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Año 9 / No. 364 / Julio 20 de 2009 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal


En los albores de la década de los ochenta,
Juan Carlos Onetti visitó la UV

Homenaje de la UV, a 100 años de su nacimiento

Onetti: el hacedor de mentiras

A través de su pluma reveló la belleza del desencanto, creando un mundo literario que sigue vivo en la memoria de sus lectores

Susana Castillo Lagos

Culpa, suciedad, estafa, vejamen, desgaste, inocencia, pecado, congoja, pesar, pena, pureza, descreimiento, marchitamiento, desconsuelo, desilusión, babas, adioses, desdicha, desgracia, despojo, rabia, justificación, soledad, enfermedad, absurdo, polvo, desahucio, son algunas de las palabras que forman parte del léxico onettiano, letras y consonantes que dieron vida a las ideas del escritor uruguayo, las mismas con las que deja honda huella en sus lectores.

Juan Carlos Onetti (1909-1994) es considerado uno de los más grandes escritores latinoamericanos y a pesar de ello no fue en su momento uno de los más conocidos, leídos o publicados. No obstante, en 1967, la Editorial de la Universidad Veracruzana (UV), dirigida entonces por Sergio Pitol, editó Tierra de Nadie, libro de 219 páginas que fue el título 74 de la Colección Ficción y cuya dedicatoria decía: “A Julio E. Payró. Con reiterado ensañamiento”. La portada fue diseñada por Fernando Vilchis y en total se publicaron tres mil ejemplares.

Ese hecho marcó el inicio de una relación fructífera y duradera entre Onetti y la Universidad, cuyo momento culminante tuvo lugar del 5 al 8 de junio de 1980, cuando el Centro de Investigaciones Lingüístico Literarias (hoy Instituto) le organizó un homenaje en el marco del “Primer Congreso Internacional sobre Revistas de Crítica Literaria”.

La entidad académica era dirigida por Jorge Ruffinelli, quien en el volumen 18-19 de la revista Texto Crítico, titulada Onetti en Xalapa, refirió: “Su obra revela rasgos de enorme valor y significación para la literatura de América Latina. La gran coherencia consigo misma y con la época que es su contexto histórico; la enorme pasión por la escritura novelística, por la ficción como un universo que todo lo toca”.

El propio Onetti aseguraba que el origen de su vocación son las mentiras. Cuestionado en 1977 por el periodista español Joaquín Soler Serrano, en el programa A fondo, el escritor explicó que fue en su niñez cuando surge en él la inquietud de contar algo diferente a la realidad. Pocos saben que entre los 12 y 13 años, en plena adolescencia, escribió su primera obra: un diario en el que acumuló mentira tras mentira.

“En mi infancia empecé a mentir. Volvía a mi casa contando aventuras que nunca habían ocurrido ni ocurrirán; a los chicos del barrio también, los amigos míos, les contaba mentiras. Para mí el escritor empezó ahí, mintiendo; después siguió mintiendo en todos los (demás) libros.”

A 100 años de su nacimiento, Juan Carlos Onetti sigue vivo a través de sus libros y de las voces de quienes lo conocieron, ya sea como lectores o como compañeros de charla.



El homenaje que rindió la UV al autor de La vida breve reunió a más de 50 escritores, entre ellos el colombiano Gabriel García Márquez
Reconocimiento tardío
Así como los lentes de pasta gruesa, el cigarro y el whisky fueron tres sellos distintivos de Juan Carlos Onetti, también su indiferencia hacia la vida pública y la fama. Para el director general de la Editorial de la UV, Agustín Del Moral, otra de sus características fue la de romper con los mitos que rodean a la mayoría de los escritores.

“Desmitificó esa idea de que los escritores tienen que sujetarse a un método, rompió con esa imagen canónica del escritor disciplinado que se hace de una rutina. Él decía ‘Yo escribo cuando me da la gana escribir, incluso a veces en papelitos que mi esposa tiene que rescatar, los quemo con cigarrillos, los tiro a la basura’. Hay mucho de descarnado en ese final que él tuvo, recuerdo haber leído una de las últimas entrevistas que le hicieron donde lo pintan deprimido, tumbado en su cama, con una botella al lado, completamente desencantado del mundo.”

