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Discurso
de Jorge Medina Viedas
en el Festival de la Lectura
22 de mayo de 2009
Estimado Raúl Arias Lovillo,
rector de la UV,
Distinguidos miembros del presidium,
Compañeras y compañeros universitarios. |
Los efectos devastadores del consumismo confluyen con una
amenazante descomposición social en la que el analfabetismo
y los bajos niveles culturales de la población son
muestras de la profunda desigualdad social en que se ha sumido
al país.
El hecho de que apenas una cuarta parte de los jóvenes
mexicanos logre ingresar a la educación superior, revela
los bajos niveles de escolaridad que prevalecen en México.
En 2009, aunque el porcentaje en función de la población
sea menor, hay más analfabetos que en 1910: casi nueve
millones de mexicanos no saben leer ni escribir, y uno de
cada tres abandonaron la primaria y la secundaria; a consecuencia
de ello, 35 millones de mexicanos padece de rezago educativo.
Y a pesar de que éste no puede ser considerado el único
factor influyente, las bajas tasas de escolaridad tienen importancia
en la gestación de fenómenos de emigración,
drogadicción, violencia social e inseguridad.
En estas condiciones, tampoco se puede hablar de que hay un
impulso a la competitividad o a la formación de recursos
humanos de calidad.
Frente a los límites impuestos por la inequidad en
los accesos a la educación y a la cultura, en México
las instituciones públicas de educación superior
buscan asumirse en proveedores asequibles de conocimiento
y de bienes culturales.
Se trata de una de sus funciones esenciales, pero alterna
a las estructuras y a los cánones que dominan la sociedad.
Aciertan quienes ven a las universidades como un espacio para
la construcción de visiones y nociones críticas
de la realidad. Corresponde a la Universidad la responsabilidad
de formar hombres libres, la de difundir la cultura y la de
generar pensamiento crítico.
Ése es el propósito esencial
de políticas universitarias como la publicación
de la Biblioteca del Universitario, que por convicción
y con emoción ha impulsado el rector Raúl
Arias. La Universidad Veracruzana responde con esta colección
de clásicos al llamado de la sangre, a sus raíces,
a su congénita vocación editorial que le
da identidad, y le da al libro, en este caso, una intención
educativa y formativa de carácter instrumentalista.
Este rasgo instrumental no es algo que se oculta. ¿Para
qué “utilizar” al libro? ¿Con
qué fines? Es correcto y plausible publicar y editar
para reafirmar lo que se es como institución de
cultura. En este caso, además, una colección
de los grandes clásicos universales permite darle
coherencia humanista a un modelo educativo que da al aprendizaje
de los estudiantes su primera prioridad. |
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Hay en esta acción, sin embargo, un elemento subversivo
que no puede faltar cuando se anida inteligencia y actitud
crítica. Si entre el libro, como dice Sergio Pitol,
y la libertad hay una relación que yo llamaría
de complicidad; aquí, la colección de la Biblioteca
del Universitario puede ser sospechosa o presunta culpable
de cometidos insurrectos.
La historia registra propiedades casi sagradas en el libro.
Por principio no hay que olvidar que no pocos consideran que
el invento más importante del segundo milenio fue la
imprenta, la cual catapultó la impresión del
libro en grandes cantidades.
Fue un gran invento que cambió al mundo. Pero lo importante
es que a su invención siguió la edición
masiva de libros y a ésta la lectura de los textos,
hechos ya libros. La Biblia, publicada en alemán popular
para las grandes masas, pero sobre todo leída individualmente
y en grupos, se dice que dio origen a la revolución
luterana que cambió a Europa.
Los libros, en efecto, se vuelven materia de subversión
cuando son leídos de diversas maneras. Depositados
en un librero, o en una biblioteca, son un simple objeto.
Son textos contenidos en un objeto que es el libro. Pueden
convertirse en fetiche. Pero leídos, pueden ser capaces
de provocar grandes sacudimientos sociales.
A la novela –para ser más preciso– que
en el siglo XVIII se leía en grandes cantidades, voces
conservadoras le dieron el mismo significado que tuvieron
las revoluciones: Johann Georg Heinzmannl, un librero conservador
escribió que “el Antiguo Régimen no recibe
en Alemania el tiro de gracia de manos de los jacobinos, sino
de los lectores”.
