Dirección de Comunicación
Universitaria
Departamento de Prensa
Año 9 / No. 357 / Junio 1 de 2009 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Discurso de Jorge Medina Viedas
en el Festival de la Lectura

22 de mayo de 2009

Estimado Raúl Arias Lovillo, rector de la UV,
Distinguidos miembros del presidium,
Compañeras y compañeros universitarios.

Los efectos devastadores del consumismo confluyen con una amenazante descomposición social en la que el analfabetismo y los bajos niveles culturales de la población son muestras de la profunda desigualdad social en que se ha sumido al país.

El hecho de que apenas una cuarta parte de los jóvenes mexicanos logre ingresar a la educación superior, revela los bajos niveles de escolaridad que prevalecen en México. En 2009, aunque el porcentaje en función de la población sea menor, hay más analfabetos que en 1910: casi nueve millones de mexicanos no saben leer ni escribir, y uno de cada tres abandonaron la primaria y la secundaria; a consecuencia de ello, 35 millones de mexicanos padece de rezago educativo.

Y a pesar de que éste no puede ser considerado el único factor influyente, las bajas tasas de escolaridad tienen importancia en la gestación de fenómenos de emigración, drogadicción, violencia social e inseguridad.

En estas condiciones, tampoco se puede hablar de que hay un impulso a la competitividad o a la formación de recursos humanos de calidad.

Frente a los límites impuestos por la inequidad en los accesos a la educación y a la cultura, en México las instituciones públicas de educación superior buscan asumirse en proveedores asequibles de conocimiento y de bienes culturales.

Se trata de una de sus funciones esenciales, pero alterna a las estructuras y a los cánones que dominan la sociedad. Aciertan quienes ven a las universidades como un espacio para la construcción de visiones y nociones críticas de la realidad. Corresponde a la Universidad la responsabilidad de formar hombres libres, la de difundir la cultura y la de generar pensamiento crítico.

Ése es el propósito esencial de políticas universitarias como la publicación de la Biblioteca del Universitario, que por convicción y con emoción ha impulsado el rector Raúl Arias. La Universidad Veracruzana responde con esta colección de clásicos al llamado de la sangre, a sus raíces, a su congénita vocación editorial que le da identidad, y le da al libro, en este caso, una intención educativa y formativa de carácter instrumentalista.

Este rasgo instrumental no es algo que se oculta. ¿Para qué “utilizar” al libro? ¿Con qué fines? Es correcto y plausible publicar y editar para reafirmar lo que se es como institución de cultura. En este caso, además, una colección de los grandes clásicos universales permite darle coherencia humanista a un modelo educativo que da al aprendizaje de los estudiantes su primera prioridad.

Hay en esta acción, sin embargo, un elemento subversivo que no puede faltar cuando se anida inteligencia y actitud crítica. Si entre el libro, como dice Sergio Pitol, y la libertad hay una relación que yo llamaría de complicidad; aquí, la colección de la Biblioteca del Universitario puede ser sospechosa o presunta culpable de cometidos insurrectos.

La historia registra propiedades casi sagradas en el libro. Por principio no hay que olvidar que no pocos consideran que el invento más importante del segundo milenio fue la imprenta, la cual catapultó la impresión del libro en grandes cantidades.

Fue un gran invento que cambió al mundo. Pero lo importante es que a su invención siguió la edición masiva de libros y a ésta la lectura de los textos, hechos ya libros. La Biblia, publicada en alemán popular para las grandes masas, pero sobre todo leída individualmente y en grupos, se dice que dio origen a la revolución luterana que cambió a Europa.

Los libros, en efecto, se vuelven materia de subversión cuando son leídos de diversas maneras. Depositados en un librero, o en una biblioteca, son un simple objeto. Son textos contenidos en un objeto que es el libro. Pueden convertirse en fetiche. Pero leídos, pueden ser capaces de provocar grandes sacudimientos sociales.

A la novela –para ser más preciso– que en el siglo XVIII se leía en grandes cantidades, voces conservadoras le dieron el mismo significado que tuvieron las revoluciones: Johann Georg Heinzmannl, un librero conservador escribió que “el Antiguo Régimen no recibe en Alemania el tiro de gracia de manos de los jacobinos, sino de los lectores”.

