El escritor Eusebio Ruvalcaba
dijo no creer
en los géneros literarios |
El amor desparramó
la escritura
de Eusebio Ruvalcaba
Cuando los escritores se asumen con
“obra” empiezan
a hacer concesiones y se vuelven complacientes
En la actualidad la literatura atraviesa
un momento
de gran enjundia mercantil: Ruvalcaba
Alma Espinosa
Un escritor que no se considera autor de “obras”
porque la sola palabra le causa una comezón terrible
y un lector a quien no le importa obtener a hurtadillas
un libro mal puesto en cualquier oficina por no resistir
la tentación de leerlo, así es Eusebio
Ruvalcaba.
Es un hombre sencillo, lo mismo platica con un escritor
que le cuenta sus últimas andanzas, con un editor
que quiere incluir sus textos o con un grupo de jóvenes
que le llevan uno de sus libros todo maltrecho o que
le dan un cuadernillo para que firme una hoja en blanco.
Eusebio es así. Las preguntas no le espantan,
pero le incomoda que le pregunten cuando tiene a una
multitud esperando una respuesta magistral, de ésas
que se quedan en la memoria para después usarla
como frase célebre en algún diario o programa
de televisión. |
Ruvalcaba tiene sólo dos fechas importantes en su
vida: la de su nacimiento en 1951 en Guadalajara y la de su
muerte que aún no decide y que cree no será
más allá de 2009. Su principal estímulo
para la escritura fue el amor que experimentó mientras
estudiaba la Licenciatura de Historia en la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM. Al tratar de seducir a una mujer sobrevino
un poema y cuando escribió el primer verso tuvo la
seguridad de que eso era lo que quería hacer, escribir.
“Así se desparramó todo lo que malamente
he escrito”, expresó.
Autor prolífico de innumerables publicaciones y variantes
narrativas, ensayo, poesía, teatro, prosa, Eusebio
Ruvalcaba experimenta una profunda sensación inequívoca
cuando empieza un libro. Es una sensación angustiante
porque desconoce hacia dónde va la historia. “No
cuenta que haya antes una obra, aunque me da un poco de asco
la palabra, porque no me da seguridad de nada, lo escrito
antes no me hace decir ‘ya la hice’ ”.
El primer encuentro cercano con la literatura del autor de
Clint Eastwood hazme el amor, fue al escuchar en la década
de los setenta del siglo pasado la poesía de Enrique
González Rojo, quien también fue su maestro
en la clase de Materialismo Histórico. Después
de asistir al recital del poeta, el panorama literario de
Ruvalcaba se amplió y rebasó sus expectativas.
Para Ruvalcaba es difícil hablar de sus propias novelas
porque dice “Se me cae la cara de vergüenza”;
sin embargo, de algo que le gusta mucho hablar es sobre la
música, baste recordar que sus padres fueron ejecutantes,
su madre de piano y su padre de violín. “Me eduqué
en la música, antes de nacer escuchaba sonatas de Brahms,
Beethoven y por eso el sentido del oído es fundamental.
Si hoy me dijeran ‘tendrás que pagar con uno
de tus sentidos el haber venido a Xalapa’, pediría
que me quitaran el de la vista pero nunca el del oído”,
concluyó.
¿Cómo confluye en un solo escritor
un creador de tantos géneros?
Digamos que la base de eso es que yo no creo en los géneros
literarios. Para mí hay un sólo tronco común:
la palabra escrita. Los académicos son los que se encargan
de etiquetar el género; pero como yo no estudié
Letras con la misma libertad trabajo un modo de expresión
u otro. Dificulta mucho a los escritores que tengan la etiqueta
de que un novelista no puede escribir poesía y un ensayista
no puede escribir cuento, porque venimos arrastrando una serie
de prejuicios en cuanto a la palabra escrita.
¿Por qué le disgusta y hasta le
repugna la palabra “obra”?
Si miras atrás y consideras que tienes una “obra”
es un acto de soberbia insoportable, independientemente de
lo que valga. Yo adjudico el término de obra a escritores
de a de veras, que sí pueden decir que tienen una “obra”
que se defiende. En mi caso, nunca. Me hace sentir más
ligero no tener obra.
¿Quiénes pueden ser los escritores
que tienen “obra”?
Tengo publicados una serie de libros, pero para mí
una obra es cuando se ha escarbado en la naturaleza humana
y la búsqueda se cristaliza en un libro. Yo me siento
muy lejos de haber aportado algo en ese sentido.
¿Por qué ese sentimiento de no
haber aportado, será por el encasillamiento de los
grandes escritores-dioses?
Por ahí va, tiene mucho que ver. Se crea una especie
de prejuicio generalizado y prefiero sentirme ligero, como
un caballo que no lleva a nadie en la montura y corre por
el campo o por donde le da su “regalada” gana.
Y cuando los escritores se asumen con “obra” empiezan
a hacer concesiones, se vuelven complacientes. Hay una correlación
entre ambas cosas y sin “obra” no tengo ningún
compromiso, como si no hubiera escrito nada.
Entonces, ¿los premios no son necesarios?