Citando a Mario Vargas Llosa, Del Moral recordó que Onetti fue un escritor que no gozó de un reconocimiento inmediato a pesar de pertenecer a la generación que había precedido e influido al “boom latinoamericano”, momento de esplendor literario que inició en la década de los sesenta, caracterizado por la aparición de jóvenes narradores
y novelistas.

“Yo me formé leyendo a Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, que son de ese tipo de lecturas que a la vez te llevan a otras.”

A partir de los autores más representativos (o publicitados) de esa generación, descubrió a los escritores que la alimentaron, como es el caso del uruguayo. A manera de ejemplificar la trascendencia que la obra de Onetti ha tenido en él como lector, relató que en aquella época también descubrió a Mario Benedetti.

“Con el paso del tiempo cambias, vuelves a leer y desechas o reafirmas. Benedetti es un autor que hoy en día difícilmente leo, salvaría obviamente sus novelas pero como poeta no me gusta.”

En cambio, aseguró, al releer a Onetti se sigue sintiendo atraído por su mundo narrativo y las atmósferas que crea, por su vida misma, personalidad y ese desapego que tenía frente a todo lo que giraba en torno al mundo literario, frente a la imagen del escritor profesional.

El rey de la pista
Fotografías, un par de libros con dedicatoria y, por supuesto, un mar de recuerdos, es lo que queda del encuentro que hace casi 30 años Guillermo Villar y Juan Carlos Onetti tuvieron en Xalapa, con motivo del homenaje que la UV rindió al escritor.

“Lo conocí el día anterior a que se inaugurara el homenaje organizado por Jorge Ruffinelli, promovido con ayuda del rector Roberto Bravo Garzón y del gobernador Hernández Ochoa. Comimos en el Hotel María Victoria y a mí me tocó estar en la mesa donde estaban Ruffinelli, Juan Carlos Onetti, su esposa Dolly y Sergio González Levet”, dijo Villar.

William Faulkner sirvió como puente para que durante su breve estancia en esta ciudad, el uruguayo mostrara un afecto sincero por el universitario. Villar relató que durante la charla se sorprendió al saber que Onetti no conocía o no recordaba a Miss Zilphia Gant, novela corta de la autoría de Faulkner.


Guillermo Villar compartió esta imagen donde aparece con Sergio González Levet (de pie) y Onetti, previo a uno de los recorridos para mostrarle Xalapa

“Hablando de esto, entre la comida y unos tragos, le prometí que se lo iba a prestar para que lo viera. Lo fui a buscar al Hotel Xalapa donde se hospedó y me invitó a cenar ese día. Tuve la suertísima de que en esa cena hubo una cierta empatía y fui invitado cuando menos tres o cuatro veces más por él.”

Como a Onetti no le gustaba estar en las sesiones donde se hablaba de él y de su obra, prefería quedarse en el hotel a leer, levantarse tarde. Guillermo Villar, a veces acompañado de Sergio González Levet, lo llevó a conocer los alrededores de Xalapa. De esos recorridos se desprende un comentario que el escritor plasmó a manera de dedicatoria en las primeras páginas del libro La vida breve, de la biblioteca personal de Villar.

“De ahí viene ‘Para Guillermo Villar, rey de la pista’, como una especie de broma después todas esas noches que eran de trago, de comida y de plática casi siempre literaria”.

Al cuestionarle cómo lo recuerda, describió: “Era un hombre muy alto, corpulento, bebedor, le gustaban el whisky, el vino. Mi recuerdo de Onetti es de un tipo muy amable, cálido, incluso, y conmigo muy buena persona”.



