En los albores de la década
de los ochenta,
Juan Carlos Onetti visitó la UV |
Homenaje de la UV,
a 100 años de su nacimiento
Onetti: el hacedor de mentiras
A través de su pluma reveló
la belleza del desencanto, creando un mundo literario
que sigue vivo en la memoria de sus lectores
Susana Castillo Lagos
Culpa, suciedad, estafa, vejamen, desgaste, inocencia,
pecado, congoja, pesar, pena, pureza, descreimiento,
marchitamiento, desconsuelo, desilusión, babas,
adioses, desdicha, desgracia, despojo, rabia, justificación,
soledad, enfermedad, absurdo, polvo, desahucio, son
algunas de las palabras que forman parte del léxico
onettiano, letras y consonantes que dieron vida a las
ideas del escritor uruguayo, las mismas con las que
deja honda huella en sus lectores.
Juan Carlos Onetti (1909-1994) es considerado uno de
los más grandes escritores latinoamericanos y
a pesar de ello no fue en su momento uno de los más
conocidos, leídos o publicados. No obstante,
en 1967, la Editorial de la Universidad Veracruzana
(UV), dirigida entonces por Sergio Pitol, editó
Tierra de Nadie, libro de 219 páginas que fue
el título 74 de la Colección Ficción
y cuya dedicatoria decía: “A Julio E. Payró.
Con reiterado ensañamiento”. La portada
fue diseñada por Fernando Vilchis y en total
se publicaron tres mil ejemplares. |
Ese hecho marcó el inicio de una relación
fructífera y duradera entre Onetti y la Universidad,
cuyo momento culminante tuvo lugar del 5 al 8 de junio de
1980, cuando el Centro de Investigaciones Lingüístico
Literarias (hoy Instituto) le organizó un homenaje
en el marco del “Primer Congreso Internacional sobre
Revistas de Crítica Literaria”.
La entidad académica era dirigida por Jorge Ruffinelli,
quien en el volumen 18-19 de la revista Texto Crítico,
titulada Onetti en Xalapa, refirió: “Su obra
revela rasgos de enorme valor y significación para
la literatura de América Latina. La gran coherencia
consigo misma y con la época que es su contexto histórico;
la enorme pasión por la escritura novelística,
por la ficción como un universo que todo lo toca”.
El propio Onetti aseguraba que el origen de su vocación
son las mentiras. Cuestionado en 1977 por el periodista español
Joaquín Soler Serrano, en el programa A fondo, el escritor
explicó que fue en su niñez cuando surge en
él la inquietud de contar algo diferente a la realidad.
Pocos saben que entre los 12 y 13 años, en plena adolescencia,
escribió su primera obra: un diario en el que acumuló
mentira tras mentira.
“En mi infancia empecé a mentir. Volvía
a mi casa contando aventuras que nunca habían ocurrido
ni ocurrirán; a los chicos del barrio también,
los amigos míos, les contaba mentiras. Para mí
el escritor empezó ahí, mintiendo; después
siguió mintiendo en todos los (demás) libros.”
A 100 años de su nacimiento, Juan Carlos Onetti sigue
vivo a través de sus libros y de las voces de quienes
lo conocieron, ya sea como lectores o como compañeros
de charla.
El homenaje que rindió
la UV al autor de La vida breve reunió a más
de 50 escritores, entre ellos el colombiano Gabriel
García Márquez |
Reconocimiento tardío
Así como los lentes de pasta gruesa, el cigarro
y el whisky fueron tres sellos distintivos de Juan Carlos
Onetti, también su indiferencia hacia la vida pública
y la fama. Para el director general de la Editorial de
la UV, Agustín Del Moral, otra de sus características
fue la de romper con los mitos que rodean a la mayoría
de los escritores. “Desmitificó
esa idea de que los escritores tienen que sujetarse a
un método, rompió con esa imagen canónica
del escritor disciplinado que se hace de una rutina. Él
decía ‘Yo escribo cuando me da la gana escribir,
incluso a veces en papelitos que mi esposa tiene que rescatar,
los quemo con cigarrillos, los tiro a la basura’.
