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Año 8 / No. 330 / Octubre 20 de 2008 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Estudiantes de Pedagogía los alfabetizan

Niños de 10 años no conocían colores, letras ni plumones

“Siempre que llego Daniela me abraza y me dice que soy su muñeco o su columpio o su toalla. Me pone los nombres de las cosas que aprende a escribir en la semana”, dice un estudiante

Uno viene aquí a aprender cómo es ahora la pobreza: Arnulfo Rodríguez

Edith Escalón

Francisco es albañil, como su papá. Tiene 12 años y 10 hermanos, ninguno de ellos va a la escuela; vive en una colonia que ni siquiera aparece en el mapa de Xalapa, donde no hay agua potable, luz ni drenaje. Hoy es sábado pero él no trabaja: en una casa deshabitada y en obra negra, seis estudiantes de Pedagogía de la Universidad Veracruzana (UV) le enseñan a él y a otros 20 niños a leer y a escribir; no hay bancas ni pizarrón, pero ésta es su única escuela.

“El plan inicial era trabajar con adultos, pero cambió cuando supimos por los padres que había tantos niños analfabetas”, cuenta Silvia Jiménez, maestra de la Facultad de Pedagogía en el Sistema Abierto y responsable de los cursos Proyecto de Educación Comunitaria e Intervención en la Comunidad, experiencias educativas que pueden cursar estudiantes de la UV de cualquier carrera.

“Uno viene aquí a aprender cómo es ahora la pobreza”, resume Arnulfo Rodríguez, carpintero de 40 años que hace cinco decidió estudiar los sábados una carrera. “Cuando yo era joven decían que el atraso sólo estaba en el campo, en las zonas rurales, pero yo que vivo en La Concha sé que en mi comunidad no hay niños que no vayan a la escuela”. Lo investigó como parte de esta clase, precisa la maestra.

Frente a la casa que desde mayo pasado les prestan para hacer la escuela hay un basurero donde los pequeños juegan. Canales de drenaje a cielo abierto bajan desde los cerros llenos de casas pobres, patios con pollos y cerdos y perros flacos sin vacunas o sin dueño. Los niños sonríen de todos modos, para ellos es normal vestir andrajos y andar descalzos. Dicen los estudiantes que algunos nunca han ido siquiera al centro de la ciudad.

Cuatro horas de viaje que valen la pena
La colonia se llama Ampliación Vicente Guerrero; como muchas marginales, está del otro lado de Lázaro Cárdenas, la carretera federal de camellones arbolados que atraviesa la ciudad. Para llegar hay que tomar una desviación del Camino Antiguo a Naolinco hasta llegar casi al Tronconal y sólo un camión los deja cerca. De donde acaba su ruta, siguen a pie 10 minutos por caminos polvosos, si está soleado, o resbalosos por el barro cuando llueve.

A sus 21 años, Citlalli y Jazmín dicen que tienen suerte. Viven en la ciudad donde estudian y llegar los sábados con sus niños de preescolar les toma sólo una hora y media. En cambio, Pascual deja su casa de madrugada cada sábado a las cinco y media. Tres horas después llega desde Coscomatepec a CAXA. A las nueve ya está en el centro y de ahí espera el camión de Autotransportes Banderilla que termina su ruta una hora después, a 10 minutos de la escuela.
“Venir me cuesta cuatro horas de viaje y como 300 pesos, pero sé que vale la pena porque al enseñar, uno también aprende”. Pascual trabaja en el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) y desde hace nueve años es instructor de educación comunitaria en zonas rurales del Pico de Orizaba.

Dos de sus compañeras tienen la misma experiencia. Esther fue maestra en una escuela-campamento de Huatusco que acompaña a grupos de jornaleros agrícolas a los cafetales donde trabajan por temporadas. Nancy fue la maestra en comunidades de Alto Lucero –a las que llegaba tras ocho horas de viaje– y en el municipio de Soledad de Doblado.

Para ellos, más acostumbrados al servicio comunitario, la experiencia en esta clase ofrece mucho más de lo que demanda: “Uno se siente orgulloso y satisfecho cuando ve que los niños aprenden, y ya leen, escriben y avanzan. Como que uno sabe que eso va a cambiar aunque sea un poquito su vida”. Nancy revisa los enunciados que Lauro y Francisco, los más avanzados, escribieron en el pizarrón de papel bond que ella y los demás compraron con su dinero, como todo el material que ocupan.

Sin condiciones para ser niños
Para llegar hasta la casa que le prestó a la UV don Julián Guzmán, el dirigente del barrio, hay que subir y bajar por terracerías y cruzar por veredas hasta otros cerros donde hay más niños y más pobreza. Pascual ya no se pierde como al principio, ya conoce las calles que recorre en camión y las que ha caminado desde hace 20 semanas.

Dice que uno puede escoger la razón que quiera para entender por qué los niños no van a la escuela: “Porque trabajan y faltan, porque reprueban, porque cuidan a sus hermanos o son muchos en sus casas; algunos ya no los aceptan por la edad o son problemáticos, otros no tienen acta de nacimiento o dinero para los cuadernos, también porque los papás no estudiaron o nomás, porque los ‘niños pobres’ son primero ‘pobres’ y si les queda chance, ‘niños’. Son muchas cosas y, a veces, todas se juntan”.

Entre todos cuentan anécdotas: “Fue impresionante llegar y ver que unos, a los 10 años, no conocían ni siquiera los colores, ya no se diga las letras o los plumones”, “Siempre que llego Daniela me abraza y me dice que soy su muñeco o su columpio o su toalla. Me pone los nombres de las cosas que aprende a escribir en la semana”, “El hermano de María consiguió trabajo, ahora recoge basura en una carreta y ya no viene porque con eso saca dinero para las tortillas del diario”, “Antes, Alma tenía miedo hasta de tomar los colores y no hablaba; ahora ya no se calla”…

En el último día de clases no hay convivio. Sentada en el piso de tierra, María copia enunciados en su cuaderno aunque son casi las dos de la tarde y no hubo recreo. En el piso como ellos, Esther repite a los niños, sílaba por sílaba, las palabras que escribieron: “Hay que enseñarles lo más que se pueda”, dice sabiendo que no será mucho, porque en pocos días, ella y los demás estarán a estas horas en otra clase.

Después de medio año de trabajar en la colonia, a los muchachos no les pesa haber puesto dedicación, tiempo y dinero, sino ver que la desigualdad es cada vez más grande también en las ciudades. Aquí se ve y se respira la pobreza, coinciden.

Rebasados
Para la UV, éstos no son cursos teóricos ni talleres, son una experiencia profesional parecida al Servicio Social, en la que los alumnos deben aplicar todos los conocimientos que han adquirido durante la carrera; sin embargo, Silvia Jiménez reconoce que como pedagogos se han visto rebasados por los problemas.

“También necesitamos personas con otro perfil, estudiantes de Medicina que den charlas de salud, de Psicología que atiendan casos especiales, de Nutrición que les digan cómo comer barato y saludable, biólogos que les expliquen como cuidar el agua.”

Aunque la materia se ofrecerá nuevamente hasta mayo de 2009, la maestra Silvia aprovecha para invitar a estudiantes de otras carreras a cursar la experiencia: “Es una materia electiva, cualquiera puede tomarla. No dudo que, como mis alumnos, haya más estudiantes con la sensibilidad y la disposición para ayudar, aprender, poner en práctica lo que saben, y compartir ese conocimiento de universitarios aquí, donde más se necesita”. Hasta entonces, por cuenta propia, ella irá a la escuela que creó en mayo una vez por semana, para dar seguimiento a los niños.