Pero las novelas, leídas a todas horas y en todas partes,
en el siglo XVIII excitaban en Europa el sentimiento del público,
“pervertían la moral y distraían del trabajo”
(Reinhard Wittmann); aquella revolución de la lectura
que tenía a la novela como el motor de los latidos
sociales, para el mismo filósofo Immanuel Kant era
perniciosa: “La lectura de novelas tiene por efecto,
además de otros trastornos del ánimo, el convertir
la distracción en hábito”.
Tal vez en la visión del filósofo de Konnisberg,
el régimen decadente de entonces, exigía otros
apremios intelectuales, no evasivos como los que provocaba
la novela. Lo cierto es que en Alemania durante el siglo XVIII
se produjo, como en la mayoría de los países
de Europa, una revolución lectora que sirvió
para el despertar de la conciencia política del público
y fomentó “tendencias antifeudales, anticlericales
y antiautoritarias”. No está por demás
recordar, como escribe el mismo Wittmann, que «los libros
impíos y obscenos eran materia predilecta incluso entre
las clases medias de funcionarios», que en todas las
épocas y para todas las clases aquellos han jugado
un cierto papel sedicioso de excusa para romper prohibiciones
de la moral conservadora.
Así ocurrió en la Viena descrita por Joseph
Roth en la Marcha de Radetzky. Circulaban miles de textos
anticlericales que leían niños y niñas,
clérigos y seglares y se agotaban en tres meses.
Lee que algo queda…
No se trata de sacralizar al libro ni a la acción de
leer atribuirle poderes mágicos. Pero es posible que
no haya ningún lector normal de libros que no hable
del influjo que alguno de ellos ha incitado en su vida.
Por ello el libro no es nada sin la lectura. No basta que
los libros se publiquen. Fomentar la lectura es fomentar al
libro. Quiero adivinar que el propósito del responsable
de la Editorial de la UV, el prolijo y brillante escritor
Agustín Del Moral, quiere establecer una simbiosis
duradera entre el Festival de la Lectura de la Universidad
Veracruzana y la Biblioteca del Universitario, y en general
con todas las obras dignas de ser leídas. De eso se
deduce el propósito subversivo de una publicación
y de un acto que convoca a la lectura.
Leer libros no es lo mismo que leer diarios, revistas o cómics.
Quien es ávido lector de éstos, dice Eugenio
Montale, no lee: mira, observa. Contempla con un atención
cómica, cuando en realidad saben leer; sin embargo,
sólo miran y luego tira a la basura.
La lectura de libros es otra cosa. Educa, forma, proporciona
visiones que nos ayudan a comprender la vida y sus contingencias,
a conocer mejor la naturaleza humana. Los lectores no nacen,
se hacen. La práctica de la lectura se vuelve hábito
y crea lectores preparados. Son los que crean opinión,
los que dicen algo en todas las circunstancias que son exigidos.
Estoy seguro que la media de estos lectores se vuelve mejor
ser humano, por lo tanto, ayudan a la construcción
de una sociedad más tolerable y tolerante.
No importa que los estudiantes lectores lo hagan anárquicamente,
como dice Enzensberger, que lean hojeando el libro, que se
salten pasajes, que lean frases al revés, o que se
enfaden y se alegren con el libro, que da esa libertad.
El libro, además, como ha escrito Armando Petrucci,
no es un puro y simple objeto de uso instantáneo, para
consumir, perder o inclusive tirarlo en cuanto se ha leído.
El Festival de la Lectura de la Universidad Veracruzana recoge
el propósito de que el hábito de la lectura
le devuelva al libro la concepción de ser un texto
que ha de ser releído para “reflexionar, aprender,
respetar y recordar” (Armando Petrucci).
Se quiere, además, que con el libro, haga efectiva
su complicidad sediciosa, capaz de hacer una revolución
lectora. Como se decía en el siglo XVIII en los días
y años de lectura frenética: “Todo el
mundo lee en París (…) Todo el mundo –pero
sobre todo las mujeres– lleva un libro en el bolso.
Se lee en el coche, en el paseo, en los teatros, durante el
entreacto, en el café, en los baños. En las
tiendas leen las mujeres, los niños, los mozos, los
aprendices. Los domingos leen las personas que se sientan
delante de sus casas: los lacayos leen en sus asientos, los
cocheros en sus cascabeles, los soldados que cumplen guardia…todo
mundo leía”.
Eso queremos que suceda en esta tierra, eso quiere esta gran
Universidad Veracruzana. Que todo el mundo lea.
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