Hay mucho de descarnado en ese final que él tuvo,
recuerdo haber leído una de las últimas
entrevistas que le hicieron donde lo pintan deprimido,
tumbado en su cama, con una botella al lado, completamente
desencantado del mundo.” |
Citando a Mario Vargas Llosa, Del Moral recordó que
Onetti fue un escritor que no gozó de un reconocimiento
inmediato a pesar de pertenecer a la generación que
había precedido e influido al “boom latinoamericano”,
momento de esplendor literario que inició en la década
de los sesenta, caracterizado por la aparición de jóvenes
narradores
y novelistas.
“Yo me formé leyendo a Carlos Fuentes, Mario
Vargas Llosa, Julio Cortázar, Gabriel García
Márquez, que son de ese tipo de lecturas que a la vez
te llevan a otras.”
A partir de los autores más representativos (o publicitados)
de esa generación, descubrió a los escritores
que la alimentaron, como es el caso del uruguayo. A manera
de ejemplificar la trascendencia que la obra de Onetti ha
tenido en él como lector, relató que en aquella
época también descubrió a Mario Benedetti.
“Con el paso del tiempo cambias, vuelves a leer y desechas
o reafirmas. Benedetti es un autor que hoy en día difícilmente
leo, salvaría obviamente sus novelas pero como poeta
no me gusta.”
En cambio, aseguró, al releer a Onetti se sigue sintiendo
atraído por su mundo narrativo y las atmósferas
que crea, por su vida misma, personalidad y ese desapego que
tenía frente a todo lo que giraba en torno al mundo
literario, frente a la imagen del escritor profesional.
El rey de la pista
Fotografías, un par de libros con dedicatoria y,
por supuesto, un mar de recuerdos, es lo que queda del
encuentro que hace casi 30 años Guillermo Villar
y Juan Carlos Onetti tuvieron en Xalapa, con motivo del
homenaje que la UV rindió al escritor.
“Lo conocí el día anterior a que se
inaugurara el homenaje organizado por Jorge Ruffinelli,
promovido con ayuda del rector Roberto Bravo Garzón
y del gobernador Hernández Ochoa. Comimos en el
Hotel María Victoria y a mí me tocó
estar en la mesa donde estaban Ruffinelli, Juan Carlos
Onetti, su esposa Dolly y Sergio González Levet”,
dijo Villar.
William Faulkner sirvió como puente para que durante
su breve estancia en esta ciudad, el uruguayo mostrara
un afecto sincero por el universitario. Villar relató
que durante la charla se sorprendió al saber que
Onetti no conocía o no recordaba a Miss Zilphia
Gant, novela corta de la autoría de Faulkner. |
Guillermo Villar compartió
esta imagen donde aparece con Sergio González
Levet (de pie) y Onetti, previo a uno de los recorridos
para mostrarle Xalapa |
“Hablando de esto, entre la comida y unos tragos, le
prometí que se lo iba a prestar para que lo viera.
Lo fui a buscar al Hotel Xalapa donde se hospedó y
me invitó a cenar ese día. Tuve la suertísima
de que en esa cena hubo una cierta empatía y fui invitado
cuando menos tres o cuatro veces más por él.”
Como a Onetti no le gustaba estar en las sesiones donde se
hablaba de él y de su obra, prefería quedarse
en el hotel a leer, levantarse tarde. Guillermo Villar, a
veces acompañado de Sergio González Levet, lo
llevó a conocer los alrededores de Xalapa. De esos
recorridos se desprende un comentario que el escritor plasmó
a manera de dedicatoria en las primeras páginas del
libro La vida breve, de la biblioteca personal de Villar.
“De ahí viene ‘Para Guillermo Villar, rey
de la pista’, como una especie de broma después
todas esas noches que eran de trago, de comida y de plática
casi siempre literaria”.
Al cuestionarle cómo lo recuerda, describió:
“Era un hombre muy alto, corpulento, bebedor, le gustaban
el whisky, el vino. Mi recuerdo de Onetti es de un tipo muy
amable, cálido, incluso, y conmigo muy buena persona”.
