
Corrupción política
y judicial, sistema educativo deficiente, crisis de valores
cívicos y morales, excesiva individualización,
entre las causas
El problema no es sólo
de policías y ladrones, el combate eficiente del crimen
organizado exige una reconstrucción del Estado, coincidieron
Juan Carlos Plata
La debilidad histórica del Estado mexicano
y la existencia de un mercado de la droga sumamente activo
han abonado por años el terreno para que hoy en día
nuestra sociedad esté envuelta en una espiral de violencia
generada, principalmente, por el narcotráfico y el
crimen organizado, coincidieron académicos de la Universidad
Veracruzana (UV).
A esto, habría que sumar la corrupción política
y judicial, un sistema educativo deficiente, una crisis de
valores cívicos y morales, la excesiva individualización,
una economía estancada por décadas, un fenómeno
visible de fragmentación social e, incluso, la ubicación
geográfica del país, según apuntaron.
En opinión del investigador del Instituto de Investigaciones
Histórico-Sociales (IIH-S) Alberto Olvera Rivera el
narcotráfico ha evidenciado que el mexicano nunca ha
sido un Estado de derecho y su combate exige una reconstrucción
total de las instituciones.
“El Estado está mostrando su debilidad histórica,
la policía siempre ha sido ineficaz, nunca hemos tenido
un Poder Judicial digno de ese nombre; estas cuestiones históricas
no se habían mostrado en crisis porque el régimen
autoritario lo ocultaba o porque no había habido un
enemigo de tal magnitud que nos obligara a vernos en el espejo”,
aseguró.
Por su parte, el académico de la Facultad de Sociología,
Víctor Guevara, sostuvo que la falta de legitimidad
de las autoridades hace que no exista una autoridad moral
sobre las instancias encargadas de la seguridad, las cuales,
a su vez, están muy ligadas con la delincuencia organizada,
lo que hace prácticamente imposible frenar las acciones
ilegales.
“Cuando se financian campañas políticas
con dinero de giros sucios (no solamente del narcotráfico)
se anula la posibilidad de que las autoridades, una vez elegidas
y en funciones, combatan estas actividades ilegales”,
dijo.
De acuerdo con Olvera Rivera, desde el punto de vista económico,
el fenómeno del narcotráfico es un asunto muy
simple: el país comparte una gran frontera con Estados
Unidos que sirve al propósito de introducir una mercancía
ilegal a ese país, en este caso droga de todo tipo.
“Las derivaciones de esto tienen que ver con la escala
de ese mercado: es tan gigantesco y demanda tanta droga que
implica una gran cantidad de dinero en juego y, por tanto,
la posibilidad de construir verdaderos ejércitos de
empleados al servicio de esta industria. El narco se maneja
como cualquier industria lícita, con la salvedad de
que sus empleados son ilegales, están armados y manejan
muchísimo más dinero que cualquier otro sector
de la economía”, explicó.
El problema inicia cuando para poder sobrevivir, siendo ilegal,
esta industria necesita contaminar y controlar al Estado;
es lógico que cuando el narcotráfico encuentra
una ausencia total de Estado de derecho –con sistemas
de seguridad fragmentados y muy incapaces profesionalmente–
le sea muy fácil avanzar en sus propósitos.
Ante esta situación, Olvera Rivera sostiene que un
combate eficiente al avance del narcotráfico y sus
consecuencias exige una modernización del Estado: “Hay
que hacer ahora, en muy pocos años, lo que no se hizo
en décadas; generar una policía nacional profesional,
reformar desde sus cimientos la institución del Ministerio
Público, generar un sistema especial dentro del Poder
Judicial para procesar a la delincuencia organizada y generar
un sistema profesional de policías locales”.
Porque, explicó, otro gran problema es que todas las
acciones que se están emprendiendo desde el Estado
siguen teniendo una perspectiva de corto plazo. La reforma
institucional del Estado es una solución de largo plazo
y en eso no se observa compromiso real de la clase política
mexicana.
En ese punto coincide Víctor Guevara: “El problema
de la violencia no se resuelve teniendo más policías
en la calle o aumentando el presupuesto para armamento; se
requiere de un conjunto de políticas que, al parecer,
la clase política no está preparada para impulsar:
una mejor distribución de la riqueza, mejoramiento
de la educación y la generación de oportunidades
para los jóvenes”.
Sobre las causas de esta espiral de violencia, Guevara apuntó
que cuando en un país año con año la
gente demanda empleos y no los consigue y que un gran porcentaje
de la población joven no tiene acceso a la educación
superior, se genera una gran masa que tiene que tratar de
satisfacer sus necesidades por cualquier medio, lo que ha
fomentado el crecimiento de la migración y el crimen
organizado.
