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Año 8 / No. 327 / Septiembre 29 de 2008 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal


Corrupción política y judicial, sistema educativo deficiente, crisis de valores cívicos y morales, excesiva individualización, entre las causas

El problema no es sólo de policías y ladrones, el combate eficiente del crimen organizado exige una reconstrucción del Estado, coincidieron

Juan Carlos Plata

La debilidad histórica del Estado mexicano y la existencia de un mercado de la droga sumamente activo han abonado por años el terreno para que hoy en día nuestra sociedad esté envuelta en una espiral de violencia generada, principalmente, por el narcotráfico y el crimen organizado, coincidieron académicos de la Universidad Veracruzana (UV).

A esto, habría que sumar la corrupción política y judicial, un sistema educativo deficiente, una crisis de valores cívicos y morales, la excesiva individualización, una economía estancada por décadas, un fenómeno visible de fragmentación social e, incluso, la ubicación geográfica del país, según apuntaron.

En opinión del investigador del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales (IIH-S) Alberto Olvera Rivera el narcotráfico ha evidenciado que el mexicano nunca ha sido un Estado de derecho y su combate exige una reconstrucción total de las instituciones.

“El Estado está mostrando su debilidad histórica, la policía siempre ha sido ineficaz, nunca hemos tenido un Poder Judicial digno de ese nombre; estas cuestiones históricas no se habían mostrado en crisis porque el régimen autoritario lo ocultaba o porque no había habido un enemigo de tal magnitud que nos obligara a vernos en el espejo”, aseguró.
Por su parte, el académico de la Facultad de Sociología, Víctor Guevara, sostuvo que la falta de legitimidad de las autoridades hace que no exista una autoridad moral sobre las instancias encargadas de la seguridad, las cuales, a su vez, están muy ligadas con la delincuencia organizada, lo que hace prácticamente imposible frenar las acciones ilegales.

“Cuando se financian campañas políticas con dinero de giros sucios (no solamente del narcotráfico) se anula la posibilidad de que las autoridades, una vez elegidas y en funciones, combatan estas actividades ilegales”, dijo.
De acuerdo con Olvera Rivera, desde el punto de vista económico, el fenómeno del narcotráfico es un asunto muy simple: el país comparte una gran frontera con Estados Unidos que sirve al propósito de introducir una mercancía ilegal a ese país, en este caso droga de todo tipo.

“Las derivaciones de esto tienen que ver con la escala de ese mercado: es tan gigantesco y demanda tanta droga que implica una gran cantidad de dinero en juego y, por tanto, la posibilidad de construir verdaderos ejércitos de empleados al servicio de esta industria. El narco se maneja como cualquier industria lícita, con la salvedad de que sus empleados son ilegales, están armados y manejan muchísimo más dinero que cualquier otro sector de la economía”, explicó.

El problema inicia cuando para poder sobrevivir, siendo ilegal, esta industria necesita contaminar y controlar al Estado; es lógico que cuando el narcotráfico encuentra una ausencia total de Estado de derecho –con sistemas de seguridad fragmentados y muy incapaces profesionalmente– le sea muy fácil avanzar en sus propósitos.

Ante esta situación, Olvera Rivera sostiene que un combate eficiente al avance del narcotráfico y sus consecuencias exige una modernización del Estado: “Hay que hacer ahora, en muy pocos años, lo que no se hizo en décadas; generar una policía nacional profesional, reformar desde sus cimientos la institución del Ministerio Público, generar un sistema especial dentro del Poder Judicial para procesar a la delincuencia organizada y generar un sistema profesional de policías locales”.

Porque, explicó, otro gran problema es que todas las acciones que se están emprendiendo desde el Estado siguen teniendo una perspectiva de corto plazo. La reforma institucional del Estado es una solución de largo plazo y en eso no se observa compromiso real de la clase política mexicana.

En ese punto coincide Víctor Guevara: “El problema de la violencia no se resuelve teniendo más policías en la calle o aumentando el presupuesto para armamento; se requiere de un conjunto de políticas que, al parecer, la clase política no está preparada para impulsar: una mejor distribución de la riqueza, mejoramiento de la educación y la generación de oportunidades para los jóvenes”.

Sobre las causas de esta espiral de violencia, Guevara apuntó que cuando en un país año con año la gente demanda empleos y no los consigue y que un gran porcentaje de la población joven no tiene acceso a la educación superior, se genera una gran masa que tiene que tratar de satisfacer sus necesidades por cualquier medio, lo que ha fomentado el crecimiento de la migración y el crimen organizado.