Frente al auditorio “Jesús
Morales Fernández” de la Unidad de Humanidades,
Jorge Ruffinelli, Onetti y su esposa Dolly, acompañados
del escritor brasileño Eric Nepomuceno, quien
tradujo al portugués la obra
del uruguayo |
Onetti en sus propias palabras
Juan Carlos Onetti nació en Montevideo, Uruguay,
el 1 de julio de 1909 y murió el 30 de mayo de
1994 en Madrid, España. Hijo de padre uruguayo
y madre brasileña, el escritor asegura que tuvo
una infancia plena, feliz. Antes de dedicarse de lleno
a la creación literaria, trabajó como periodista
de la Agencia Reuters, al igual que en la revista Vea
y lea y el semanario Marcha.
Su primera novela, El pozo, fue publicada por Ediciones
Signo en 1939. Contrario a lo que se afirma, él
no se consideraba opacado por la generación del
boom, pues su trascendencia en otros países ayudó
a la difusión de su obra: “Fui arrastrado
por el boom, cuando tuvieron éxito las novelas
latinoamericanas en Europa se preocuparon por buscar otros
autores. Agradezco mucho a ellos, yo soy amigo de todos…”.
Paralela en el tiempo con el Macondo de García
Márquez y La casa verde de Vargas Llosa, Onetti
creó una ciudad imaginaria llamada “Santa
María”, la cual aparece por primera vez en
La casa en la arena (1945), pero ahonda más sobre
ella en La vida breve (1950).
Se autodefinía como un tipo tímido, nervioso,
amante del grafismo, lento para escribir y torpe para
leer. Lo que más le preocupaba era no repetir palabras
dentro de un párrafo o citar adjetivos que no le
parecían justos: “En ocasiones saltaba a
las tres de la mañana de la cama porque se me ocurría
el adecuado”.
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Obras
elementales…
El pozo (1939)
Tierra de nadie (1941)
La vida breve (1950)
Los adioses (1954)
Para una tumba sin nombre (1959)
El astillero (1961)
El infierno tan temido y
otros cuentos (1962)
Juntacadáveres (1964)
Réquiem por Faulkner (1975)
Dejemos hablar al viento (1979)
Cuando entonces (1987)
Cuando ya no importe (1993)
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Una vez publicados, difícilmente
releía sus libros. Sin embargo, cuando tomaba alguno
y leía un capítulo podía reaccionar
así: “A veces digo ‘Qué lástima,
lo hubieras trabajado mejor, con más paciencia,
aquí hay tantas cosas para desarrollar, para embellecer’.
Otras veces lo abro y entonces me digo ‘¡Pero
qué bien escrito que está esto, nunca más
vas a volver a escribir como escribiste esta vez!... es
una desgracia’. Entonces lo tiro, me siento derrotado
por mi propia obra”.
Dos secretos
El pasado jueves 16 de julio, durante el homenaje a Malcolm
Lowry y Juan Carlos Onetti organizado por el Instituto
de Investigaciones Lingüístico-Literarias
(IIL-L), Jorge Ruffinelli reveló dos anécdotas
ocurridas en junio de 1980. “Cada día,
a la hora de la siesta, una botella de vino Chateau lafite
era canjeada por un cuarteto de versos octosílabos
o endecasílabos que, por convenio, Onetti escribía
y deslizaba por debajo de la puerta de mi habitación.
Aún conservo esos poemas absurdos, que no fueron
incluidos en sus obras completas porque nadie conocía
de ellos, hasta hoy”.
El otro secreto, el más significativo, habla de
la trascendencia que tuvo en la vida del escritor el homenaje
realizado por la UV: “Era el tercer día del
evento y Juan no había podido dormir… eso
no era sorprendente. Lo sorprendente, aún para
su esposa Dolly, era verlo llorar. Con la voz quebrada,
aquella noche, a sus 71 años, Juan le confesó
cuánto habría querido que su padre estuviera
presente, para ver como tantos escritores, tanta gente
importante le estaba haciendo ese homenaje”.
Según Ruffinelli, el reconocimiento convocado por
la UV valió la pena para Onetti pues lo abrió
a su vulnerabilidad, despojándolo por un instante
de una de sus caras. Y para sus lectores, representó
la oportunidad fugaz de asomarse a ese ser único
que la escritura revela y esconde al mismo tiempo. |
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