Luis
Hernández Navarro
Cuando la gente quiere informarse
lee periódicos, no ve televisión
Juan Carlos Plata
De acuerdo con Luis Hernández Navarro, coordinador
de la sección de opinión de La Jornada,
aun cuando la mayor parte de la población del
país habitualmente se informa por medio del radio
y la televisión, cuando realmente quiere saber
lo que está pasando en México o está
interesado en un tema particular acude a los periódicos.
Esto debido a que a pesar de la importante penetración
que hoy en día tienen los medios de comunicación
electrónicos, son los medios impresos los que
fijan la agenda comunicacional del país.
Sobre éstos y otros temas opina el autor de los
libros Chiapas: la guerra y la paz y Sentido contrario
en la entrevista que concedió a UniVerso. |
Foto: cortesía AVC Noticias
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¿Cómo ha sido la relación
histórica entre el periodismo y los movimientos sociales
en México?
En el caso específico de México hay una larga
tradición de periodismo vinculado a una práctica
política liberadora. Viene desde la tradición
liberal del siglo XIX donde gente como Altamirano y Prieto
practican un periodismo vinculado a grandes causas sociales,
la cual tiene continuidad en la lucha contra Porfirio Díaz
y la reelección –con periódicos como El
hijo del Ahuizote, entre otros– y con los hermanos Flores
Magón.
Más adelante es un periodismo que tiene exponentes
centrales en personalidades como Mario Gil, director de El
Machete, autor de crónicas espléndidas sobre
el movimiento de los ferrocarrileros, por citar un caso.
Ya en el contexto del siglo XX, tenemos un conjunto de intelectuales
que hacen del periodismo la vía principal para expresarse,
sobre todo mediante el género de la crónica.
Pienso en personalidades como Carlos Monsiváis y Elena
Poniatowska, que a través de crónicas publicadas
en revistas y periódicos en un primer momento –ya
después en libros– nos han dado a conocer, a
distintas generaciones, el movimiento del 68 –La noche
de Tlatelolco, de Poniatowska–, el movimiento magisterial
–Entrada libre, de Monsiváis–. Dada esta
tradición, no es una extrañeza, no es una excentricidad
el periodismo vinculado a los movimientos sociales.
Luego nos encontramos con la lucha de distintos periodistas
y medios por la libertad de expresión. Desde principios
de los años setenta se da el desarrollo de una serie
de medios que buscan abrir espacios a posiciones críticas
y otras visiones de la sociedad, como sucedió con el
Excélsior de Julio Scherer, la revista Proceso, los
periódicos Unomásuno, La Jornada y muchos periódicos
de provincia.
Dentro de esa misma corriente, en un primer
momento Unomásuno, pero sobre todo La Jornada,
son medios que hacen una apuesta: darle una voz a los
que no la tienen; el código de ética de
La Jornada lo dice explícitamente, como uno de
sus elementos centrales.
Eso, me parece, relaciona al periodismo con los movimientos
sociales, en el terreno de la prensa escrita; hay otros
ejemplos en medios alternativos como el Canal 6 de julio,
o diferentes y muy variadas estaciones de radio.
La vinculación se da porque es en estos espacios
donde los actores sociales encuentran canales de expresión
para dar a conocer sus puntos de vista, su ideario y sus
necesidades. |
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Y en esta dinámica nos encontramos con muchos problemas,
el primero de ellos es que éste es un país donde
la gente lee relativamente poco, en el que los periódicos
tienen tirajes pequeños en comparación con otros
países
–lo que no impide que puedan tener influencia en cuanto
al fijar agendas comunicativas–, y en el que los intentos
de generar prensas ligadas a los movimientos sociales no resultan
un buen negocio.
Yo encuentro en todas estas corrientes una fuente de inspiración,
de ejemplo, y encuentro que existe un espacio muy fértil
para ejercer el periodismo en México.
En el caso de La Jornada, el aumento en su número de
lectores está ligado a la explosión de grandes
movimientos sociales en el país: el gran ejemplo es
el zapatismo, pero antes de eso el movimiento del CEU, el
temblor de 1985, han sido momentos de expansión del
tiraje y aumento de lectores.
Creo que hay grandes oportunidades informativas en el ejercicio
de este tipo de periodismo, siempre y cuando esté en
manos de periodistas y no de grandes grupos empresariales,
que termina por desvirtuar el trabajo de la gente.
En ese sentido, ¿la apuesta ideológica
y de contenido de La Jornada qué tanta validez tiene
en un contexto en el que, por lo menos en el discurso, la
objetividad se publicita como el mejor activo?
Los medios se colocan donde quieren o donde pueden, y desde
ese punto de vista registran y jerarquizan la información
que divulgan. Para La Jornada la prueba de la validez de esa
apuesta está en el número de lectores
que tiene.
Mientras la mayoría de los medios dejó de informar
sobre el asunto de Chiapas, La Jornada lo ha seguido haciendo
hasta la fecha –casi todos los días aparece una
plana sobre este conflicto– y resulta que es precisamente
esa información la que después permite entender
lo que sucede; con lo que otros medios se sorprenden, no entienden
o lo quieren presentar como resultado de una conspiración.
