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Año 9 / No. 373 / Octubre 12 de 2009 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Sostuvo el escritor Ignacio Padilla

No hay otro compromiso que
escribir el libro más bello posible

Aún historias en África o el Tibet reflejan profundas realidades mexicanas

La actitud del magisterio hacia la educación está cargada de displicencia, negligencia, pereza, incluso encono contra el acto de la enseñanza

Lo único que en realidad unifica a la literatura latinoamericana son los pasaportes de sus autores

Edith Escalón

Autor de novelas, cuentos y ensayos que han sido traducidos a más de 15 idiomas y que le han valido una docena de premios nacionales e internacionales, Ignacio Padilla es considerado hoy uno de los 50 narradores más importantes para el siglo XXI.

Con Pedro Ángel Palou, Jorge Volpi, Eloy Urroz, Ricardo Chávez-Castañeda y Vicente Herrasti, integra la llamada “generación del crack” de la literatura mexicana, un movimiento que planteó la ruptura con el llamado post boom latinoamericano, y que, a decir del escritor, ha sido malinterpretado por los medios de comunicación y los críticos literarios.

En su visita a la Universidad Veracruzana (UV), donde participó como ponente en la primera edición de la Cátedra Carlos Fuentes, Ignacio Padilla habló del único compromiso que debe tener la literatura, de su obra, sus preocupaciones y su reconocimiento más reciente, el Premio Nacional de Ensayo Estación Palabra Gabriel García Márquez.

Usted ha rechazado abiertamente que la literatura latinoamericana deba llevar implícito un compromiso social y ser reflejo de lo que sucede en la región, ¿cómo entiende entonces su deber ser?
Para mí toda buena literatura es humana y, por lo tanto, comprometida con una sola cosa: la belleza. Creo que no hay que confundir la ética con la estética y no creo que el escritor, en cuanto que escritor, tenga otro compromiso que no sea el de escribir el libro más bello posible.

Pero Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez… ellos la proyectaron en el ámbito de las letras universales a partir de una identidad común, ¿hoy ya no existen ese u otros rasgos compartidos en la creación de las nuevas generaciones?, ¿los hay en el grupo del crack que tuvo a estos grandes literatos como maestros?
Cada vez menos. Yo creo que lo único que en realidad unifica a la literatura latinoamericana son los pasaportes de sus autores, de quienes nacimos en esta región estrechamente imbricada con el resto del mundo. Podría decirse que la lengua, pero no; hay novelas escritas en inglés o francés de autores que han nacido en América Latina y no veo por qué no podrían considerarse literatura latinoamericana. Y aclaro, el hecho de que una novela sea ubicada en África no va a evitar que la lectura que el escritor haga de esa historia tenga lo que ha llevado del país donde nació o creció, donde estuvo o donde se educó.

Por eso, a diferencia de ellos, usted y los escritores del crack evitan escribir sobre México…

No siempre, eso es más una especie de mitología. Puedo asegurar que en mi obra hay muchos reflejos de los cambios sociales, políticos y económicos de Latinoamérica; de hecho, si sumamos las novelas escritas por los autores del grupo del crack, 80 por ciento ocurren y aluden directamente a situaciones específicas del país. Lo que pasa es que los medios de comunicación han estimulado la idea de que sólo escribimos novelas sobre nazis, cuando han sido únicamente tres, pero aun en ellas, o en mi caso, en las que ocurren en el Tibet, en Rusia o en la antigua Yogoslavia, he descubierto reflejadas profundas, estrechas, cercanísimas realidades mexicanas.


Sus libros
Narrativa extensa: El año de los gatos amurallados (1994), Las tormentas del mar embotellado (1994), La catedral de los ahogados (1995), Si volviesen sus majestades (1996), Los funerales de Alcaraván (1999), Amphitryon (2000), Espiral de artillería (2003), La gruta del Toscano (2006); Narrativa corta: Subterráneos (1990), Trenes de humo bajoalfombra, Las antípodas y el siglo (2001), El androide y las quimeras (2008); Narrativa infantil: Los papeles del dragón típico (1991), Las tormentas del mar embotellado; Ensayos: El diablo y Cervantes (2005), El dorado esquivo: espejismo mexicano de Paul Bowles, Los funerales del alcaraván: historia apócrifa del realismo mágico, inédito, y Darío en Tiberíades: García Márquez y el naufragio americano, inédito.


¿A pesar de ser contextos tan distintos?
Claro que sí. Espiral de Artillería, por ejemplo, es una novela que ocurre en un supuesto país ex satélite soviético, ahí narro la historia del surgimiento zapatista, y de la fabricación de la heroicidad del subcomandante Marcos, y cuento paso por paso el dolor del parto democrático no sólo en la Rusia de hoy, sino en el México que estábamos viviendo en el año 2000; es una novela sobre la impostura del movimiento reivindicativo que involucra al zapatismo y al proceso democrático.

