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Año 9 / No. 341 / Enero 19 de 2009 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal


El escritor Eusebio Ruvalcaba dijo no creer
en los géneros literarios

El amor desparramó la escritura
de Eusebio Ruvalcaba

Cuando los escritores se asumen con “obra” empiezan
a hacer concesiones y se vuelven complacientes

En la actualidad la literatura atraviesa un momento
de gran enjundia mercantil: Ruvalcaba

Alma Espinosa

Un escritor que no se considera autor de “obras” porque la sola palabra le causa una comezón terrible y un lector a quien no le importa obtener a hurtadillas un libro mal puesto en cualquier oficina por no resistir la tentación de leerlo, así es Eusebio Ruvalcaba.

Es un hombre sencillo, lo mismo platica con un escritor que le cuenta sus últimas andanzas, con un editor que quiere incluir sus textos o con un grupo de jóvenes que le llevan uno de sus libros todo maltrecho o que le dan un cuadernillo para que firme una hoja en blanco.

Eusebio es así. Las preguntas no le espantan, pero le incomoda que le pregunten cuando tiene a una multitud esperando una respuesta magistral, de ésas que se quedan en la memoria para después usarla como frase célebre en algún diario o programa de televisión.

Ruvalcaba tiene sólo dos fechas importantes en su vida: la de su nacimiento en 1951 en Guadalajara y la de su muerte que aún no decide y que cree no será más allá de 2009. Su principal estímulo para la escritura fue el amor que experimentó mientras estudiaba la Licenciatura de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Al tratar de seducir a una mujer sobrevino un poema y cuando escribió el primer verso tuvo la seguridad de que eso era lo que quería hacer, escribir. “Así se desparramó todo lo que malamente he escrito”, expresó.

Autor prolífico de innumerables publicaciones y variantes narrativas, ensayo, poesía, teatro, prosa, Eusebio Ruvalcaba experimenta una profunda sensación inequívoca cuando empieza un libro. Es una sensación angustiante porque desconoce hacia dónde va la historia. “No cuenta que haya antes una obra, aunque me da un poco de asco la palabra, porque no me da seguridad de nada, lo escrito antes no me hace decir ‘ya la hice’ ”.

El primer encuentro cercano con la literatura del autor de Clint Eastwood hazme el amor, fue al escuchar en la década de los setenta del siglo pasado la poesía de Enrique González Rojo, quien también fue su maestro en la clase de Materialismo Histórico. Después de asistir al recital del poeta, el panorama literario de Ruvalcaba se amplió y rebasó sus expectativas.

Para Ruvalcaba es difícil hablar de sus propias novelas porque dice “Se me cae la cara de vergüenza”; sin embargo, de algo que le gusta mucho hablar es sobre la música, baste recordar que sus padres fueron ejecutantes, su madre de piano y su padre de violín. “Me eduqué en la música, antes de nacer escuchaba sonatas de Brahms, Beethoven y por eso el sentido del oído es fundamental. Si hoy me dijeran ‘tendrás que pagar con uno de tus sentidos el haber venido a Xalapa’, pediría que me quitaran el de la vista pero nunca el del oído”, concluyó.

¿Cómo confluye en un solo escritor un creador de tantos géneros?
Digamos que la base de eso es que yo no creo en los géneros literarios. Para mí hay un sólo tronco común: la palabra escrita. Los académicos son los que se encargan de etiquetar el género; pero como yo no estudié Letras con la misma libertad trabajo un modo de expresión u otro. Dificulta mucho a los escritores que tengan la etiqueta de que un novelista no puede escribir poesía y un ensayista no puede escribir cuento, porque venimos arrastrando una serie de prejuicios en cuanto a la palabra escrita.

¿Por qué le disgusta y hasta le repugna la palabra “obra”?
Si miras atrás y consideras que tienes una “obra” es un acto de soberbia insoportable, independientemente de lo que valga. Yo adjudico el término de obra a escritores de a de veras, que sí pueden decir que tienen una “obra” que se defiende. En mi caso, nunca. Me hace sentir más ligero no tener obra.

¿Quiénes pueden ser los escritores que tienen “obra”?
Tengo publicados una serie de libros, pero para mí una obra es cuando se ha escarbado en la naturaleza humana y la búsqueda se cristaliza en un libro. Yo me siento muy lejos de haber aportado algo en ese sentido.

¿Por qué ese sentimiento de no haber aportado, será por el encasillamiento de los grandes escritores-dioses?
Por ahí va, tiene mucho que ver. Se crea una especie de prejuicio generalizado y prefiero sentirme ligero, como un caballo que no lleva a nadie en la montura y corre por el campo o por donde le da su “regalada” gana. Y cuando los escritores se asumen con “obra” empiezan a hacer concesiones, se vuelven complacientes. Hay una correlación entre ambas cosas y sin “obra” no tengo ningún compromiso, como si no hubiera escrito nada.