Frente al auditorio “Jesús Morales Fernández” de la Unidad de Humanidades, Jorge Ruffinelli, Onetti y su esposa Dolly, acompañados del escritor brasileño Eric Nepomuceno, quien tradujo al portugués la obra
del uruguayo
Onetti en sus propias palabras
Juan Carlos Onetti nació en Montevideo, Uruguay, el 1 de julio de 1909 y murió el 30 de mayo de 1994 en Madrid, España. Hijo de padre uruguayo y madre brasileña, el escritor asegura que tuvo una infancia plena, feliz. Antes de dedicarse de lleno a la creación literaria, trabajó como periodista de la Agencia Reuters, al igual que en la revista Vea y lea y el semanario Marcha.

Su primera novela, El pozo, fue publicada por Ediciones Signo en 1939. Contrario a lo que se afirma, él no se consideraba opacado por la generación del boom, pues su trascendencia en otros países ayudó a la difusión de su obra: “Fui arrastrado por el boom, cuando tuvieron éxito las novelas latinoamericanas en Europa se preocuparon por buscar otros autores. Agradezco mucho a ellos, yo soy amigo de todos…”.

Paralela en el tiempo con el Macondo de García Márquez y La casa verde de Vargas Llosa, Onetti creó una ciudad imaginaria llamada “Santa María”, la cual aparece por primera vez en La casa en la arena (1945), pero ahonda más sobre ella en La vida breve (1950).

Se autodefinía como un tipo tímido, nervioso, amante del grafismo, lento para escribir y torpe para leer. Lo que más le preocupaba era no repetir palabras dentro de un párrafo o citar adjetivos que no le parecían justos: “En ocasiones saltaba a las tres de la mañana de la cama porque se me ocurría el adecuado”.

Obras
elementales…

El pozo (1939)

Tierra de nadie (1941)

La vida breve (1950)

Los adioses (1954)

Para una tumba sin nombre (1959)

El astillero (1961)

El infierno tan temido y
otros cuentos (1962)

Juntacadáveres (1964)

Réquiem por Faulkner (1975)

Dejemos hablar al viento (1979)

Cuando entonces (1987)

Cuando ya no importe (1993)

  Una vez publicados, difícilmente releía sus libros. Sin embargo, cuando tomaba alguno y leía un capítulo podía reaccionar así: “A veces digo ‘Qué lástima, lo hubieras trabajado mejor, con más paciencia, aquí hay tantas cosas para desarrollar, para embellecer’. Otras veces lo abro y entonces me digo ‘¡Pero qué bien escrito que está esto, nunca más vas a volver a escribir como escribiste esta vez!... es una desgracia’. Entonces lo tiro, me siento derrotado por mi propia obra”.

Dos secretos

El pasado jueves 16 de julio, durante el homenaje a Malcolm Lowry y Juan Carlos Onetti organizado por el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias (IIL-L), Jorge Ruffinelli reveló dos anécdotas ocurridas en junio de 1980.

“Cada día, a la hora de la siesta, una botella de vino Chateau lafite era canjeada por un cuarteto de versos octosílabos o endecasílabos que, por convenio, Onetti escribía y deslizaba por debajo de la puerta de mi habitación. Aún conservo esos poemas absurdos, que no fueron incluidos en sus obras completas porque nadie conocía de ellos, hasta hoy”.

El otro secreto, el más significativo, habla de la trascendencia que tuvo en la vida del escritor el homenaje realizado por la UV: “Era el tercer día del evento y Juan no había podido dormir… eso no era sorprendente. Lo sorprendente, aún para su esposa Dolly, era verlo llorar. Con la voz quebrada, aquella noche, a sus 71 años, Juan le confesó cuánto habría querido que su padre estuviera presente, para ver como tantos escritores, tanta gente importante le estaba haciendo ese homenaje”.

Según Ruffinelli, el reconocimiento convocado por la UV valió la pena para Onetti pues lo abrió a su vulnerabilidad, despojándolo por un instante de una de sus caras. Y para sus lectores, representó la oportunidad fugaz de asomarse a ese ser único que la escritura revela y esconde al mismo tiempo.