Dirección de Comunicación
Universitaria
Departamento de Prensa
Año 9 / No. 336 / Diciembre 1 de 2008 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Luis Hernández Navarro

Cuando la gente quiere informarse
lee periódicos, no ve televisión

Juan Carlos Plata

De acuerdo con Luis Hernández Navarro, coordinador de la sección de opinión de La Jornada, aun cuando la mayor parte de la población del país habitualmente se informa por medio del radio y la televisión, cuando realmente quiere saber lo que está pasando en México o está interesado en un tema particular acude a los periódicos.

Esto debido a que a pesar de la importante penetración que hoy en día tienen los medios de comunicación electrónicos, son los medios impresos los que fijan la agenda comunicacional del país.

Sobre éstos y otros temas opina el autor de los libros Chiapas: la guerra y la paz y Sentido contrario en la entrevista que concedió a UniVerso.



Foto: cortesía AVC Noticias

¿Cómo ha sido la relación histórica entre el periodismo y los movimientos sociales en México?
En el caso específico de México hay una larga tradición de periodismo vinculado a una práctica política liberadora. Viene desde la tradición liberal del siglo XIX donde gente como Altamirano y Prieto practican un periodismo vinculado a grandes causas sociales, la cual tiene continuidad en la lucha contra Porfirio Díaz y la reelección –con periódicos como El hijo del Ahuizote, entre otros– y con los hermanos Flores Magón.

Más adelante es un periodismo que tiene exponentes centrales en personalidades como Mario Gil, director de El Machete, autor de crónicas espléndidas sobre el movimiento de los ferrocarrileros, por citar un caso.

Ya en el contexto del siglo XX, tenemos un conjunto de intelectuales que hacen del periodismo la vía principal para expresarse, sobre todo mediante el género de la crónica. Pienso en personalidades como Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, que a través de crónicas publicadas en revistas y periódicos en un primer momento –ya después en libros– nos han dado a conocer, a distintas generaciones, el movimiento del 68 –La noche de Tlatelolco, de Poniatowska–, el movimiento magisterial –Entrada libre, de Monsiváis–. Dada esta tradición, no es una extrañeza, no es una excentricidad el periodismo vinculado a los movimientos sociales.

Luego nos encontramos con la lucha de distintos periodistas y medios por la libertad de expresión. Desde principios de los años setenta se da el desarrollo de una serie de medios que buscan abrir espacios a posiciones críticas y otras visiones de la sociedad, como sucedió con el Excélsior de Julio Scherer, la revista Proceso, los periódicos Unomásuno, La Jornada y muchos periódicos de provincia.

Dentro de esa misma corriente, en un primer momento Unomásuno, pero sobre todo La Jornada, son medios que hacen una apuesta: darle una voz a los que no la tienen; el código de ética de La Jornada lo dice explícitamente, como uno de sus elementos centrales.

Eso, me parece, relaciona al periodismo con los movimientos sociales, en el terreno de la prensa escrita; hay otros ejemplos en medios alternativos como el Canal 6 de julio, o diferentes y muy variadas estaciones de radio.

La vinculación se da porque es en estos espacios donde los actores sociales encuentran canales de expresión para dar a conocer sus puntos de vista, su ideario y sus necesidades.

Y en esta dinámica nos encontramos con muchos problemas, el primero de ellos es que éste es un país donde la gente lee relativamente poco, en el que los periódicos tienen tirajes pequeños en comparación con otros países
–lo que no impide que puedan tener influencia en cuanto al fijar agendas comunicativas–, y en el que los intentos de generar prensas ligadas a los movimientos sociales no resultan un buen negocio.

Yo encuentro en todas estas corrientes una fuente de inspiración, de ejemplo, y encuentro que existe un espacio muy fértil para ejercer el periodismo en México.

En el caso de La Jornada, el aumento en su número de lectores está ligado a la explosión de grandes movimientos sociales en el país: el gran ejemplo es el zapatismo, pero antes de eso el movimiento del CEU, el temblor de 1985, han sido momentos de expansión del tiraje y aumento de lectores.

Creo que hay grandes oportunidades informativas en el ejercicio de este tipo de periodismo, siempre y cuando esté en manos de periodistas y no de grandes grupos empresariales, que termina por desvirtuar el trabajo de la gente.

En ese sentido, ¿la apuesta ideológica y de contenido de La Jornada qué tanta validez tiene en un contexto en el que, por lo menos en el discurso, la objetividad se publicita como el mejor activo?
Los medios se colocan donde quieren o donde pueden, y desde ese punto de vista registran y jerarquizan la información que divulgan. Para La Jornada la prueba de la validez de esa apuesta está en el número de lectores
que tiene.