El lector de La Jornada encuentra las pistas, la continuidad
para entender que se trata de otra cosa; encuentra el contexto
para explicarse ciertas cosas.
El caso del zapatismo es muy interesante porque permitió
a La Jornada convertirse en un periódico de referencia
internacional; el zapatismo surge con el boom de Internet
y suscita un gran interés internacional, miles de personas,
jóvenes, no tan jóvenes, en todo el mundo ven
con interés lo que pasa en Chiapas y quieren acercarse,
estar informados de lo que sucede, esa gente encuentra en
La Jornada la vía para hacerlo.
Quienes califican la validez o invalidez de la apuesta de
La Jornada son los lectores, y nos hemos encontrado que hay
una franja de lectores muy amplia que ratifica que es una
apuesta correcta.
Ante la gran penetración de los medios
electrónicos y sus contenidos, ¿el periodismo
escrito tiene una batalla que luchar?
Para darnos una idea de la diferencia entre las dos plataformas,
habría que preguntarnos: ¿Quién fija
la agenda?
Creo que la mayor cantidad de público se informa de
lo que sucede en México primero a través de
la televisión, luego de la radio y luego de la prensa
escrita, pero muchos de los grandes temas nacionales son fijados
por la prensa escrita. Ya después le tienen que entrar
la televisión y la radio, usualmente con formatos muy
parecidos a los de los medios impresos, como la incorporación
de comentarios editoriales a sus barras informativas, por
ejemplo.
Además, sucede un hecho muy curioso, la gente cuando
hay una noticia que considera realmente importante, usa la
prensa escrita para informarse porque sabe que en la televisión
no va a obtener esa información completa.
Mucha de la agenda comunicativa nacional es fijada por la
prensa escrita; por citar un ejemplo, la matanza de Aguas
Blancas, La Jornada lo publicó y después la
televisión tuvo que entrarle y pasó lo que pasó,
cayó el gobernador de Guerrero, etcétera. Pero
hay muchos casos de este tipo.
Digamos que el compromiso de la prensa escrita es tener un
estándar de calidad tal, que obligue a los medios electrónicos
a seguir las noticias que se difunden primero en los medios
impresos.
Otro de los grandes temas en cuanto al periodismo
–en todo el mundo– en los últimos años
ha sido que los criterios editoriales están cada vez
más anclados a intereses comerciales; en ese sentido,
¿cómo estamos en México?
En general los medios de comunicación están
cada vez más en manos de negociantes y menos en manos
de periodistas; si los medios estuvieran en manos de periodistas,
otra cosa sería.
La comercialización de los medios electrónicos
es impresionante, con una agravante: en los últimos
años vimos un fenómeno muy similar al que se
vivió en Venezuela, Argentina y Bolivia, en donde los
medios se han constituido como una especie de suprapartido
del bloque dominante, se han dedicado a expresar los intereses
oligárquicos más directamente y se han convertido
en elementos de movilización de la población,
primero alrededor de cuestiones como la seguridad pública
(como ya se ha visto en México) y después como
parte de una ofensiva en contra de opciones políticas
indeseables para ellos.
¿Qué tanto bien o mal le hace al
ciudadano común tanta gente opinando en los medios?
¿Se informa mejor?, ¿no genera confusión?
El problema con los medios electrónicos no es la utilización
de comentarios editoriales, cuando explícitamente lo
son; hemos visto que esos medios hacen aparecer sus opiniones
–las opiniones de sus dueños– como si fueran
información, eso es inadmisible.
Que haya opiniones –expuestas como tales– no es
malo. Además de que sus barras informativas presentan
un sesgo donde hay enormes capas de la población que
no tienen representación.
¿Los medios de comunicación alternativos
son opciones para hacer un periodismo con todas sus reglas,
más allá de la carga ideológica?
Yo creo que sí, tenemos en México un movimiento
de radios comunitarias muy importante, muy relevante en cuanto
a información y en cuanto a construcción de
identidades, de campos culturales.
Tenemos una gran producción de documentales ligada
a conflictos sociales, ponía el ejemplo del Canal 6
de julio pero no es el único, también es relevante.
Y una tradición en el periodismo escrito más
limitada, ha tenido más dificultades para crecer y
consolidarse, pero creo que lo que hacen estos medios independientes
generalmente tiene niveles de calidad y profesionalismo muy
altos que envidiarían muchos medios comerciales.
Ningún medio puede ser, en sentido estricto, objetivo.
Un medio lo que puede hacer es hacer explícito su código
de ética, su visión del mundo a partir del cual
organiza la información que transmite, y en ese sentido
hay un ejercicio de honestidad. El lector, el escucha o el
televidente ya sabe a lo que le tira, pero incluso los grandes
medios comerciales que presumen de objetividad tienen una
serie de criterios para publicar o no publicar, que tienen
que ver desde quienes son sus patrocinadores hasta su agenda
política, aunque no la hagan explícita.
Estos medios independientes tienen la virtud de hacer explícitas
sus convicciones sociales e incluso políticas.
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