No, son irrelevantes. He obtenido premios pero considero cada
premio una serie de malentendidos. Porque en ocasiones he
sido jurado y me consta que hay escritores jurados que no
leen las obras que concursan, que pueden estar atravesando
una enfermedad, por ejemplo, y dan una opinión para
salir del paso. Por ende, no hay nada peor que guiarse por
el criterio de un libro que ha ganado un premio, hay que olvidarnos
de eso y acercarnos con más desconfianza a los libros
premiados.
Aunque para las editoriales son grandes anuncios,
¿cómo se guía entonces un lector en este
mundo tan amplio de la literatura?
Yo creo que el único criterio es que se puede llegar
a un libro a través del azar, que caiga a nuestras
manos por alguna circunstancia que está fuera de control;
por ejemplo, si entro a una oficina donde hay un libro que
después de hojearlo me gusta y no hay gente, me lo
llevo, por ende, su lectura será por el azar.
También cuenta mucho la recomendación de boca
en boca y creo más en ésta y en los ojos de
un amigo que me dice: “No puedes dejar de leerlo”.
Creo más en eso que en los juicios de los suplementos
especializados, de la crítica y, definitivamente, de
los premios. Cuando un libro dice: “Esta novela lleva
100 mil ejemplares la primera semana”, automáticamente
sospecho y me aleja; o que diga: “Ha sido protagonizada
por Brad Pitt”, en lugar de decir “¡Guau,
lo voy a leer!”, eso es lo último que leo.
A veces se cree que mientras sea masiva la compra
de libros se ampliará la posibilidad de que haya más
lectores, ¿esto es cierto?
No podemos ignorar que la literatura atraviesa un momento
de gran enjundia mercantil. En la literatura en castellano
son los españoles quienes nos marcan las pautas, dicen
esto vale y esto no. Para que un escritor mexicano se consagre
lo tienen que apoyar sellos editoriales españoles,
de lo contrario puede ser un gran escritor, pero si no está
publicado por Alfaguara, por ejemplo, automáticamente
le ponemos tache. Es casi ignominioso cómo nos dicen
lo que tenemos que leer y cómo califican lo bueno
y lo malo.
Usted decía que al hablar de sus libros
se le cae la cara de vergüenza, ¿por qué?
Porque siempre creo que hay temas mejores y más apasionantes.
La literatura es un tema apasionante pero no lo que yo escribo.
¿Qué sería lo interesante
para usted?
Del trabajo literario se puede hablar de lo que significa
la técnica o la hondura, pero resultaría muy
pedante en boca propia decir cuál es la técnica
en mi trabajo. Son cosas sobre las que no me siento solvente
para hablar porque son mis trabajos; es como si yo dijera
que mi hijo tiene los ojos muy bonitos.
Antes de concluir, no quiero dejar de lado dos
tipos de narración en los que ha incursionado: el teatro
y el cine. Del primero, ¿cuál es el panorama
ante la muerte de personajes como Emilio Carballido y Víctor
Hugo Rascón Banda?
Yo siempre creo que hay jóvenes que vienen con mucho
ímpetu. Soy maestro en la Ciudad de México,
en el Reclusorio Oriente y en la Penitenciaría y siempre
conmino a los participantes a que escriban teatro, porque
les permite sentir cómo avanza la acción rápidamente
a través de los diálogos; sé que es muy
difícil pero siempre hay talento. Cuando el joven se
ve estimulado el talento avanza, descolla. A mí me
interesa muchísimo provocar a los jóvenes para
que escriban.
Yo creo que el teatro tiene más posibilidades mientras
menos espectacular sea y entre más sea un teatro introspectivo
de acción. No hay nada tan placentero y entero como
el teatro, en esto coincido con Carballido.
Tenerlo en vivo es otra cosa, es como los conciertos y los
discos. En el concierto el artista se pone nervioso, lo cual
es muy bonito; además, surge una relación-comunicación
que logramos a través de la música.
Respecto del cine, el Gobierno del Estado ha
hecho la propuesta de llevar obras literarias a la pantalla
grande; sin embargo, hemos visto películas desafortunadas,
¿qué opinión le merece a usted como escritor?
Por decreto no se puede hacer nada. Creo que de pronto un
director mira una novela que le resulta atractiva, pero de
ahí a que haga una buena película existe una
gran distancia; son cosas muy distantes el lenguaje del cine
y el literario. A veces suceden cosas como que un director
descubre en una novela fallida algunos buenos elementos narrativos
y dice: “Esto va a despertar interés porque le
permitirá al espectador identificarse y la película
puede resultar redonda”, aunque la novela sea mediocre.
Han sido, desafortunadamente, más los fracasos cinematográficos
que los éxitos, o a lo mejor es la opinión de
quienes preferimos la novela y no el cine. Yo siempre he sugerido
que cuando se va al cine se olvide totalmente de la novela
porque lo más probable es que salga decepcionado, porque
uno en su cabeza hizo sus propios personajes, su propio casting.
Uno tiene una serie de imágenes que no va a corresponder
con la película.
|