Entonces, ¿los premios no son necesarios?
No, son irrelevantes. He obtenido premios pero considero cada premio una serie de malentendidos. Porque en ocasiones he sido jurado y me consta que hay escritores jurados que no leen las obras que concursan, que pueden estar atravesando una enfermedad, por ejemplo, y dan una opinión para salir del paso. Por ende, no hay nada peor que guiarse por el criterio de un libro que ha ganado un premio, hay que olvidarnos de eso y acercarnos con más desconfianza a los libros premiados.

Aunque para las editoriales son grandes anuncios, ¿cómo se guía entonces un lector en este mundo tan amplio de la literatura?
Yo creo que el único criterio es que se puede llegar a un libro a través del azar, que caiga a nuestras manos por alguna circunstancia que está fuera de control; por ejemplo, si entro a una oficina donde hay un libro que después de hojearlo me gusta y no hay gente, me lo llevo, por ende, su lectura será por el azar.

También cuenta mucho la recomendación de boca en boca y creo más en ésta y en los ojos de un amigo que me dice: “No puedes dejar de leerlo”. Creo más en eso que en los juicios de los suplementos especializados, de la crítica y, definitivamente, de los premios. Cuando un libro dice: “Esta novela lleva 100 mil ejemplares la primera semana”, automáticamente sospecho y me aleja; o que diga: “Ha sido protagonizada por Brad Pitt”, en lugar de decir “¡Guau, lo voy a leer!”, eso es lo último que leo.

A veces se cree que mientras sea masiva la compra de libros se ampliará la posibilidad de que haya más lectores, ¿esto es cierto?
No podemos ignorar que la literatura atraviesa un momento de gran enjundia mercantil. En la literatura en castellano son los españoles quienes nos marcan las pautas, dicen esto vale y esto no. Para que un escritor mexicano se consagre lo tienen que apoyar sellos editoriales españoles, de lo contrario puede ser un gran escritor, pero si no está publicado por Alfaguara, por ejemplo, automáticamente le ponemos tache. Es casi ignominioso cómo nos dicen lo que tenemos que leer y cómo califican lo bueno
y lo malo.

Usted decía que al hablar de sus libros se le cae la cara de vergüenza, ¿por qué?
Porque siempre creo que hay temas mejores y más apasionantes. La literatura es un tema apasionante pero no lo que yo escribo.

¿Qué sería lo interesante para usted?
Del trabajo literario se puede hablar de lo que significa la técnica o la hondura, pero resultaría muy pedante en boca propia decir cuál es la técnica en mi trabajo. Son cosas sobre las que no me siento solvente para hablar porque son mis trabajos; es como si yo dijera que mi hijo tiene los ojos muy bonitos.

Antes de concluir, no quiero dejar de lado dos tipos de narración en los que ha incursionado: el teatro y el cine. Del primero, ¿cuál es el panorama ante la muerte de personajes como Emilio Carballido y Víctor Hugo Rascón Banda?
Yo siempre creo que hay jóvenes que vienen con mucho ímpetu. Soy maestro en la Ciudad de México, en el Reclusorio Oriente y en la Penitenciaría y siempre conmino a los participantes a que escriban teatro, porque les permite sentir cómo avanza la acción rápidamente a través de los diálogos; sé que es muy difícil pero siempre hay talento. Cuando el joven se ve estimulado el talento avanza, descolla. A mí me interesa muchísimo provocar a los jóvenes para que escriban.

Yo creo que el teatro tiene más posibilidades mientras menos espectacular sea y entre más sea un teatro introspectivo de acción. No hay nada tan placentero y entero como el teatro, en esto coincido con Carballido.

Tenerlo en vivo es otra cosa, es como los conciertos y los discos. En el concierto el artista se pone nervioso, lo cual es muy bonito; además, surge una relación-comunicación que logramos a través de la música.

Respecto del cine, el Gobierno del Estado ha hecho la propuesta de llevar obras literarias a la pantalla grande; sin embargo, hemos visto películas desafortunadas, ¿qué opinión le merece a usted como escritor?
Por decreto no se puede hacer nada. Creo que de pronto un director mira una novela que le resulta atractiva, pero de ahí a que haga una buena película existe una gran distancia; son cosas muy distantes el lenguaje del cine y el literario. A veces suceden cosas como que un director descubre en una novela fallida algunos buenos elementos narrativos y dice: “Esto va a despertar interés porque le permitirá al espectador identificarse y la película puede resultar redonda”, aunque la novela sea mediocre.

Han sido, desafortunadamente, más los fracasos cinematográficos que los éxitos, o a lo mejor es la opinión de quienes preferimos la novela y no el cine. Yo siempre he sugerido que cuando se va al cine se olvide totalmente de la novela porque lo más probable es que salga decepcionado, porque uno en su cabeza hizo sus propios personajes, su propio casting. Uno tiene una serie de imágenes que no va a corresponder con la película.