Mitos y realidades de
las
inundaciones en Xalapa
El riesgo de inundaciones no se debe
tanto a lo copioso de las lluvias como al desarrollo
urbano mal planeado
Adalberto Tejeda Martínez
Las tormentas que afectaron a la capital del estado
en días pasados, han servido para recordar expresiones,
acciones y omisiones gubernamentales y ciudadanas que
es oportuno poner en el tapete. |
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En primer lugar, el término “tromba”
no es el más apropiado en estos casos. Una tromba,
en el sentido clásico del término, es un embudo
de agua –similar a los remolinos del Valle de Perote,
pero de agua– que se forma sobre un gran lago o sobre
el océano y que cuando pierde su intensidad deja caer
su contenido de líquido. Evidentemente estas tormentas
no cumplen con tal definición.
Segundo, si bien son poco comunes los aguaceros y las granizadas
en los abriles xalapeños, no son del todo una novedad.
El 24 de abril de 1981 el pluviómetro del Servicio
Meteorológico Nacional –ubicado en las inmediaciones
de lo que hoy es Américas y Lázaro Cárdenas–
registró 108.3 litros por metro cuadrado de lluvia
en 24 horas.
Los chubascos de abril de 1981 afectaron varios sectores de
la ciudad y fue hospitalizado un ebrio a punto de ahogarse.
Fue el preámbulo de una catástrofe mayor: las
tormentas del 2 y el 3 de mayo afectaron a los barrios de
Coapexpan, San Bruno y La Lagunilla, destruyeron el recién
inaugurado Instituto Municipal de Arte y Cultura –IMAC,
hoy sede de la Delegación Centro Sur, ubicado entre
las calles Hortensia y Ruiz Cortines– ocasionaron tres
muertos y el ejército tuvo que repartir alimentos entre
los cinco mil damnificados. En esas 48 horas el observatorio
meteorológico de Xalapa registró una lluvia
de 173 litros por metro cuadrado. ¿Se irá a
repetir la historia a inicios de mayo próximo? Esperemos
que no, pero éstos sólo son buenos deseos.
Esos valores quizá se alcanzaron o no en esta ocasión.
No lo sabemos, por la sencilla razón de que el observatorio
de Xalapa ha cambiado de ubicación frecuentemente:
azotea del Palacio de Gobierno, Lomas del Estadio, Agua Santa
y, apenas desde hace una década, en Xalapa 2000. El
16 de abril de 2009 se alcanzaron 95 litros por metro cuadrado
en el norte de la ciudad, y en el sur unos 30; los datos del
19 son similares pero disminuyen de occidente al oriente.
Para conseguirlos he tenido que hacer acopio de la bondad
de colegas que tienen pluviómetros en sus domicilios
o son responsables de su manejo, pues Xalapa no tiene una
red termopluviométrica.
Por otra parte, también los registros históricos
hablan de que más o menos un año sí y
uno no cae granizo en abril. En resumen, atribuir estas granizadas
al famoso cambio climático global puede ser acertado
o no, pues hace 28 años, al menos, se presentó
una tormenta tan copiosa como las recientes, pero estas últimas
cayeron sobre una superficie más susceptible a encharcamientos.
Particularmente el mal manejo de la basura es un problema
mayor. No es sólo cuestión de conciencia ciudadana,
sino también gubernamental. ¿Se imagina usted
una bodega de cacharros en plena calle propensa a los encharcamientos,
donde además se bardan canchas deportivas que se sabe
se anegan año con año? Pues eso es lo que ha
hecho el a-yunta-miento de Xalapa en la calle Ana María
Martínez, a un costado del horrendo IMAC. Ya suspendieron
las obras de bardado y están desazolvando la calle,
pero tuvieron que ocurrir estas tormentas para que las autoridades
municipales echaran a andar el sentido común. ¿Quién
pagará el tiradero de recursos en esas bardas inservibles
que habrá que derribar?
Desde luego las condiciones se agravan en la época
de lluvias, como por ejemplo el septiembre de 1994. El día
11 un aguacero de 75 litros por metro cuadrado hizo que los
torrentes se desbordaran al interior de las habitaciones en
las colonias Salud, Veracruz, Revolución, Mártires
de Chicago, Emiliano Zapata, Lerdo de Tejada, el fraccionamiento
Las Ánimas, y se desgajó una loma frente al
edificio Chiltoyac en el fraccionamiento Xalapa 2000, lo que
obligó a desalojar a 40 familias. El día 15,
mientras la ceremonia del Grito se desarrollaba en un ambiente
más bien “aguado”, se inundaban las colonias
Salud, Represa del Carmen, Revolución y Rubén
Pabello, con el saldo de un muerto, y se volvió a desbordar
el Carneros, como lo habría de hacer el 22 de agosto
de 1995 –cuando por cierto el pluviómetro no
registró más de 40 litros por metro cuadrado
en 24 horas– y en muchas ocasiones más.
En 1997 en siete ocasiones se presentaron inundaciones en
la ciudad. En ningún caso la lluvia en el Observatorio
llegó a cien litros por metro cuadrado en 24 horas.
Los anteriores ejemplos muestran que precipitaciones no tan
intensas han provocado desastres en la ciudad, pues en ninguno
de estos casos las lluvias se han aproximado al máximo
histórico de 216 litros por metro cuadrado ocurrido
el 31 de julio de 1961. También se observa que hay
un grupo de colonias que casi siempre resultan afectadas:
las que bordean las partes planas del río Carneros.
Es decir, que el riesgo de inundaciones no se debe tanto a
lo copioso de las lluvias como al desarrollo urbano mal planeado:
edificaciones en lechos de ríos aparentemente secos,
condominios rodeados de cerros cortados a tajo, como el Chiltoyac,
y a otras agravantes como el mal manejo de la basura, la pavimentación
extensiva y la deforestación que facilitan los escurrimientos
rápidos, sobrepoblación de autos que actúan
como diques, entre otros.
Una red termopluviométrica urbana acoplada a un sistema
de vigilancia meteorológica local, una mayor coordinación
entre las distintas instancias meteorológicas que operan
en el estado (Comisión Nacional del Agua, Centro Estatal
de Estudios del Clima, Comisión Federal de Electricidad,
compañías aseguradoras e instituciones académicas),
una evaluación externa que busque mejorar los distintos
pronósticos meteorológicos –públicos
y privados– sobre la entidad veracruzana, políticas
claras para abatir los rezagos ambientales y de riesgos que
venimos arrastrando, son medidas urgentes; lo demás,
son sólo buenas intenciones.
Por su parte, el cambio climático sin duda acentuará
la de por sí amplia variabilidad de fenómenos
atmosféricos incluyendo los de escala local, pero no
lo convirtamos en una teoría de la conspiración
de la naturaleza contra una humanidad responsable ambientalmente
y bien gobernada, porque no somos ni una cosa ni la otra.
(atejeda@uv.mx).
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