¿Y por qué no contarla en México?
La historia me pide ser contada en otro lado, sólo a posteriori descubro cuánto hay de lo único que puedo poner en mi literatura: mi experiencia personal. Lo que sucede es que mi mundo es muy libresco, yo no pensé en escribir una novela sobre el movimiento zapatista, lo único que quería era escribir una novela sobre submarinos, por desgracia en México no los hay y de ubicarla aquí hubiera resultado radicalmente inverosímil, por eso la escribí en un país imaginado.

La violencia, la inseguridad y el narcotráfico son los temas que hoy ocupan y preocupan en México, ¿han influido también en la creación literaria?
Poderosamente, sobre todo en mi generación, porque nacimos y crecimos en la Ciudad de México y evolucionamos como creadores en la época de la gran irrupción de la violencia en el país, especialmente después del terremoto del 85, que es cuando surge la putrefacción, la violencia tenaz, la violencia económica y el rencor social.

Nuestras novelas están marcadas por la violencia que atestiguamos, que padecimos como ciudadanos; no como gremio, aclaro, porque no hay injerencia del crimen organizado en el sector literario sencillamente porque éste en México no produce dinero, ellos no invertirían tiempo y esfuerzo en un negocio que no es negocio, ¡para qué tomarse la molestia en un país sin lectores!

Ése es uno de los problemas de México que realmente me preocupa: es trágico que estemos tan mal a consecuencia del gran dilema educacional y fundamentalmente magisterial que venimos arrastrando. Mientras no se remedie la situación magisterial, mientras los maestros no estén interesados en la enseñanza del niño y mucho menos en la lecto-escritura seguiremos viviendo en un país con grandes, magníficos escritores, que tendrán que seguir publicando en otros países. Yo creo que la actitud del magisterio hacia la educación de mis hijos y de todos los niños de este país está cargada de displicencia, negligencia, pereza, incluso encono contra el propio acto de la enseñanza.

Ha pasado más de una década desde que fue leído por primera vez el Manifiesto Crack, y en todos estos años ustedes han rechazado la interpretación que se ha hecho de él, ¿por qué son necesarias tantas aclaraciones?
Creo que hubo falta de claridad nuestra y un afán de escándalo de los medios. El manifiesto del crack es lúdico y, por lo tanto, poco claro; eso permitió que los medios en España, primero, y luego en América Latina, el resto del mundo, e incluso en la academia, llegaran a pesar que éramos una generación más contestataria y rupturista de lo que éramos en realidad.

Incluso se procuró confrontarnos con los maestros a los que nosotros queríamos volver; afortunadamente fueron ellos –Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, García Márquez– los primeros que defendieron nuestra postura y dijeron: “Todo lo contrario, lo que estos chicos están proponiendo es una fisura en una tradición para volver a los orígenes de los maestros latinoamericanos”.

Mientras tanto, se ha erigido un crack muy distinto al que nosotros propusimos: se dice que es una generación, que somos todos escritores latinoamericanos nacidos en los sesenta, que sólo escribimos novelas sobre nazis, que afirmamos haber inventado el cosmopolitismo en la literatura latinoamericana, que queremos luchar contra las lecciones del boom latinoamericano, y nada de eso es cierto.

Este año, cuando recibió el Premio Nacional Estación Palabra Gabriel García Márquez sobre literatura latinoamericana, dijo que el ensayo era la manera explícita de agradecer por su obra al Nobel de Literatura, ¿qué ha sido para usted este maestro?
Un gran escritor, sin duda, el escritor vivo que más ha influido en mi ser escritor. Ese ensayo (“Darío en Tiberíades: García Márquez y el naufragio americano”) es verdaderamente un homenaje. Para mí García Márquez es el maestro de los títulos, de las dedicatorias, de la adjetivación, de la creación de personajes, el gran maestro del sentido del humor; sin duda, el autor más completo que tenemos en América Latina, el más versátil.

Ahora corresponde otro homenaje a Carlos Fuentes, uno más de sus maestros…
Y me parece un acontecimiento importantísimo, no sólo porque lo promueva una institución tan sólida como la Universidad Veracruzana, sino porque el propio Carlos Fuentes está involucrado en la Cátedra que lleva su nombre. Lo festejo aún más porque hacerlo en Xalapa, una ciudad con una tradición cultural tan brutal, contribuye a la necesarísima descentralización de la creación y la cultura en nuestro país. Ha sido un acierto de todos aquellos que lo hicieron posible.