Pero las novelas, leídas a todas horas y en todas partes, en el siglo XVIII excitaban en Europa el sentimiento del público, “pervertían la moral y distraían del trabajo” (Reinhard Wittmann); aquella revolución de la lectura que tenía a la novela como el motor de los latidos sociales, para el mismo filósofo Immanuel Kant era perniciosa: “La lectura de novelas tiene por efecto, además de otros trastornos del ánimo, el convertir la distracción en hábito”.

Tal vez en la visión del filósofo de Konnisberg, el régimen decadente de entonces, exigía otros apremios intelectuales, no evasivos como los que provocaba la novela. Lo cierto es que en Alemania durante el siglo XVIII se produjo, como en la mayoría de los países de Europa, una revolución lectora que sirvió para el despertar de la conciencia política del público y fomentó “tendencias antifeudales, anticlericales y antiautoritarias”. No está por demás recordar, como escribe el mismo Wittmann, que «los libros impíos y obscenos eran materia predilecta incluso entre las clases medias de funcionarios», que en todas las épocas y para todas las clases aquellos han jugado un cierto papel sedicioso de excusa para romper prohibiciones de la moral conservadora.

Así ocurrió en la Viena descrita por Joseph Roth en la Marcha de Radetzky. Circulaban miles de textos anticlericales que leían niños y niñas, clérigos y seglares y se agotaban en tres meses.

Lee que algo queda…
No se trata de sacralizar al libro ni a la acción de leer atribuirle poderes mágicos. Pero es posible que no haya ningún lector normal de libros que no hable del influjo que alguno de ellos ha incitado en su vida.

Por ello el libro no es nada sin la lectura. No basta que los libros se publiquen. Fomentar la lectura es fomentar al libro. Quiero adivinar que el propósito del responsable de la Editorial de la UV, el prolijo y brillante escritor Agustín Del Moral, quiere establecer una simbiosis duradera entre el Festival de la Lectura de la Universidad Veracruzana y la Biblioteca del Universitario, y en general con todas las obras dignas de ser leídas. De eso se deduce el propósito subversivo de una publicación y de un acto que convoca a la lectura.

Leer libros no es lo mismo que leer diarios, revistas o cómics. Quien es ávido lector de éstos, dice Eugenio Montale, no lee: mira, observa. Contempla con un atención cómica, cuando en realidad saben leer; sin embargo, sólo miran y luego tira a la basura.

La lectura de libros es otra cosa. Educa, forma, proporciona visiones que nos ayudan a comprender la vida y sus contingencias, a conocer mejor la naturaleza humana. Los lectores no nacen, se hacen. La práctica de la lectura se vuelve hábito y crea lectores preparados. Son los que crean opinión, los que dicen algo en todas las circunstancias que son exigidos. Estoy seguro que la media de estos lectores se vuelve mejor ser humano, por lo tanto, ayudan a la construcción de una sociedad más tolerable y tolerante.

No importa que los estudiantes lectores lo hagan anárquicamente, como dice Enzensberger, que lean hojeando el libro, que se salten pasajes, que lean frases al revés, o que se enfaden y se alegren con el libro, que da esa libertad.

El libro, además, como ha escrito Armando Petrucci, no es un puro y simple objeto de uso instantáneo, para consumir, perder o inclusive tirarlo en cuanto se ha leído.

El Festival de la Lectura de la Universidad Veracruzana recoge el propósito de que el hábito de la lectura le devuelva al libro la concepción de ser un texto que ha de ser releído para “reflexionar, aprender, respetar y recordar” (Armando Petrucci).

Se quiere, además, que con el libro, haga efectiva su complicidad sediciosa, capaz de hacer una revolución lectora. Como se decía en el siglo XVIII en los días y años de lectura frenética: “Todo el mundo lee en París (…) Todo el mundo –pero sobre todo las mujeres– lleva un libro en el bolso. Se lee en el coche, en el paseo, en los teatros, durante el entreacto, en el café, en los baños. En las tiendas leen las mujeres, los niños, los mozos, los aprendices. Los domingos leen las personas que se sientan delante de sus casas: los lacayos leen en sus asientos, los cocheros en sus cascabeles, los soldados que cumplen guardia…todo mundo leía”.

Eso queremos que suceda en esta tierra, eso quiere esta gran Universidad Veracruzana. Que todo el mundo lea.