“No necesariamente la delincuencia es resultado del
aumento de la pobreza, pero si ello se suma a que las expectativas
hacia el futuro son inciertas, lo que tenemos es una generación
de mexicanos que difícilmente piensan en integrarse
a la sociedad de manera positiva, tratando de contribuir a
un esfuerzo colectivo y en la cual predomina la individualización”,
dijo.
Guevara advirtió que de seguir en aumento la delincuencia,
y si el Estado sigue sin decidirse a contrarrestarla de manera
efectiva, se corre el riesgo de la descomposición social.
En este contexto, explicó el académico, la ciudadanía
ve con indiferencia los llamados a la unidad que hace el Estado
ante la emergencia, porque sus convocatorias no tienen credibilidad
y legitimidad. Esto debido a que a pesar de que se han hecho
públicos los nexos de diversos funcionarios públicos,
de todos los niveles, con actividades ilícitas, no
han sido ni destituidos ni procesados.
“Otro punto que hace poco probable la unión de
sociedad y Estado en esta lucha es que desde hace tiempo hemos
tenido una sociedad fragmentada en los más diversos
aspectos: de carácter geográfico, porque son
muy diferentes los problemas que enfrentan las diferentes
regiones del país; político, porque hay una
polarización muy severa entre quienes se atienen a
valores democráticos, a la idea de una educación,
y Estado laicos y quienes quieren regresar a tener un Estado
eclesiástico y ligado a la iglesia; y económico,
entre los pocos que tienen mucho y los millones que carecen
de casi todo”, aseguró.
En lo que respecta a la economía, Alberto Olvera sostuvo
que esta dinámica delincuencial también tiene
efectos negativos en el desarrollo nacional; en primera instancia
porque desalienta la inversión privada y, además,
el costo que hay que pagar por crear un aparato de seguridad
gigante, y a la vez ineficaz, es un impuesto brutal que se
carga sobre los hombros de los mexicanos.
“Además, como lo demuestran ya las decisiones
presupuestales para el 2009, se le quita dinero a la educación
y la salud para dárselo a la seguridad. Estamos pagando
un precio grandísimo, es algo que no nos merecemos”,
dijo.
Violencia contra violencia
Por otro lado, el académico de la Facultad de Filosofía,
Sergio René Cancino Barffuson, sostuvo que los mecanismos
de regulación y control que el propio Estado está
implantando inducen a la violencia.
“El problema es lo suficientemente complejo como para
pensar en la aniquilación y, justamente en ese punto,
es que los esfuerzos hechos al momento sólo están
generando más violencia. El narcotráfico y el
consumo de drogas implica una enorme cadena y aún cuando
se terminara con el último productor y vendedor, existe
todavía un consumidor, que en ese escenario empezaría
a producir droga nuevamente para consumo propio y el problema
volvería a iniciar”, dijo.
Cancino Barffuson afirmó que la solución del
problema pasa primero por minimizar la violencia y buscar
vías alternas para salir de ese círculo vicioso.
El académico sostuvo que actualmente hay una inducción
para llevarnos a un estado permanente y cotidiano de miedo
–proveniente principalmente de los medios de comunicación
y su excesiva manipulación de la información–,
una psicosis por la violencia que se está presentando
en el país.
“Esta circunstancia temporal se une a tipos de violencia
ancestrales como el machismo, la homofobia, e incluso la violencia
que hemos ejercido contra el medio ambiente, de la cual ahora
empezamos a ver sus consecuencias; así, hemos perdido
el sentido y se presenta una paradoja: en esa apuesta por
defender sólo nuestros intereses personales, un desarrollo
individualizado, llegamos al punto de que nos estamos violentando
a nosotros mismos”, dijo.
Además, explicó que si bien los humanos no estamos
predeterminados para la violencia, ésta es una cuestión
constituyente a partir de nuestra existencia humana: “El
acontecer de la existencia tiene marcos de violencia, desde
el momento en que como sujetos no somos tomados en cuenta
para estar en este mundo con sus características, y
una vez aquí, el sujeto se ve obligado a tomar una
serie de decisiones a cerca de las exigencias que se le imponen,
las quiera o no”.
Por tanto, la violencia, vista en estos términos, se
presenta a partir de que acontecemos en un mundo de relaciones,
que ya está conformado y al que nos debemos ajustar;
y en ese juego de relaciones se da una especie de violencia
primigenia y hasta cierto punto no intencional, las interacciones
sociales que tenemos de manera cotidiana tienen un cierto
rasgo de violencia: desde que si me gusta o no el comportamiento
de los otros, hasta las relaciones que tenemos con el entorno.

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