existe una confrontación
entre una mentira conocida a voces y una verdad que pugna
por mostrarse?
Encuentro una diferencia, porque esa polarización tiene
una razón de ser. He escuchado muchas expresiones,
y cada vez que un oprimido o un explotado protesta contra
su patrón, entonces se dice: el país está
polarizado. O cada vez que hay elecciones y se comete un gran
fraude, en donde la mitad lo cometió y la otra mitad
protesta por el fraude, entonces se dice: es que el país
está polarizado. Y yo digo: sí, está
polarizado, pero hay una razón. Los que cometieron
el gran fraude se les hace fácil explicarlo todo diciendo:
el país está polarizado. Y los que fueron víctimas
del fraude, protestan y marchan. Pero no se me hace justo
explicarlo todo con el argumento de que el país está
polarizado. Hay una razón para todo esto.
El último fraude que hubo en la elección presidencial
de 2006, que fue un gran fraude, estoy convencido de ello,
es motivo de esa gran polarización. Hubiera sido muy
fácil que la elección hubiera sido legal, que
se hubieran contado de nuevo los votos, pero como nada de
eso se hizo, la mitad del país quedó inconforme,
dolida, lastimada y todavía no se repone, mientras
la otra mitad, la que cometió el fraude, está
disfrutando del poder y cometiendo toda clase de atropellos
y el resultado es un país que está polarizado.
Si antes ya había inconformidades, si ya había
señales de polarización, después del
gran fraude la polarización se disparó. Tiene
un origen y un motivo. No se trata de que no nos caemos bien.
Los que originaron esa polarización son los que más
usan ese argumento: el país está polarizado.
Como querer tapar al sol con un dedo…
Sí, es como no reconocer una gran falla, una gran violación.
Es difícil que la polarización del país
se arregle nada más con discursos. O simplemente negando
que existió un fraude.
“Oprimido” y “explotado”
son palabras que pertenecen a una semántica que parte
de una tradición marxista y que parecían desterradas
del vocabulario social y del de los medios. ¿Cree que
estos conceptos tengan posibilidad de resurgir?
Estas palabras coinciden con una realidad: si no hubiera oprimidos
o explotados, no habría necesidad de hablar de ellos.
No creo que se trate de una cuestión de moda o consenso
temporal, creo que es una realidad; si los hay, se debe hablar
y son palabras que nombran parte de una realidad.
Sin embargo, expresarse en estos términos
llegó a ser políticamente incorrecto y, se decía,
obsoleto. ¿Nos equivocamos si consideramos que en la
caricatura la pugna entre los dueños del poder y el
pueblo, es decir, la lucha de clases, nunca dejó de
existir?
En la televisión nunca se habla de oprimidos y de explotados.
En los informes de gobierno, tampoco. Para esos medios no
existen 60 millones de mexicanos en pobreza extrema, que son
oprimidos y explotados. Qué bueno que los caricaturistas
sigan hablando de eso, porque es una realidad y mientras no
se reconozca que existe el problema no se encontrarán
soluciones, independientemente de si se trata de teorías
marxistas o leninistas. En los periódicos tampoco son
palabras de uso común, pero no es porque no existan.
En realidad, no se necesita ver periódicos o noticieros
de TV para ver que hay 60 millones de pobres extremos. Pero
es una realidad que existe, independientemente de las palabras
que usemos para designarlos.
¿Será que para el sector empresarial,
por ejemplo, no se trata de 60 millones de pobres, sino de
60 millones que tienen la oportunidad de enriquecerse?
Para ellos son flojos. Son pobres porque quieren, porque no
quieren trabajar y no aprovechan las oportunidades.
Estos argumentos del sector empresarial se parecen
mucho a los del sector político, ¿no le parece?
Son igual de grotescos. O hasta peores. Por eso se juntan
entre ellos.
Es un lugar común, pero se ha dicho que
la caricatura terminó por ser la verdadera conciencia
crítica del país. ¿Está de acuerdo
con eso?
Creo que así es; un poco, al menos. Pero no es cosa
de que los caricaturistas hayan querido tener ese papel. Se
asume, pero por la falta de que alguien más lo haga,
porque ese papel deberían asumirlo, por ejemplo, los
diputados, que dicen que son los representantes del pueblo.
Y ellos son los que deberían defender los intereses
del pueblo, pero es muy obvio que sólo están
para servir a los de arriba.
Los caricaturistas hacemos este papel porque pensamos que
eso es la caricatura. Desafortunadamente no tenemos los medios
ni repercusiones inmediatas de nuestro trabajo. Otras personas,
los funcionarios, gobernantes, son los que deberían
hacer eso: estar al servicio de los ciudadanos y de los que
menos tienen.
En realidad, a nosotros, los caricaturistas se nos considera
una válvula de escape que hace reír a los lectores,
pero lo que menos hacemos es hacerlos reír porque muchas
de nuestras caricaturas no pueden ser graciosas. Algunas lo
son por un trazo, un personaje, pero no necesariamente están
hechas para reír. Pero no es un desfogue o válvula
de escape que permite una sonrisa entre las noticias. A veces,
lo que dibujamos no se trata de temas muy risibles. Ojalá
las caricaturas fueran sólo para hacer reír.
Finalmente, ¿qué le significa el
doctorado Honoris Causa que le otorga la UV?
La verdad nunca pensé que una distinción de
este tipo pudiera otorgarse a una caricaturista. En principio,
porque los caricaturistas somos un sector un tanto marginal
y este tipo de reconocimiento suelen recibirlos escritores
o intelectuales. Y menos hubiera pensado que yo podría
recibirlo.
Lo tomo como un gran honor y, siendo de la Universidad donde
estudié en mi juventud, es muy importante y me ha servido
para reencontrarme con la institución. Y además
del gran honor que de veras significa para mí este
premio, el hecho de que sea de la Universidad Veracruzana,
que es la mía, lo hace todavía mucho más
significativo. Y, al mismo tiempo, como suele decirse, también
siento la responsabilidad de recibir un doctorado de este
tipo.
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