Mientras la mayoría de los medios dejó de informar sobre el asunto de Chiapas, La Jornada lo ha seguido haciendo hasta la fecha –casi todos los días aparece una plana sobre este conflicto– y resulta que es precisamente esa información la que después permite entender lo que sucede; con lo que otros medios se sorprenden, no entienden o lo quieren presentar como resultado de una conspiración. El lector de La Jornada encuentra las pistas, la continuidad para entender que se trata de otra cosa; encuentra el contexto para explicarse ciertas cosas.

El caso del zapatismo es muy interesante porque permitió a La Jornada convertirse en un periódico de referencia internacional; el zapatismo surge con el boom de Internet y suscita un gran interés internacional, miles de personas, jóvenes, no tan jóvenes, en todo el mundo ven con interés lo que pasa en Chiapas y quieren acercarse, estar informados de lo que sucede, esa gente encuentra en La Jornada la vía para hacerlo.

Quienes califican la validez o invalidez de la apuesta de La Jornada son los lectores, y nos hemos encontrado que hay una franja de lectores muy amplia que ratifica que es una apuesta correcta.

Ante la gran penetración de los medios electrónicos y sus contenidos, ¿el periodismo escrito tiene una batalla que luchar?
Para darnos una idea de la diferencia entre las dos plataformas, habría que preguntarnos: ¿Quién fija la agenda?
Creo que la mayor cantidad de público se informa de lo que sucede en México primero a través de la televisión, luego de la radio y luego de la prensa escrita, pero muchos de los grandes temas nacionales son fijados por la prensa escrita. Ya después le tienen que entrar la televisión y la radio, usualmente con formatos muy parecidos a los de los medios impresos, como la incorporación de comentarios editoriales a sus barras informativas, por ejemplo.

Además, sucede un hecho muy curioso, la gente cuando hay una noticia que considera realmente importante, usa la prensa escrita para informarse porque sabe que en la televisión no va a obtener esa información completa.

Mucha de la agenda comunicativa nacional es fijada por la prensa escrita; por citar un ejemplo, la matanza de Aguas Blancas, La Jornada lo publicó y después la televisión tuvo que entrarle y pasó lo que pasó, cayó el gobernador de Guerrero, etcétera. Pero hay muchos casos de este tipo.

Digamos que el compromiso de la prensa escrita es tener un estándar de calidad tal, que obligue a los medios electrónicos a seguir las noticias que se difunden primero en los medios impresos.

Otro de los grandes temas en cuanto al periodismo –en todo el mundo– en los últimos años ha sido que los criterios editoriales están cada vez más anclados a intereses comerciales; en ese sentido, ¿cómo estamos en México?
En general los medios de comunicación están cada vez más en manos de negociantes y menos en manos de periodistas; si los medios estuvieran en manos de periodistas, otra cosa sería.

La comercialización de los medios electrónicos es impresionante, con una agravante: en los últimos años vimos un fenómeno muy similar al que se vivió en Venezuela, Argentina y Bolivia, en donde los medios se han constituido como una especie de suprapartido del bloque dominante, se han dedicado a expresar los intereses oligárquicos más directamente y se han convertido en elementos de movilización de la población, primero alrededor de cuestiones como la seguridad pública (como ya se ha visto en México) y después como parte de una ofensiva en contra de opciones políticas indeseables para ellos.

¿Qué tanto bien o mal le hace al ciudadano común tanta gente opinando en los medios? ¿Se informa mejor?, ¿no genera confusión?
El problema con los medios electrónicos no es la utilización de comentarios editoriales, cuando explícitamente lo son; hemos visto que esos medios hacen aparecer sus opiniones –las opiniones de sus dueños– como si fueran información, eso es inadmisible.

Que haya opiniones –expuestas como tales– no es malo. Además de que sus barras informativas presentan un sesgo donde hay enormes capas de la población que no tienen representación.

¿Los medios de comunicación alternativos son opciones para hacer un periodismo con todas sus reglas, más allá de la carga ideológica?
Yo creo que sí, tenemos en México un movimiento de radios comunitarias muy importante, muy relevante en cuanto a información y en cuanto a construcción de identidades, de campos culturales.

Tenemos una gran producción de documentales ligada a conflictos sociales, ponía el ejemplo del Canal 6 de julio pero no es el único, también es relevante.

Y una tradición en el periodismo escrito más limitada, ha tenido más dificultades para crecer y consolidarse, pero creo que lo que hacen estos medios independientes generalmente tiene niveles de calidad y profesionalismo muy altos que envidiarían muchos medios comerciales.

Ningún medio puede ser, en sentido estricto, objetivo. Un medio lo que puede hacer es hacer explícito su código de ética, su visión del mundo a partir del cual organiza la información que transmite, y en ese sentido hay un ejercicio de honestidad. El lector, el escucha o el televidente ya sabe a lo que le tira, pero incluso los grandes medios comerciales que presumen de objetividad tienen una serie de criterios para publicar o no publicar, que tienen que ver desde quienes son sus patrocinadores hasta su agenda política, aunque no la hagan explícita.

Estos medios independientes tienen la virtud de hacer explícitas sus convicciones sociales e incluso políticas.