“No necesariamente la delincuencia es resultado del aumento de la pobreza, pero si ello se suma a que las expectativas hacia el futuro son inciertas, lo que tenemos es una generación de mexicanos que difícilmente piensan en integrarse a la sociedad de manera positiva, tratando de contribuir a un esfuerzo colectivo y en la cual predomina la individualización”, dijo.

Guevara advirtió que de seguir en aumento la delincuencia, y si el Estado sigue sin decidirse a contrarrestarla de manera efectiva, se corre el riesgo de la descomposición social.

En este contexto, explicó el académico, la ciudadanía ve con indiferencia los llamados a la unidad que hace el Estado ante la emergencia, porque sus convocatorias no tienen credibilidad y legitimidad. Esto debido a que a pesar de que se han hecho públicos los nexos de diversos funcionarios públicos, de todos los niveles, con actividades ilícitas, no han sido ni destituidos ni procesados.

“Otro punto que hace poco probable la unión de sociedad y Estado en esta lucha es que desde hace tiempo hemos tenido una sociedad fragmentada en los más diversos aspectos: de carácter geográfico, porque son muy diferentes los problemas que enfrentan las diferentes regiones del país; político, porque hay una polarización muy severa entre quienes se atienen a valores democráticos, a la idea de una educación, y Estado laicos y quienes quieren regresar a tener un Estado eclesiástico y ligado a la iglesia; y económico, entre los pocos que tienen mucho y los millones que carecen de casi todo”, aseguró.

En lo que respecta a la economía, Alberto Olvera sostuvo que esta dinámica delincuencial también tiene efectos negativos en el desarrollo nacional; en primera instancia porque desalienta la inversión privada y, además, el costo que hay que pagar por crear un aparato de seguridad gigante, y a la vez ineficaz, es un impuesto brutal que se carga sobre los hombros de los mexicanos.

“Además, como lo demuestran ya las decisiones presupuestales para el 2009, se le quita dinero a la educación y la salud para dárselo a la seguridad. Estamos pagando un precio grandísimo, es algo que no nos merecemos”, dijo.

Violencia contra violencia
Por otro lado, el académico de la Facultad de Filosofía, Sergio René Cancino Barffuson, sostuvo que los mecanismos de regulación y control que el propio Estado está implantando inducen a la violencia.

“El problema es lo suficientemente complejo como para pensar en la aniquilación y, justamente en ese punto, es que los esfuerzos hechos al momento sólo están generando más violencia. El narcotráfico y el consumo de drogas implica una enorme cadena y aún cuando se terminara con el último productor y vendedor, existe todavía un consumidor, que en ese escenario empezaría a producir droga nuevamente para consumo propio y el problema volvería a iniciar”, dijo.

Cancino Barffuson afirmó que la solución del problema pasa primero por minimizar la violencia y buscar vías alternas para salir de ese círculo vicioso.

El académico sostuvo que actualmente hay una inducción para llevarnos a un estado permanente y cotidiano de miedo –proveniente principalmente de los medios de comunicación y su excesiva manipulación de la información–, una psicosis por la violencia que se está presentando en el país.

“Esta circunstancia temporal se une a tipos de violencia ancestrales como el machismo, la homofobia, e incluso la violencia que hemos ejercido contra el medio ambiente, de la cual ahora empezamos a ver sus consecuencias; así, hemos perdido el sentido y se presenta una paradoja: en esa apuesta por defender sólo nuestros intereses personales, un desarrollo individualizado, llegamos al punto de que nos estamos violentando a nosotros mismos”, dijo.

Además, explicó que si bien los humanos no estamos predeterminados para la violencia, ésta es una cuestión constituyente a partir de nuestra existencia humana: “El acontecer de la existencia tiene marcos de violencia, desde el momento en que como sujetos no somos tomados en cuenta para estar en este mundo con sus características, y una vez aquí, el sujeto se ve obligado a tomar una serie de decisiones a cerca de las exigencias que se le imponen, las quiera o no”.

Por tanto, la violencia, vista en estos términos, se presenta a partir de que acontecemos en un mundo de relaciones, que ya está conformado y al que nos debemos ajustar; y en ese juego de relaciones se da una especie de violencia primigenia y hasta cierto punto no intencional, las interacciones sociales que tenemos de manera cotidiana tienen un cierto rasgo de violencia: desde que si me gusta o no el comportamiento de los otros, hasta las relaciones que tenemos con el entorno.